En las últimas semanas, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha sido puesto bajo el reflector no solo por sus acciones como presidenta, sino también por su reacción ante ciertas narrativas mediáticas que insinúan una supuesta ruptura con Andrés Manuel López Obrador, o incluso la posibilidad de investigar a sus hijos por presuntos actos irregulares. Ante ello, la respuesta del gobierno ha sido firme: negar las versiones, desmentir las acusaciones y reafirmar la continuidad del proyecto de la Cuarta Transformación.
La pregunta es inevitable: ¿Por qué tanta insistencia en subrayar que no hay distanciamiento ni persecución? La respuesta es política, estratégica y narrativa.
Un proyecto que no se puede fragmentar
Desde su origen, la Cuarta Transformación se ha presentado no como un gobierno sexenal, sino como una transformación histórica. Para sostener ese relato, es imprescindible construir la idea de que el gobierno de Sheinbaum no corrige a López Obrador, sino que lo profundiza y le da continuidad. La sola insinuación de ruptura podría ser interpretada como un reconocimiento de fallas de fondo en el sexenio anterior.
Por eso, la idea de que se persigue a funcionarios o familiares de AMLO no solo es incómoda: es disruptiva. Amenaza la imagen de un movimiento monolítico y coherente que se ha convertido en uno de los principales activos políticos del oficialismo.
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Proteger el legado, no por lealtad, sino por conveniencia
La figura de López Obrador es todavía central en la política mexicana. Aún sin cargo público, sigue siendo el líder moral de Morena y el principal referente de la 4T. Defender su legado no es solo un gesto de lealtad: es una necesidad de supervivencia política. Golpear su imagen, aunque sea por omisión, equivale a debilitar los cimientos sobre los que se construye el actual gobierno.
Investigar a sus hijos, incluso si existieran dudas legítimas, significaría cuestionar no solo a su entorno familiar, sino al discurso que definió su presidencia: el de la “honestidad valiente”. Y si cae la bandera de la honestidad, se desmorona una parte central del capital simbólico del movimiento.
Controlar el daño y la agenda
En política, las percepciones importan tanto como los hechos. Permitir que se difunda la narrativa de una supuesta “cacería” interna, o de un conflicto entre AMLO y Sheinbaum, abre la puerta a un espectáculo mediático que la oposición —y algunos sectores de los medios— estarían encantados de amplificar.
Claudia Sheinbaum necesita imponer su propia agenda: seguridad, desarrollo, bienestar. No le conviene que los reflectores giren hacia presuntas irregularidades del pasado, sobre todo cuando la información es confusa o está manipulada. De ahí que la respuesta sea rápida, contundente y acompañada de desmentidos formales.
Una línea delicada: continuidad sin impunidad
La presidenta enfrenta un desafío complejo: demostrar que hay continuidad ideológica sin que eso implique impunidad institucional. Es decir, sostener el proyecto de la 4T sin asumir costos por actos de terceros. Para lograrlo, necesita desactivar narrativas que presenten a su gobierno como encubridor, pero también evitar caer en la trampa de que el combate a la corrupción se utilice como arma interna para castigar aliados o ajustar cuentas.
Por ahora, el discurso oficial es claro: no hay investigación contra los hijos de AMLO porque no hay evidencia. Y si la hubiera, se actuaría con legalidad. Así se mantiene una posición políticamente sostenible: defensiva, pero no ciega.
Respecto al huachicol fiscal, la dirigencia de Morena salió a medios de comunicación a insistir en que las denuncias las presentó el entonces titular de la Secretaría de Marina, José Rafael Ojeda Durán, hace aproximadamente dos años, que las investigaciones iniciaron desde la administración de AMLO. Con ello cuidan que Sheinbaum aparezca como la “mala del cuento”, que anda en plena “cacería de brujas”.
El riesgo de los espejos rotos
Finalmente, hay un riesgo que el oficialismo parece entender bien: un movimiento que basa su legitimidad en la unidad puede resquebrajarse si se normaliza el fuego amigo. La 4T llegó al poder denunciando el saqueo de los gobiernos anteriores, no el de los propios. Cambiar ese eje implicaría ceder la narrativa a los adversarios, algo que —al menos por ahora— no están dispuestos a permitir.
En política, a veces no basta con tener la razón: hay que cuidar la historia que se cuenta. Y la historia que la 4T quiere seguir contando es una sola: la de la continuidad, sin fracturas, sin traiciones, y sin escándalos que desvíen la vista del “cambio verdadero”. Aunque para ello, haya que blindar con más fuerza la figura de quien lo empezó todo.