En los últimos tiempos ha habido esfuerzos por reconocer la participación femenina en la construcción de nuestra historia. El 2 de octubre no se olvida a las mujeres presentes en el movimiento estudiantil que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz convirtió en un episodio negro de la historia reciente de México. Pasaron casi cinco décadas para reconocer a la otra mitad.
El libro Ellas, las mujeres del 68, de la periodista Susana Cato –con prólogo de Elena Poniatowska– (Proceso ediciones), reúne 18 entrevistas con testigos y protagonistas, como Ignacia Rodríguez La Nacha –estudiante de Derecho encarcelada con la Tita Avendaño– que, como cada año, estuvo a la cabeza de la marcha en Tlatelolco.
No se olvida. “Ellas no lo olvidan. Nosotros tampoco”, escribe Cato. La represión abarcó las artes, como lo atestiguan en el libro la actriz María Rojo, la pintora Rina Lazo –colaboradora de Diego Rivera–, la trágica historia de la poetisa uruguaya Alcira Soust. Olimpia Coral –impulsora de la Ley Olimpia– escribió sobre Ellas, las mujeres del 68 en su página de Facebook:
“A la Tita, a la Nacha, a Adelita Castillejos, a Margarita Isabel, a Alcira, a Elisa Ramírez, a las Marías, a Estrella, a Laurita, a Rina Lazo, a Esther, a Beatriz Alicia Pérez, a las no nombradas, a las silenciadas, a las muertas, a las no visibles, a las que de tanto insistir el Consejo Nacional de Huelga se dio cuenta de que con el sentido práctico de las mujeres llegaban más rápido.”
AMEXI presenta aquí la entrevista de Susana Cato con Olivia Revueltas, hija del escritor José Revueltas –también preso en el 68–, una de las grandes jazzistas de México, pianista y compositora, fallecida hace apenas un año.
“Ellas, las mujeres del 68”
Por Susana Cato
Olivia Revueltas: “Vivimos en la prehistoria”
En su casa que remite a otros siglos, con lámparas Art Noveau y antiguos mosaicos de talavera, frente a un piano increíble con laterales de seda turquesa, la voz de Olivia Revueltas parece provenir de otro espacio: la emoción y la memoria. Es jazzista. Hija del escritor José Revueltas y la maestra Olivia Peralta Torres:
“Mi historia es muy simple y muy sencilla. Se dio el movimiento… ¡qué movimiento más bello, más hermoso! En ese momento yo estaba embarazada de mi primera hija. Tenía 16 años. Cuando mi mamá se dio cuenta enfureció tanto que me corrió de la casa. Y me fui a vivir a uno de los cuartos que se rentaban en una casa grande, a una cuadra de la parte más hermosa de Reforma. Era una vecindad donde vivían muchos músicos. Arriba habitaba el contrabajista Jorge Rojas… ahí estaba yo ese 2 de octubre”.
Y aunque la mayoría de la prensa lo ocultaba: “Toda la ciudadanía estaba bien enterada de lo que sucedía. Yo tenía ocho meses embarazada. Oía sobre la represión y eso me hacía hervir la sangre. No podía estar en el movimiento, pero salía caminado despacito, ya estaba muy barriguita y me sentaba en las bancas de piedra de Reforma a ver pasar a los compañeros, con la gente común y corriente a mi alrededor.
“En realidad, estaba con el pueblo: había señoras con las bolsas del mandado, había doctores, había oficinistas, había secretarias, había cargadores del gas, cargadores del agua y todos aplaudíamos cuando pasaban y repetíamos a gritos las consignas de los compañeros.
“Yo tenía muchas ganas de ir porque sabía que probablemente encontraría ahí a mi papá. Entonces veía pasar toda la marcha. Y quién me iba a decir que de todos los que pasaron quién sabe cuántos de ellos ya no abrieron los ojos.
“Sólo por tener a mi niña en la panza yo no podía estar en el movimiento. Ganas no me faltaban. Desde chiquita fui muy rebelde. Y siempre estuve del lado de mi papá. Entonces cuando había marchas yo ahí estaba, pero en esa ocasión ya no podía ni caminar. Entonces creo que Vina me salvó la vida. Porque la crueldad fue grande, mataron por el estómago a mujeres embarazadas…”
Y Olivia, sentada allí, en la banca de piedra de Reforma, con las manos sobre el vientre, mirando, ora sí con embeleso, cómo pasa la retaguardia, porque eran estudiantes y estudiantes y estudiantes… Inacabable.
