El villancico representa una de las formas poéticas más antiguas de la lengua española y, aunque hoy se asocia directamente con la Navidad y las posadas, nació como una expresión popular ligada a la vida cotidiana. Estas composiciones surgieron en pueblos y aldeas durante la Edad Media, donde la gente común cantaba temas festivos y cercanos a su realidad.
El término villancico proviene de “villano”, palabra que en esa época nombraba a los habitantes de las villas. Con el paso del tiempo, la Iglesia encontró en este formato una herramienta eficaz para la evangelización y lo incorporó a las celebraciones religiosas, especialmente a las navideñas. Así, el canto popular se transformó en un vehículo espiritual que cruzó fronteras y siglos.
Durante el siglo XV, los villancicos llegaron a las cortes europeas, donde atravesaron un proceso de refinamiento cultural. Más adelante, en el Renacimiento, se integraron de manera formal a las ceremonias religiosas y, en el primer siglo del virreinato, arribaron a la Nueva España como parte fundamental de la vida litúrgica.

Sor Juana y los villancicos, más allá de la Navidad
El académico Jorge Gutiérrez Reyna, de la Universidad del Claustro de Sor Juana, explicó que uno de los primeros poemas en lengua española escritos y cantados en América fue justamente un villancico incluido en una obra de teatro evangelizador. La letra aludía a Adán y Eva, lo que demuestra la temprana adaptación del género a contenidos religiosos.
Para Gutiérrez Reyna, autor de una tesis dedicada a los villancicos de Sor Juana Inés de la Cruz, estas composiciones recorrieron una historia extensa y compleja: primero se culturizaron, después se sacralizaron y, en tiempos de la Décima Musa, adquirieron un marcado carácter barroco. Aunque hoy se relacionan con la Navidad, en su origen no todos los villancicos se destinaron a esta festividad.
Sor Juana Inés de la Cruz compuso 12 juegos de villancicos entre 1676 y 1691. De ese total, solo uno corresponde a la Navidad, escrito en 1689 para la Catedral de Puebla. El resto se dedicó a otras celebraciones religiosas como la Asunción y Concepción de María, San José, San Pedro Apóstol y Santa Catarina, entre otras.
Los villancicos navideños de Sor Juana, titulados Villancicos del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, se cantaron durante los maitines del 24 de diciembre de 1689, entre las 10 de la noche y la medianoche. Estos textos destacan por su juego con la homofonía, la escritura y una profunda reflexión teológica.
De expresión popular medieval a joya barroca
Cada juego de villancicos se compone de ocho poemas divididos en tres nocturnos. Los dos primeros incluyen tres villancicos cada uno, mientras que el tercero presenta dos piezas: un villancico y una ensalada, una composición plural donde interactúan varios personajes y formas métricas.
En el periodo barroco, el villancico funcionó como un espacio de experimentación poética y musical. Carecía de una forma rígida y adoptaba diversas métricas, siempre con coplas y estribillo, estructura que aún se conserva en las canciones actuales.
En los villancicos de Navidad, Sor Juana centró su atención en el niño Dios y desarrolló reflexiones complejas sobre su nacimiento. Uno de los más llamativos vincula el nacimiento con la muerte de Cristo, una paradoja que subraya la misión redentora del catolicismo. En versos como “Pues mi Dios ha nacido a penar…”, dos voces discuten si el niño debe velar o dormir, asociando el sueño con el ensayo de la muerte.
Aunque Sor Juana mostró un espíritu crítico y combativo en buena parte de su obra, sus villancicos navideños mantuvieron una ortodoxia religiosa clara. No ocurrió lo mismo con otros juegos, como los dedicados a Santa Catarina, donde la autora defendió abiertamente la capacidad intelectual y espiritual de las mujeres.
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Encargados en 1691 por el canónigo Jacinto de la Hedesa Verástegui, estos villancicos exaltaron a Catarina de Alejandría como sabia y santa, un mensaje que Sor Juana utilizó para sostener que la inteligencia no depende del género. Versos como “De una mujer se convencen todos los sabios de Egipto” resumen esta postura adelantada a su tiempo.
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La musicalización de los villancicos corrió a cargo de los maestros de capilla de las catedrales de México, Oaxaca y Puebla. No obstante, Gutiérrez Reyna señaló que Sor Juana, gran conocedora del arte musical, probablemente influyó en la manera en que sus letras se llevaron al canto.
Así, el villancico se mantiene como una expresión viva de la historia cultural, religiosa y literaria de México, un género que pasó de la voz del pueblo al esplendor barroco y que cada Navidad vuelve a resonar con siglos de significado.






