El miedo por las nuevas redadas antiinmigrantes paralizó este miércoles el centro de Los Ángeles, California. Los pocos que salen a las calles caminan rápido, buscando un refugio para estar a salvo, sin ser visto por los agentes de migración.
A las 13:00 horas locales de este miércoles, una hora en la que normalmente los populares callejones estarían llenos de personas comprando, vendiendo, caminando entre los puestos, disfrutando una bebida fresca, lucen vacíos.
El miedo a las redadas
Durante un recorrido, Amexi pudo constatar cómo las cortinas de los locales comenzaban a bajar, los negocios cerraron antes de tiempo y la poca gente que había, caminaba rápido, sin detenerse, con una mirada que solo buscaba estar a salvo de los agentes de migración.
Donde antes había bullicio, regateo, rostros sonrientes invitando a pasar, ahora hay un silencio que entristece, una sensación de que algo se ha perdido: la esencia de Los Ángeles.
Los comerciantes, que solían abrir hasta tarde y mantener sus puertas abiertas hasta que cayera el atardecer, ahora recogen temprano, y no porque quieran, sino porque las ventas han caído y, sobre todo, porque el miedo se ha apoderado de la comunidad.
En la calle San Pedro, conocida por el colorido de sus flores que llenaban de alegría sus banquetas, el panorama también ha cambiado. Las flores siguen ahí, pero ya no brillan igual, ahora se ven tristes, sin movimiento y sin razón.
El temor a ser detenidos y deportados
Los compradores, que antes llegaban desde distintos condados del sur de California para surtir sus negocios, ya no vienen por temor a ser detenidos y deportados.
Uno de los trabajadores de una florería de la calle San Pedro, que por seguridad prefiere omitir su identidad, lo dice con claridad: “tengo miedo de ser arrestado por ICE, pero no me queda de otra, tengo que trabajar, porque la renta no espera, los gastos de la familia tampoco”.
Él, como muchos otros de los que trabajan al aire libre de las florerías, se mantiene con la mente dividida: una mitad atendiendo a los clientes, la otra mitad en alerta constante, por si en cualquier momento aparece un agente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés).
La comunidad no confía
Pese a que un juez dictaminó que los agentes migratorios ya no pueden detener personas únicamente por su color de piel, por su apariencia, por su nacionalidad o por no saber inglés, sin una orden judicial de por medio, la comunidad no confía.
Y no confía porque en los últimos meses han visto cómo las leyes se rompen, cómo las autoridades no respetan esas protecciones, cómo el miedo ha dejado de ser solo una posibilidad y se ha convertido en una realidad.
Esta mañana, después de varios días de calma, los operativos masivos de migración regresaron a Los Ángeles. Agentes de ICE llegaron a un Home Depot y se llevaron a unas 16 personas detenidas.
Lee: Vuelven las redadas masivas contra migrantes en Los Ángeles
El florista de la calle San Pedro relata a Amexi que cuando hay operativos de ICE, el centro de Los Ángeles luce como un pueblo fantasma, pues los dueños de los locales les han dicho que si están en riesgo pueden irse y dejar cualquier actividad que estén haciendo.
Es por eso, que esta tarde las banquetas donde antes había comerciantes ofreciendo productos, invitando a entrar a los locales con frases como “pásele joven, le damos buen precio”, ahora lucen vacías, no hay casi nadie.
Un pueblo fantasma
El típico murmullo alegre, similar al que se escucha en los mercados mexicanos como la Merced o Pino Suárez, ha desaparecido. Las ofertas ya no se gritan, los clientes ya no se detienen, el centro de Los Ángeles ha dejado de ser ese espacio vivo y ruidoso que tantos conocían.
Los callejones, el distrito del juguete, el de la moda, el de los artículos para fiestas, todos han resentido esta nueva realidad. Lo que antes era una tradición: surtirse para el regreso a clases, para el restaurante, para la tienda de barrio, ahora se hace con miedo, en menor cantidad o de plano, se evita.
Muchos negocios han tenido que reducir jornadas, algunos trabajadores ahora solo laboran dos o tres días a la semana, cuando antes trabajaban seis. Y cuando corre el rumor de que hay redadas, el centro se vacía en minutos, como si fuera un pueblo fantasma.

Las ventas han bajado notablemente y con ello, también la vida que caracterizaba al centro. Muchos comerciantes aún intentan resistir, mantenerse firmes, trabajar con lo poco que tienen.
Sin embargo, lo hacen sabiendo que su esfuerzo ya no alcanza como antes, porque el cliente que solía llegar cada semana, ahora lo piensa dos veces antes de salir.
El centro de Los Ángeles, que durante décadas fue punto de encuentro, lugar de trabajo y corazón económico para la comunidad migrante, hoy se encuentra en pausa.
Las calles, los colores, las voces, todo parece apagado, y aunque los comerciantes siguen de pie, lo hacen en silencio, con miedo, con esperanza, pero también con la incertidumbre de no saber qué pasará mañana.
Lee: Kamala Harris no se postulará a la gubernatura de California