“Fue muy interesante estar del lado de la gente común porque había un entusiasmo tan grande, todos aplaudíamos y a veces hasta me paraba (con todo y barriga) y luego todos, es decir, marchantes y espectadores, cantaban el Himno Nacional, era una cosa espectacular, hermosa…”
–Ahora sí que no se olvida.
“No. No se olvida”.
“Termina por fin de pasar la retaguardia y me voy a mi cuartito, no recuerdo la calle, a una cuadra de Reforma, en la casa grande, antigua, muy bonita. Y al ratito, como a las siete de la noche, empiezo a oír ambulancias y ambulancias y ambulancias. Ya como a las ocho, dije: ‘Ya los atacaron’. Me puse tan mal… pero ya no podía yo salir, en plena noche. Estuve calladita en mi cuarto. No había teléfono. No había comunicación. La ciudad se empezó a permear de miedo.
“Es mi propio recuerdo, pero al oír pasar una ambulancia, una tras otra, una tras otra hasta las seis de la mañana. La sensación de sangre derramada es lo que único que se percibe. Yo apagué la luz, no quería que me vieran”.
Y pasó esa noche acariciando su panza, sumergida en la paranoia:
“‘A lo mejor me vieron y vienen a matarme o a detenerme’, y me hacía chiquita chiquita y trataba de no hacer ruido. Pero el ruido que sí seguía era el de las ambulancias y las ambulancias, hasta las seis de la mañana. No es uno tonto para no imaginar…”
“Y la prensa vendida:
“Al día siguiente sale en La Prensa: ‘Veintiséis muertos’”.
Olivia Revueltas suspira. Parecen suspirar con ella las teclas de sus pianos.
“Una amiga, poetisa, Paola de Allende, que vivía en Querétaro, me dice: ‘Olivia Revueltas ¿qué haces aquí?’. Y me ve embarazada, me jala a un lado y susurra: ‘¡Capta la situación!, tráete lo más importante que tengas en ese cuarto y vámonos a mi casa’”.
Entonces sacó lo más importante que tenía en ese cuarto: “mis partituras”. Paola la lleva a su casa, la alimenta, consigue el doctor para el parto.
Un día, en noviembre, ambas se encaminaron al consultorio para saber la fecha.
“Esto era en Insurgentes. Paola de Allende cruzó conmigo la calle y esperábamos el camión. Allí, frente a nosotros, está el kiosco de periódicos y lo que veo en ese momento me parte la madre: ‘¡José Revueltas preso!’. A ocho columnas, en todos los periódicos. Fue inaguantable mi impotencia de no poder asistirlo, de no poder estar con él.
“Iba a parir en esos días y veo la noticia reventada en mi cara y en mi niña. La vimos las dos, Vinita estaba en mi panza, sintiendo todos mis sentimientos y así. Para ambas fue brutal ver que habían capturado a mi papá.
“Pero cuando di a luz a mi niña… ha sido el día más feliz de mi vida, de verdad. Yo no sé si aluciné, pero veía muchos globos de colores, y sentí una felicidad como no la he vuelto a sentir”.
Olivia ríe. Tenía 16 años.
“Yo era una rebelde de verdad. Y es que cuando ves que las cosas a tu alrededor no son correctas, entonces te enojas y pateas y te rebelas y marchas y gritas y vociferas…”
–Pudo ser herencia de tu padre.
“Por supuesto”.
La rebelde
“En ese tiempo mi mamá dice: ‘Ay, pobrecita muchacha’, y me recoge de nuevo. Y un día que mi mamá manejaba, pasamos por Tlatelolco en su Vochito, yo sentada atrás cargando a mi bebé, Vina, que estaba chiquita.
“Pero soy tan, tan rebelde, que estaba un militar con su arma de fuego, pasamos junto a él y yo le hago la ‘V’ de la victoria. Atreverse a eso podía dar terror. Y es que nos rompieron la madre tantos años. Hasta ahora”.
José Revueltas
Sus padres se separaron cuando era niña.
