¿Qué hacen los mortales cuando se encuentran con un mito? Lo abrazan. Lo venden. Lo temen. O, como en este caso, lo convierten en experiencia inmersiva que atraviesa el alma. Así es como Frida volvió. Y volvió más grande que nunca.
En 2005, mientras el mundo seguía buscando ídolos de plástico, Frida Kahlo Corporation (FKC) irrumpió en la escena como un acto de audacia cultural. Fue una alianza inesperada: la sobrina de la artista, Isolda Pinedo Kahlo, y el empresario venezolano Carlos Dorado se propusieron algo que nadie se atrevía a decir en voz alta: Frida no es solo patrimonio, es poder. Y el poder, cuando se maneja con visión, se convierte en eternidad.
FKC no vino a “rescatar” a Frida. Frida nunca necesitó que nadie la rescatara. Lo que esta corporación hizo fue devolverle el cuerpo a su espíritu, el volumen a su voz, la carne al mito. Frida, la artista, la mujer, la fiera indomable, ya no vive en los libros de arte ni en los muros polvorientos. Vive aquí. Vive ahora. En cada píxel, en cada proyección, en cada aroma del Museo Inmersivo Frida Kahlo.
Frida: el accidente, el pincel y la revolución
Frida no nació: se desencadenó. Un 6 de julio de 1907, Coyoacán parió a una niña que —años después— desafiaría las reglas de la belleza, del arte, del amor y del dolor, Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderon. A los 18 años, un accidente la partió en pedazos. El cuerpo cedió, pero el alma se levantó empuñando un pincel. Desde su cama, empezó a pintar como quien lanza flechas desde el abismo. Se pintó a sí misma. Se narró. Se incendió. Y de ese fuego salimos todos: testigos, discípulos, admiradores.
Amó a Diego Rivera como se ama a una tormenta: sin miedo, sin tregua. Abrazó el comunismo, la bisexualidad, la mexicanidad más brutal. Frida fue mujer antes de que el mundo supiera qué hacer con una mujer así. Nunca pidió permiso. Jamás se disculpó. Y cuando murió, un 13 de julio de 1954, dejó atrás algo más que pinturas: dejó un manual de cómo ser uno mismo, aunque duela.
Frida 2.0: inmersiva, multisensorial, irrefutable
El Museo Inmersivo de Frida Kahlo no es una exposición: es una colisión frontal con la esencia de una diosa mexicana. Ubicado en Laguna de Términos 260, alcaldía Miguel Hidalgo, este espacio no muestra obras, las convierte en paisajes emocionales. Aromas de su jardín. Fragmentos de sus cartas. Luz que se desborda por las paredes como si los colores hubieran aprendido a gritar.
Beatriz Alvarado, directora del proyecto, lo dice con precisión quirúrgica: “Frida no solo fue artista. Fue guerra. Fue carne. Fue resistencia. Llevarla al formato inmersivo es simplemente obedecer su propia lógica: vivir a través de los sentidos, sin filtros ni concesiones”.
Lee: Lanzan convocatoria para participar en el homenaje a Vincent van Gogh
El museo ha recorrido algunos países, pero México lo recibe con más que brazos abiertos: con una necesidad histórica. Porque en tiempos donde todo parece prefabricado, Frida sigue siendo una verdad incómoda y hermosa. Una voz que no se deja convertir en meme. Un estandarte que no se arruga.
¿Por qué verla ahora? Porque Frida no espera. Frida irrumpe. Frida exige. Y tú, que estás leyendo esto, estás a punto de entrar en su universo. No para entenderla. Para sobrevivirla.