Para Elisabetha Gruener, diciembre brilla distinto. La actriz y directora recuerda la Navidad como la temporada más luminosa de su infancia: música, primos, juegos y la chispa festiva que su mamá, Susana Zabaleta, encendía en cada rincón de la casa. Desde niña abrazó la ilusión de Santa Claus, los Reyes Magos y un árbol que siempre guardó historias familiares.
Cada año, Elisabetha viaja a Monclova, Coahuila, donde la espera la familia materna. “Siempre la pasamos en Monclova, con mi abuela, con la familia de mi mamá. Es el único momento del año en el que sí nos juntamos todos”, comparte. Diciembre actúa como un imán: reúne a tíos, primos, sobrinos y amistades que también encuentran un lugar en la mesa.
Entre sus recuerdos favoritos aparece una Navidad inolvidable. Ese año recibió el regalo más emocionante de su infancia: Barbie: Las 12 princesas bailarinas. “Se volaron la barda”, dice entre risas. “Yo era chiquita y dije: ‘¡wow!’”. El juguete ya no la acompaña, pero la enseñanza de su mamá sí permanece: cuando otra persona puede disfrutarlo más, vale la pena regalarlo.
La Navidad en casa de su abuela Enriqueta respira memoria y cariño. Los adornos del árbol guardan fotos de Elisabetha y de su hermano cuando eran bebés. Cada diciembre, esas pequeñas cápsulas del tiempo regresan a su lugar. En la punta del árbol sigue firme un ángel giratorio, tan viejo como entrañable, que ahora provoca ternura… y carcajadas.
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La cena surge del trabajo en equipo, aunque las mujeres de la familia marcan el ritmo. “Todas son muy dominantes”, bromea Elisabetha. Ella intenta ayudar, pero prefiere colaborar en la limpieza. En los últimos años, su abuela dejó el pavo y ahora sirve bacalao, un platillo que ya se convirtió en el favorito de la noche.
También guarda en la memoria un ritual de Año Nuevo. En Tepoztlán vivió una limpia con un chamán, una experiencia que la llevó a reflexionar sobre lo que quiere soltar y lo que desea trabajar en cada nuevo ciclo.
Este diciembre planea recibir el 2026 junto a su mamá, como en los últimos años. Y resume su propósito en una frase: “Hacer más con menos.”
Porque, para Elisabetha, la magia de Monclova no depende del tamaño de la fiesta. La verdadera celebración nace de la energía que corre por la casa… y del amor que nunca falta.






