Ciudad de México, 8 abr. (AMEXI).- Cual Torre de Babel, este día la UNAM albergó a miles de personas, desde científicos, astrónomos, académicos y estudiantes, hasta chamanes, charlatanes, curanderos, supuestas adivinas y limpiadoras de aura rodeadas de xoloitzcuintles, bohemios, músicos, ambulantes, hippies, familias y toda clase de fauna urbana con el único fin de ponerse en sintonía con el Universo y presenciar en vivo y a todo color el eclipse de Sol en la explanada de Rectoría y en las Islas de Ciudad Universitaria.
Desde las 6:30 de la mañana comenzaron a arribar decenas de personas, algunas en automóviles acompañando a los estudiantes que sí tuvieron las primeras clases, aunque no lo crea la mayoría de la gente, y quienes aprovecharon para encontrar, desde luego, los mejores lugares para estacionarse y para instalarse en primera fila con todo y mantel, platos, sillas, copas de vino, cartas, frazadas, viandas y botanas… ¡ah!, y lo más importante, telescopios apuntando al infinito.
Y digo al infinito porque el astro rey aún no daba signos de vida y los inexpertos astrónomos juveniles y algunos despistados chamanes no sabían a ciencia cierta ni incierta por dónde se le iba a ocurrir aparecer.
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Pero eso era lo de menos, lo significativo era estar presente, no perderse ese momento cumbre, estelar en la historia, para tener algo qué contar a sus hijos y nietos, o tal vez a alguna novia a la que en un futuro se quiera impresionar.
Conforme los minutos avanzaron y el día se abrió paso ante la oscuridad, la caravana humana y de vehículos, de sur a norte, pero más de norte a sur, se intensificó y como arroyos humanos y grandes ríos de metal con motor desembocaron en CU.
Poco a poco se fueron llenando los espacios
Las ya famosas islas universitarias se fueron llenando de colores, olores y sabores diversos, muchos pantalones cortos y bermudas, algunos tops, miles de pantalones de mezclilla, pocos uniformes de estudiantes de medicina, odontología y enfermería, pero sí miles y miles de mochilas, esta vez sin libros, hoy cargadas de cámaras, filtros y lentes de fotografía y especiales para ver eclipses, además de bronceadores y muchos protectores solares, sombreros, gorras y otros objetos no propiamente para la enseñanza.
Para las 10:30 horas, Ciudad Universitaria era un hormiguero humano visto desde algunos drones; el entusiasmo de la juventud y la niñez se mezclaron con la capacidad aún de asombro de adultos, en especial de los más viejos, que incluso algunos en sillas de ruedas y sin la agilidad para moverse acudieron a ese manantial de sabiduría que es la Universidad Nacional Autónoma de México, a fin de apreciar el fenómeno del año y de la década, aunque en la Ciudad de México sólo fuera a presentarse en 75%, no como el total en Mazatlán, Sinaloa, a donde sólo los privilegiados como el presidente Andrés Manuel López Obrador y su séquito de incondicionales acudieron a verlo.
Todo era fraternidad y quienes tuvieron la suerte de adquirir, aunque fuera hasta en 200 pesos, los últimos lentes o filtros solares para ver el eclipse, prestaban sus aditamentos a los menos afortunados, que no previeron la gran demanda que habría de esos objetos de ocasión.
Los amantes de la astronomía y algunos aficionados que poseen telescopios los instalaron en lugares estratégicos y, sin un asomo de envidia, invitaron a los asistentes a formar filas y, uno a uno, por un lapso de 10 segundos, que valieron las horas de traslado, pudieron apreciar el espectáculo en todo su esplendor y de cerquitita.
Los chavos más listos del grupo enfocaban el telescopio cada determinado tiempo y sus acompañantes, generalmente señoritas, pedían cooperacha para el dueño del apreciado instrumento científico, que amablemente les permitía apreciar la belleza del fenómeno.
Algunos hasta marcianos y aliens vieron, según parece, tal vez debido a algunas yerbitas que se consumieron en toda la fiesta astronómica que se vivía.
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Otros más organizaron elegantes picnics astronómicos, ¡ojo!, no gastronómicos, con botellas de vino, quesos y galletas. Los menos pudientes se conformaron con papas y cacahuates con una coca o una chela.
En unos grupos se jugaban cartas españolas o póker, en otros más escuchaban música, y los menos, debido a la desmañanada de plano se durmieron tirados en el pasto, o lo que queda de él, por la sequía que azota al país.
En otra área se observaba a un supuesto brujo que con puro en los labios y yerbas, éstas no tan potentes como las que consumían los visores de marcianos, limpiaban a quien se dejaba engañar.
También hubo un ambiente esotérico
Todo el set estaba bien montado, frazada multicolor en el piso frente a una tienda de campaña, caracoles, piedritas raras y de colores, yerbas, tres o cuatro perros xoloitzcuintles, de esos pelones y prietos que acompañaban a los aztecas, el brujo con una banda multicolor en la frente, cabellos largos y grasientos, acompañado de una mujer que ofrecía las “limpias energéticas”, que son de “gran beneficio y potencia debido al eclipse”, aseguraba.
Más de un ciento de asistentes se la tragaron y se dejaron llevar de la mano del “maestro limpio” que los limpió de malas vibras con yerbas, les echó humo de su puro en el cuerpo y los metió a la casa de campaña para redondear su actuación, ahí sí ya no vimos qué pasó.
Más adelante, otro fulano ofertaba atrapasueños, piedras de ámbar, incienso, y diversos amuletos que recibieron todas las radiaciones y vibras benéficas del eclipse de esta mañana y tarde astronómica-mágica-esotérica-musical en un multifacético y diverso campus universitario, el más importante de México y de América Latina.
Al fondo se instaló un gran escenario donde grupos musicales ofrecieron diversas presentaciones que causaron algarabía y fiesta entre jóvenes y viejos.
También se instaló un Planetario móvil que tenía gran aceptación y asistencia, y una enorme, enorme, enorme fila, pues su capacidad era para 30 personas y la presentación, esta sí científica, duraba media hora cada una.
Lo que fue insuficiente, como en todo el país en estas fechas, fue el agua, que en garrafones se acabaron en menos de lo que canta un gallo.
Hasta la Coca Cola aprovechó el espectáculo natural para instalar un stand, donde muchachos y jovencitas simulaban ser grandes «rockstars».
Ya entrada la tarde, Ciudad Universitaria se fue vaciando, se fue apagando, y los encargados de limpiar el desorden entraron con grandes bolsas de plástico color gris para recoger botellas de pet, bolsas de frituras y basura, a fin de dejar impecable el campus para otro día normal de cátedras… o hasta el próximo eclipse.
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