Cientos de campesinos y algunos pescadores, gran parte de ellos maya hablantes provenientes de la pobreza que lacera las comunidades rurales de Yucatán, acudieron a Mérida a un tianguis organizado por el gobierno del estado a vender sus productos de manera directa.
El gobernador Joaquín Díaz Mena inauguró el Mercado Renacer del Campo Yucateco en el Parque La Plancha, a donde acudieron unos 300 productores de 56 municipios para vincular de manera directa a productores con consumidores, sin embargo, se impuso la generosidad de la gente sobre las leyes de la oferta y la demanda.
Los productos
Sobre una hilera de mesas colocaron sus escasos productos propios de su huerto de traspatio, yuca, chaya, maíz, piña, miel, calabaza y algunos cítricos, cuyos precios eran superiores a los que comercializan grandes productores y distribuidores, lo mismo en mercados y centros de abasto que en tiendas de autoservicio.

En la mesa de una vendedora del municipio de Tixkokob, dos piñas de regular tamaño llamaban el interés de los visitantes, cada una a un costo de 80 pesos, cuando en la Casa del Pueblo, incluso en el mercado popular de Lucas de Gálvez, se ofrecen a 40 o 45 pesos, y lo mismo en tiendas de marca en los llamados “miércoles de plaza”.
Las amas de casa, los padres de familia, que acudieron al sitio saben de los precios en el mercado de productos básicos obligados por una creciente inflación que golpea el poder adquisitivo de los consumidores.
Un productor de Cansahcab vendía bolsas de plástico con unos ocho limones cada una a 10 pesos, el valor que impera por kilogramo en muchos sitios de venta de la ciudad, dado que los principales productores de cítricos del estado aprovechan la cosecha de la temporada y comercian en grandes cantidades.

Los productores lo mismo de Valladolid, Tizimín que de Ticul y Tekax llegaron a La Plancha alentados por la posibilidad de vender sin los intermediarios que duplican y triplican los precios, pero no contaban con los grandes distribuidores que introducen los productos del campo a menores costos a los consumidores.
Por eso, la gente, con más gesto de solidaridad que conveniencia, adquirió lo mismo camote, nopales de pencas, papayas verdes, naranjas, cilantro y rábanos de los oferentes, hombres y mujeres de ropas modestas y rostros percutidos por el sol alentados por la esperanza de obtener un ingreso más.
Pagar un poco más, sólo por ayudar
Se manera modesta, exhibieron algunos artesanos de Peto, Teabo y Maxcanú sus productos de animales y máscaras mayas de madera, muñecas, blusas, hipiles, hamacas y rebozos con la idea de ganar unos pesos.

El improvisado mercado se convirtió en un espacio de convivencia social, una interacción para conocer las condiciones de vida de esos productores que subsisten, por no decir sobreviven, con la venta de sus productos en sus comunidades.
En el aire quedaron esas palabras del funcionario que inauguró con bombo y platillo dicho espacio “creado para vincular de manera directa a productoras y productores con consumidoras y consumidores, promover un pago justo al trabajo del campo y fortalecer la economía local mediante el consumo responsable”.
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