En cada rincón de México, las ofrendas de Día de Muertos se alzan como pequeños templos de memoria: retratos, pan de muerto, veladoras, papel picado, frutas y copal. Todo dispuesto para recibir, una vez más, a las almas que regresan del Mictlán.
Pero, cuando el bullicio se apaga y el incienso se disipa, llega una pregunta que muchos se hacen en silencio: ¿cuándo es momento de quitar la ofrenda?
Según la tradición, las almas llegan a partir del 28 de octubre y se despiden el 3 de noviembre. Cada fecha tiene su visitante especial:
El 1 de noviembre se rinde homenaje a los santos y los pequeños difuntos; mientras que el 2 de noviembre a los adultos.
Así que el 3 de noviembre marca, simbólicamente, el final del viaje espiritual, por lo que la mayoría de las familias mexicanas retiran su altar ese día o el siguiente.
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Desmontar el altar, un gesto de gratitud
Lejos de ser un acto rutinario, quitar la ofrenda es un rito de despedida. Algunas familias encienden una última vela o rezan una oración antes de guardar las fotografías.
Otras reparten el pan de muerto o las frutas y el resto de los alimentos que se colocaron como símbolo de compartir la abundancia con los vivos.
Las flores, ya marchitas, se entierran o se colocan en jardines como ofrenda a la tierra. Lo importante, dicen los mayores, no es el día exacto, sino la intención del corazón.
La tradición en tiempos modernos
En muchas ciudades, los altares permanecen hasta el 5 o 6 de noviembre, sobre todo en escuelas, plazas o museos, donde las ofrendas se convierten en expresiones de arte y memoria colectiva.
Aun así, los guardianes de la tradición recuerdan que el Día de Muertos no termina con la fiesta, sino con el acto de dejar partir a los difuntos, agradeciendo su visita.
Cuando la última vela se apaga, queda el eco de las risas, los aromas del copal y la promesa de volver a encontrarnos el próximo noviembre, porque en México, recordar es una forma de mantener vivos a los que amamos.







