
Crónica Negra del Show Business
El “Rey del rock”, Elvis Presley, murió un mes de agosto, pero de 1977. Sin embargo, como el ave fénix, ya llevaba varios decesos en su carrera y no menos renacimientos orquestados por su mánager.
Pero “Las Vegas no fue un renacimiento: fue un matadero con luces de neón”. El coronel Parker, gordo y cínico, jugaba en las máquinas tragaperras mientras Elvis se mataba con anfetaminas para aguantar otra noche en el Hilton. Lo tenían como un animal de feria: dos shows al día, siete días por semana, contratos millonarios que parecían cadenas.
El público veía al “Rey” con trajes blancos bordados de lentejuelas. Lo que no veía era el backstage: doctores que le recetaban anfetaminas como caramelos, guardaespaldas cargando su cuerpo inflado, y un artista que ya no podía mirarse al espejo sin ver a un imitador de sí mismo.
Las Vegas es cruel con los artistas: Sinatra lo entendió, Liberace lo explotó, y Elvis fue su víctima más rentable. El coronel Parker se llevó el 50% de todo y convirtió
al rockero más influyente de la historia en un producto de casino, el equivalente a una máquina tragamonedas con patillas y un micrófono.
Cuando Elvis murió en el baño de Graceland, oficialmente fue un paro cardiaco. En realidad, había muerto años antes: el día en que aceptó que su escenario sería un hotel, su público turistas ebrios, y su amor verdadero un contrato con cláusula de por vida.
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