Por: Gustavo Tatis Guerra
La selva que pinta César Bertel (Cartagena, 1957) busca que la pupila humana reinvente un horizonte infinito que se abre hacia otra selva aún más profunda, casi delineada por la sombra y la neblina, entre el cielo y la tierra.
Bertel no solo pinta la nervadura de la hoja y los lampos de luz en la corteza de los árboles, el temblor del colibrí y la sombra de su vuelo en el aire, pinta con virtuosismo cada gota de tiempo vertiginoso y tornasolado que vibra más allá del pájaro y la selva, a medida que lo contemplamos.
El artista nos sorprende con su exposición monumental “Colombia Amazónica”, integrada por 26 obras, que se exhibe en el Palacio de la Alcaldía de Cartagena. Al recorrerla asistimos a dos gigantescas perplejidades: la nostalgia de la armonía de la selva, en su batalla por librarse de los desatinos humanos, y la confirmación de que estamos ante el mejor acuarelista viviente de Colombia.
César Bertel descifra la Colombia Amazónica
Junto a esas perplejidades hay dos más: es la primera vez en la historia de Cartagena que se exhibe la obra majestuosa y excelsa de un artista cartagenero en la galería de los alcaldes en el palacio de gobierno, y es un acontecimiento histórico el que los pasillos de ese palacio en la Plaza de la Aduana se haya convertido en una inmensa galería de arte.

La exposición promovida por la Alcaldía de Cartagena y el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, es un acontecimiento cultural y artístico en la vida de Cartagena en 2024, y es un hito que impacta en la coyuntura del destino ambiental de la nación y de las políticas públicas de preservación del ecosistema.
El artista, creador de la acuarela Pachamama (2008) la más grande del mundo (12 metros de largo, por 1 metro y medio de alto), no solo desafía los formatos convencionales, sino que reinventa la técnica universal de la acuarela, en formatos grandiosos sobre papel entelado, exigiéndose en cada obra no solo un fino papel que trae desde Italia y Francia, sino un riguroso trazo de maestro del dibujo y la pintura, que asimila lo mejor de la tradición occidental y oriental.
El artista sorprende con su exposición monumental
Cada pintura es hija de la observación, la curiosidad y la contemplación de quien durante más de treinta años ha recorrido la selva amazónica, explorándola de día y de noche, descubriendo fauna y flora, y sumergiéndose en la memoria de un paisaje sagrado que cada vez que vuelve a él encuentra señales pavorosas del despojo, la depredación y el dolor de las ausencias.
Bertel confiesa que cada vez que regresa al paisaje de Orito, en el Putumayo, la vegetación amazónica, ya no encuentra los paisajes que en su momento eran monumentales.
“Me duele-dijo- la destrucción de la selva. Me duele saber que esos paisajes que yo recorrí, ya no existen”. Entonces los pinta para devolverlos al esplendor de la memoria y para recordarle a los espectadores que en la selva se conjugan las dos pulsiones, la de eros y tánatos, la vida y la muerte, el esplendor y la decadencia. “Se nos olvida que somos producto de la naturaleza, que formamos parte de ella, y nos creemos pequeños dioses en el vértigo de las tecnologías y las inteligencias artificiales”.
Una selva infinita
La selva de César Bertel vibra, aletea, se sacude, tiembla y se eleva desde las fuentes de agua hasta los más recónditos cogollos del invierno.
Es una selva captada desde la zona media del paisaje, lo que permite que el espectador se sienta inmerso en la selva que contempla, y a su vez, observado por la sutil mirada del colibrí o el tití cabeza blanca. Más allá de las hojas enormes que crecen en la espesura, los bastones del emperador, las heliconias, las victorias regias, despierta en la penumbra más densa, otra selva bajo el ragazo invisible del cielo.

Es una selva delineada con sutileza, como quien descubre el paraíso más allá de la neblina, para que el espectador entre a ella con su imaginación, la recree a través de los verdes matizados de las hojas nacientes y las hojas amarillas a punto de caer, con su luz manchada de ocaso.
El temblor erizado y azulado de “Ríos de la selva” logra en su magnitud de 140 cms x 200 cms, atrapar la doble transparencia del cielo y la vegetación en el agua. El túnel de sombras es una constante luminosa en toda su obra, la sombra de la selva en sus minúsculos y mayúsculos milagros.
Una selva delineada
La obra “Colombia Amazónica” (2021) tiene un formato de 140 cms por 3 metros. Y en esos detalles casi sugeridos e invisibles están las mariposas, las libélulas, las hormigas, los colibríes, el tití cabeza blanca, y la sombra de cada criatura y cada paisaje hace más intenso la exploración de estas obras. Si la libélula es casi invisible en su transparencia, Bertel pinta la sombra de esa libélula con su transparencia, como una gota de tiempo que se desliza entre las hojas.
En la acuarela “Plenitud amazónica”, una obra bidimensional de 140 cms x 2 metros, todo se eleva en el instante en que contemplamos la obra. La garza está a punto de sacudirse en su silencio. El cielo vibra bajo las alas de las guacamayas. Bertel dice que no le gusta pintar guacamayas detenidas en una rama. Las pinta siempre volando.
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En la obra “El vigilante de Pantelaria”, el diminuto pero ineludible tití cabeza blanca, es el guardián de este milagro. Cuando el artista pintaba esta acuarela, sintió rondar los titíes cabeza blanca bajo el cielo de Turbaco. Y entonces pintó uno de ellos con su mota blanca erizada y la mirada profunda de quien escudriña el verdor del paraíso en su mudez florecida.
Memoria del paraíso
Además de recorrer la selva, Bertel se hizo amigo de sus guardianes de la tierra y del cielo, como el chamán inolvidable, el Taita Querubín Queta, quien consagró su vida a preservar ese paisaje y aleccionó a los seres humanos del cuidadoso y amoroso manejo de la naturaleza y de la amenaza de la depredación de los recursos. Bertel regresa con frecuencia a los paisajes de sus pinturas. No se basa en fotografías. Pinta la memoria de lo vivido y contemplado con maestría, y devoción por los detalles. Su trayectoria ha sido reconocida como uno de los cien mejores acuarelistas del mundo. Ha deslumbrado a espectadores en exposiciones en Singapur, Suiza, China, Munich, Namur, Bélgica, París, Madrid, Washington, y después de diez años, regresa a exponer en su ciudad natal, Cartagena de Indias.
La vida me premió con el privilegio de verlo pintar y de asistir a la gestación de su Pachamama y la de compartir la génesis de algunas de sus prodigiosas pinturas. En sus acuarelas como presencias del amanecer y del atardecer aletean los colibríes, considerados por los mayas, los aztecas y los indígenas zenúes como mensajeros de los dioses.
A comienzos de 2024 viajamos juntos al Casanare y recorrimos paisajes selváticos, gracias a la inmensa generosidad de nuestros amigos Gerald Gasmann y su esposa Carmen, y en un instante del viaje Bertel descubrió bajo un alero de palma una familia de colibríes que dormían en el regazo de la selva. Fuimos testigos silenciosos de otro milagro de su arte. Como si los colibríes dormidos empezaran a despertarse en un nuevo lienzo de César Bertel.