“Una temporada viví con él en la colonia Escandón, en la calle de Unión. Vivíamos en un departamento que tenía un vidrio roto. Por ahí el repartidor de periódicos le pasaba el periódico a mi papá.
“Éramos muy pobres, muy, muy, muy pobres”.
El único lujo que había en su casa eran libros por todas las paredes. “Cubrían todo, creo que era la segunda pared de la casa. Yo a los trece años ya había leído El lobo estepario, de Herman Hesse; Canek, de Ermilo Abreu; a José Arreola… entonces era yo muy inquisitiva”.
José Revueltas tuvo seis hijos: cuatro de su primer matrimonio, y Román. “Y una niña en Cuba, Moura, hermosísima”.
–¿Era un padre cariñoso?
La jazzista responde con lo que más ama: la música.
“Ay, claro. Me bailaba ‘El ratoncito Miguel’. Cuando se fue a Cuba y tuvo a mi hermana, llegó y yo creo que le cantaba eso a ella”.
No lo tuvo siempre cerca:
“Cuando yo nazco ya no hay papá en la casa, pero no soy tonta. Desde niña absorbí que mi papá era un genio especial, lo cual había que respetar. Y cuando apenas tenía ocho años, dije: ‘Mi papá lucha por México’. Y entonces cuando él venía a la casa se quedaba hable y hable y hable. Todo mundo se iba a dormir, yo no.
“Me decía: ‘Compañera: (porque me decía compañera) cuídate de la fama. La fama no, compañera’. Entonces yo pensaba: ‘¿Por qué me dice esto?’, y lo absorbía, pero yo todavía no era nadie”.
Por otro lado, “mi madre era maestra especializada en historia y literatura, una mujer de mucha lucha, porque mi papá, como periodista, a veces no llevaba dinero a la casa. Ella era egresada de la Escuela Normal Superior cuando la Normal era una chingonería. Cuando la Normal era superior…”
La música
Desde que Olivia tuvo memoria, su respiro fue la música. “Hasta que le digo a mi mamá: ‘Quiero la música, quiero la música’”.
En ese tiempo su mamá trabajaba en diez escuelas al día. Y en la tarde era directora de la escuela 14 de abril. “Yo casi no la veía, porque se iba a las seis de la mañana y regresaba a las diez de la noche.
“Entonces le digo, quiero el piano, y mi mamá, pobrecita, siete mil pesos le costó. Me compró el mejor piano del mundo, con un cuarto de cola, pero vertical. Era de caoba, Marshall & Wendell, de Nueva York, y adentro, en el alma de acero donde van todas las cuerdas, decía en inglés: ‘Este piano ha sido construido solo para los amantes verdaderos de la música’”.
A los trece años hizo sus primeras composiciones.
Un día vino mi padre, tan hermoso, sin barba. Trabajaba en los periódicos, de traje, con su corbata, papacito.
“‘Hola compañera ¿cómo estás?’, dijo. Y de repente: ‘A ver, toca’. ¡Íjole! y yo sentí el miedo. Sabía lo estricto que era mi padre y mi familia en general, de que, si vas a ser artista, vas a serlo, pero de a de veras. Temblé… Cuando termino de teclear y volteo, mi padre estaba llorando. Me toma la cabeza con sus dos manos y me dice: ‘No, no, no, Chiquita (porque a veces me decía Chiquita), no, no, no, Chiquita, tú no, ¿por qué tú, por qué tú?’. “En ese tiempo no entendí, ahora sí”.
–¿Y qué entiendes ahora?
Que “cómo vas a meterte tú, hijita, al camino terrible del arte, tú no, tú no”.
La cárcel
Vina nació en noviembre del 68. Pero José Revueltas “sigue encarcelado 69, 70, 71. Entonces dejaba yo encargada a Vinita e iba a ver a mi papá. Fue terrible.
“Él estaba rotísimo pero estoico, un héroe, todo lo que pasaron él y los otros presos políticos cuando en 71 sueltan a los presos comunes para pegarles y robarles todo, sus escritos y todo. Le destrozaron la máquina de escribir, le pegaron en la quijada, son historias verdaderamente salvajes”.
