“Cartas de amor de Ernesto a la Revolución”
(Entrada de diario, Sierra Maestra, 1958)
Querida Revolución:
Hoy te confieso que me duele el pecho, no sé si por el asma o por ti. A veces no me dejas respirar, y aun así sigo corriendo tras de ti como un idiota que se enamora de la mujer equivocada. Hoy subí la montaña con fiebre, asma y una mochila más pesada que un matrimonio católico. Mientras todos dormían, yo pensaba en ti. Hasta Fidel roncaba como oso; tú, en cambio, me susurrabas al oído: “¡fusila a ese desertor, que así me demuestras amor!”.
Revolución (contestando con letra roja, porque siempre quiere sobresalir): ¿Equivocada? ¡Yo soy la única que te soporta con ese inhalador y tus manías de leer a Freud en la selva! Tus otras mujeres no aguantan ni dos balas, ni dos discursos tuyos sobre la plusvalía.
Che:
No exageres. Hilda me soportó en Guatemala, Aleida me dio hijos…
Revolución:
¡Exacto! ¡Hijos! ¿Y a quién dedicaste tu verdadero cuerpo? A mí, que me llevaste de la mano al Banco Nacional de Cuba para firmar billetes como si fueran cartas de amor. A mí, que me diste las madrugadas en La Cabaña mientras fusilabas a mis enemigos.
Che (escribiendo con su prosa seca, sin metáforas):
Sí, a veces fusilar era como mandarte flores.
Revolución (riendo como viuda en funeral):
¡Qué romántico! Otros regalan chocolates, tú regalabas balas. Y no lo niegues: cuando matabas, pensabas en mí.
Che:
A veces me siento cruel.
Revolución (con labios rojos de pólvora):
¿Crees que me impresionan tus pulmones? Bah. Yo me excito con sangre, no con inhaladores, y ni te hagas el santo, Ernesto que cuando jalas el gatillo piensas en mí. Los demás tienen esposas, tú tienes balas.
Escena de celos en La Habana
Che (diario, 1959):
Querida Revolución:
Hoy me nombraron Presidente del Banco Nacional. Imagínate: yo, que no sé contar ni los cigarrillos que me fumo. Mis hijos creen que ahora sí seré un hombre de familia.
Revolución (pateando la puerta como amante despechada):
¿Tus hijos? ¡Traidores! ¿Acaso ellos cruzaron contigo la selva? ¿Acaso ellos te cargaron los cadáveres de Batista?
Che:
Bueno, pero son míos.
Revolución:
¡Yo soy más tuya! Y si firmas un billete, ponle mi nombre, no el tuyo.
Che (suspirando asmático):
Eres peor que una suegra.
Viaje de bodas al Congo
Che (diario, 1965):
Querida Revolución:
Me trajiste al África. Juraste que aquí también florecerías. Me siento como un marido engañado. Vine aquí creyendo que ibas a florecer en África, pero eres una coqueta tropical: me dejas con guerrilleros que no disparan, con curanderos que me ofrecen pociones para el asma y con mosquitos que me aman más que tú.
Revolución (fumando un puro barato):
¿Qué esperabas? Yo no soy mujer de exportación. Soy tropical, Caribe, con ritmo de tambores y olor a café. Aquí en África me da calor, me salen hongos en la conciencia.
Che:
Entonces, ¿me usaste de turista?
Revolución:
Te usé de prueba. El amor verdadero fracasa y regresa. Pregúntale a tus mujeres: ninguna vuelve, solo yo.
Che:
Entonces, ¿me mandaste al Congo a fracasar?
Revolución:
Te mandé a demostrar que eres fiel. Un amante de verdad fracasa conmigo y regresa por más. Tus hijos lloran, tus esposas hacen maletas, pero tú siempre vuelves.
Che (tosiendo):
Eres peor que el asma. En más eres como mi asma: inútil, dolorosa y fiel.
Revolución:
Y sin embargo, me prefieres.
(Bolivia, 1967)
Querida Revolución:
No me diste ni cama ni cena. Solo una escuela mugrosa en La Higuera y un ejército boliviano que juega a las escondidas mejor que yo y soldados que me cazan como a conejo asmático. Estoy cansado, me duelen los pulmones y sé que mañana me matan, pero aun así pienso en ti.
Revolución (susurrando celosa):
Pero mueres mío. No mueres de asma, no mueres en la cama de Aleida, no mueres en el regazo de tus hijos. Mueren tus huesos para mi altar.
Che:
¿Y qué me das a cambio?
Revolución:
Un póster en cada cuarto de estudiante burgués, camisetas en cada adolescente que nunca leerá a Marx y la gloria eterna de los que nunca te conocieron.
Che (con ironía, último apunte):
Así que al final, querida, me matas para convertirme en souvenir.
Revolución (cerrando el diario con su puño de mujer celosa):
Calla, que te ves más guapo muerto que administrando azúcar. Y pensar que podías haber muerto gordo y burgués en un sillón leyendo a Neruda. Pero te iras feliz, porque ningún hijo, ni esposa, ni patria logró lo que yo: que murieras conmigo.
Epílogo
Nadie sabe si el Che murió asmático, mártir o cornudo. Lo cierto es que su verdadero amor no fue una mujer con faldas, sino una señora histérica llamada Revolución, que nunca lo dejó dormir tranquilo… ni respirar.
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