Por: Jhoselyn Soria Crecencio
Hay películas que no necesitan levantar la voz para que el mundo escuche. Les Habitants (Los Habitantes), dirigida por Maureen Fazendeiro, es una de ellas. Con una duración de 42 minutos, este cortometraje documental —proveniente de Francia y Portugal— se presentó como parte de la Competencia Internacional de la FICUNAM 2025.
La película explora temas como la convivencia, la discriminación y la complejidad de la integración social, centrándose en las relaciones entre dos comunidades que aprenden a mirarse sin miedo. A través de esta historia, también se aborda la xenofobia y los intentos de un pequeño grupo de mujeres por ofrecer ayuda genuina, tejiendo puentes en medio de la exclusión.
Filmada en un suburbio parisino rodeado de urbanizaciones, invernaderos de rosas y verduras, la película documenta lo que ocurre cuando un campamento de personas romaníes se instala en la ciudad. La directora parte de las cartas escritas por su madre. Con voz en off, leemos y escuchamos esas palabras mientras la cámara recorre la vida cotidiana del campamento y el gesto inesperado de un grupo de mujeres locales que, en lugar de rechazar a quienes llegaron, decidieron tenderles la mano. No es una historia de redención ni una solución mágica; es una historia de vínculos. De mujeres que se atrevieron a habitar el mismo terreno, no solo físicamente, sino desde la empatía.
Les Habitants deja una inquietud que perdura mucho más allá de sus poco más de 40 minutos. Porque lo que muestra es sencillo y brutal al mismo tiempo: cómo la convivencia se vuelve compleja cuando el prejuicio está tan arraigado, cómo la discriminación puede camuflarse en discursos de orden y cómo, incluso ahí, existe la posibilidad de un puente; de un gesto que humanice.
En esa línea delgada entre el rechazo y la apertura, la película nos enfrenta a un sentimiento difícil de sacudir: la culpa. La culpa de ver y no hacer nada. La culpa de seguir con nuestras vidas mientras, a unos metros, otros intentan simplemente sobrevivir. Ver la película es también un recordatorio incómodo de esa pasividad. Nos coloca del lado de quienes observan, de quienes saben y no actúan, de quienes podrían acercarse y deciden callar.
Y es inevitable no pensar en México; en Santa María la Ribera o en Tepito. En esos barrios donde hoy se concentran comunidades migrantes —particularmente haitianas y centroamericanas— y donde también se ha manifestado el rechazo. Como si el hecho de buscar una vida mejor fuera una amenaza. Como si quienes llegan debieran pagar con desprecio su deseo de habitar.
Les Habitants no busca resolver un conflicto, sino mostrar cómo se teje un vínculo. La película no narra con premura ni busca giros dramáticos. Su eje es el encuentro, la pregunta, la escucha. Se detiene en la forma en que las relaciones nacen entre diferencias, en cómo se disuelven ciertos prejuicios a través de la cercanía. Es una película sobre la convivencia, sobre la dignidad, sobre el derecho a residir. Una invitación a mirar a las personas —no a su estatus, no a sus condiciones— y preguntarnos cómo nos relacionamos con quienes nos resultan distintos.
La cámara no interrumpe, acompaña. La narración no dicta, comparte. Y en ese ir y venir entre imágenes y palabras, se construye una sensibilidad. Una que puede tocar a cualquiera que haya sentido que no pertenece, que ha sido desplazado, juzgado, invisibilizado.
En ese espejo, la película de Fazendeiro resuena con fuerza. Nos confronta sin violencia, nos recuerda que el miedo muchas veces nace del desconocimiento. Y que frente al miedo, todavía hay quienes eligen el gesto contrario: acercarse, compartir, quedarse.