Por Jesús Mejía. Enviado.
Buenos Aires, 29 May. (AMEXI). – Señalado como una de las salas líricas más importantes del mundo, el Teatro Colón enfrentó uno de los fracasos operísticos más sonados de este siglo, ya que un escandaloso silencio se apoderó del recinto con la ópera “Einstein en la playa” del compositor de EU, Philip Glass.
Abierto a las tendencias contemporáneas, el inmueble abrió sus puertas a las nuevas creaciones con dicha puesta en escena, pero no había transcurrido la mitad de la representación, cuando más de la mitad del público que llenó el teatro abandonó las butacas.
“Se trata de una ópera con pasajes monótonos, repetitivos, con sonidos estridentes que molestaban incluso al oído”, reconoció una de las asiduas asistentes a los programas operísticos del teatro en relación a la composición de Glass (1937), conocido por sus tendencias minimalistas en la música.
Anunciada como una puesta en escena contemporánea, la obra de Glass, cuyo concepto es idea original del artista visual y escénico, “de los más destacados del mundo”, el texano Robert Wilson, en realidad fue un desordenado performance, en el que hubo de todo, menos ópera.
![Rotundo fracaso de la ópera “Einstein on the Beach”, en el legendario Teatro Colón](https://amexi.com.mx/wp-content/uploads/2024/05/PHOTO-2024-05-29-16-36-42-1-533x400.webp)
Rotundo fracaso de la ópera
Si bien las nuevas creaciones propias del surrealismo, el minimalismo y el arte abstracto, así como el atonalismo y dodecafonismo en la música marcan las nuevas tendencias en el quehacer operístico, en el caso de “Einstein in the Beach” el minimalismo de Glass no tuvo evolución, sino retroceso.
El público que llenó el teatro Colón en las representaciones de la obra de Glass el 25 y 26 de abril, ansioso de conocer novedades y sumarse a las nuevas tendencias, se sintió defraudado. Después de tres horas, la mayor parte de los dos mil 400 lugares del gran teatro quedaron vacíos.
El teatro, que ha contado con grandes exponentes de la lírica como María Callas, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, José Carreras, Luciano Pavarotti, Lily Pons, Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé y Kiri Te Kanawa, esta vez generó escepticismo, silencio y unos cuantos aplausos de quienes se autodenominan “vanguardistas”.
Los ritmos sincopados “ingeniosamente contraídos o prolongados dentro de una estructura diatónica”, como dice el programa, fueron un engaño, una simple repetición de secuencias que suscitaron expresiones de duda, decepción y reprobación entre los presentes.
El público del Colón, ávido de novedades, no se quedó estancado en Las Bodas de Fígaro de Mozart, Rigoletto de Verdi o Turandot de Puccini. Por eso llenó las entradas de uno de los más famosos recintos de la ópera del mundo, pero más que la grata experiencia se llevó una amarga decepción.
La audiencia reclama óperas contemporáneas como las de Arnold Schonberg, “La mano bendecida” y “De Hoy a Mañana”; de Adams Goodman, creador de la controvertida The Death of Klinghoffer (La muerte de Klinghoffer) o la sátira de Thomas Ades “The Exterminating Angel” (El ángel exterminador) del español Luis Buñuel.
El director de la orquesta de la ópera, Leo Warynski, pasó apuros para mantener cautivado al público por el carácter repetitivo tanto de las secuencias musicales como del coro. La composición del laureado Glass puso en el debate las creaciones de artistas contemporáneos y el concepto del arte.
![Rotundo fracaso de la ópera “Einstein on the Beach”, en el legendario Teatro Colón](https://amexi.com.mx/wp-content/uploads/2024/05/PHOTO-2024-05-29-16-36-57-1-392x400.webp)
El director de escena Martín Bauer o no pudo o no supo presentar una escena lógica, coherente, integral, sólo se limitó a lo estrictamente indicado por la dupla Glass-Wilson y propiciar con ello un caos por el tinglado de estructuras metálicas con proyecciones de imágenes abigarradas.
El fracaso del teatro Colon
El escenario detrás del telón se transformó en un set cinematográfico con un movimiento en travelling de cámara ante el rostro inmutable y casi mudo de un Einstein con secuencias en video de pruebas y explosiones nucleares, como si el libreto cuestionara su papel de padre de la bomba atómica.
Un grupo de actores representó a pasajeros de un tren en marcha, proyectados en una pantalla grande por una cámara de circuito cerrado, en secuencias escénicas y musicales –si así se le puede llamar al fondo sonoro- repetitivas y sin una referencia lógica. ¿Y dónde está la ópera? Se preguntaba el público.
Einstein fue un personaje accidental, ni obra ni trayectoria, sólo expuesto mediante imágenes de explosiones atómicas, de paisajes en blanco y negro reiterativas, con la participación de un grupo de bailarines sin lenguaje coreográfico, como parte del desorden, el caos.
Fueron casi cuatro horas de imágenes carentes de lenguaje u organización, repetidas secuencias corales de casi diez minutos de do.re.mi.fa, sol hasta el cansancio –el minimalismo enfrentado al serialismo -. Casi al final apareció la soprano Carla Filipcoc Holm, al fin una brisa en el desierto, y nada más.
Esa fue a fallida representación en uno de los escenarios épicos de la lírica.