Hace unos días la nominaron para el Premio Nacional de Artes y Literatura, “y no aceptamos. ¿Por qué no? ‘Porque mi padre aún no ha sido absuelto’”.
–Salió de prisión sin… “Sin ser absuelto. Murió sin ser absuelto”.
La compositora
–¿Tienes alguna canción o poema sobre el 68? “No, no he podido asimilar tanta infamia, tengo música para dedicar a las madres y mujeres de tanto chingao desaparecido, se llama ‘Mujer herida’.
Hay un silencio. Después escuchamos, en jazz, un lamento único que brota de los dedos de Olivia sobre las teclas. Parece que las notas repitieran un rezo que se extiende por todo México, con tragedias infinitas.
Tras una huelga de hambre por esta causa, sufrió más que hambre: Le suspendieron conciertos en las universidades. “En el bar Nuevo Orleans de San Ángel, el dueño, Octavio, me dice: ‘Oye, Olivia, fíjate que ya contraté a nuevos músicos’. Y en otro bar, el Chateau, pasa lo mismo. Se hace una junta familiar en la casa con mi hermana Andrea y Philippe, que es francés, y me dice: ‘Oye, pues te tienes que ir del país, Olivia, no te vayan a desaparecer’”.
Un amigo pianista, Marlow Wolf, la invita a Estados Unidos y dice ‘tú venir acá’. Y le digo ‘bueno, pero ¿tengo que lavar casas?’ ‘No, no, no, no, no, tú dar clases de piano’. Y yo: ‘¿de veras Marlow?’. ‘De veras. Yo ya comprar tu boleto de avión’.
William Simcock
“Mi vida se divide en dos: antes de Bill y después de Bill. Me cuidaba como nadie en la vida. No me dejaba agarrar un cuchillo. Me gritaba, pero con amor: ‘¡Olivia! ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas que eres pianista? No tenemos tus manos aseguradas’”.
Se quedó allá veinte años. Como música, fue para ella un período grande. “En Estados Unidos compuse lo mejor de mi música, que es el disco que va a salir. Se va a llamar Tercera llamada, en memoria de William Raley Simcock”.
Su esposo muere y Olivia regresa a México. Le costó trabajo pasar de una atmósfera suave a esta ciudad cada vez más abrumadora. Sensación a la que se sumaban los recuerdos. Un día, por ejemplo, fue a Tlatelolco, y “empiezan a pasar los helicópteros, me dio un pánico tan grande…”
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A cincuenta años del 68
“Después del 68 quedamos mudos”.
Pero Olivia cree que México está mejor. Con su voz de diva, lee un poema que le leyó a su padre en su tumba en el Panteón Francés:
Estoy frente a tu sepulcro ¿Estás dormido? No quiero despertarte de tu sueño pero quiero platicar contigo, decirte cómo agradezco al universo ser parte de tus huesos, tener tu sangre corriendo por mis venas, decirte que cada una de mis células te ama e infinitamente te agradecen la vida, las células maravillosas que forman mis ojos, constituidas en su ingeniería magnífica para permitirme ver la luz y ver al prójimo, las células inteligentes que constantemente se renuevan para tener listas las manos con sus maravillosamente intrincados músculos, obedeciendo la orden múltiple y eléctrica de mi cerebro dictándome la música (…)
Quiero también en esta charla, en esta comunión contigo, cubrir de amor todas tus heridas, que en este instante, por una magia inexplicable, me sientas contigo por la gracia del amor que te profeso, que tus momentos infinitos de soledad, de angustia, de lucha y de tristeza, por información genética los llevo también aquí en los huesos, que sepas así que nunca estabas solo, que en otra dimensión paralela tan sólo por el milagro del amor que te tengo supieras que siempre estuve contigo. Ojalá lo sepas. Hago un reconocimiento humilde a tu inquebrantable lucha por los derechos del hombre, estoy cubriendo de amor tus párpados insomnes, si quieres te peino, te desenmaraño el pelo, como lo hacía en tu casa de Insurgentes, o mejor, te toco el piano (…)
Gracias por marcarnos con tu sangre el camino, pero para resanar la gran herida humana aún no se ha hecho lo suficiente, tú lo dijiste, vivimos aún en la prehistoria.
El piano negro de Olivia Revueltas se estremece. Inicia la melodía.