AMEXI conversó con el colombiano Sette, Juan Camilo Álvarez Noreña, el colombiano que decidió que su voz no solo se escuchara, sino que se sintiera.
Compositor de artistas como Alejandra Guzmán y Farruko, Sette sabe que la música no se pide prestada: se respira, se vive, se lleva marcada en la piel.
Sus 31 tatuajes, la mayoría citas bíblicas, son cicatrices, recuerdos y secretos que lo hacen irresistiblemente suyo, incluyendo uno muy especial, regalo de la mexicana María Cristerna, que grita fuerza, resiliencia y amor.
Llegar a México lo hace sonreír con esa mezcla de asombro y picardía que atrapa. “Chingón, como dicen acá, súper rico. México es una chimba por la energía de la gente, la comida es riquísima, me iré con 10 kilos más. Ayer en un partido a los 5 minutos ya estaba pidiendo tiempo, vamos por unos taquitos. México es un país muy bello”. Cada palabra suya vibra con magnetismo, seguridad y pasión.
Con su nuevo sencillo, «Cumbia», Sette no solo canta: seduce al público con ritmo y emoción, y un poder que se siente en cada acorde. “Hemos estado trabajando conscientemente y picando piedra. La energía de la gente y la recepción de la canción han sido muy lindas. Cumbia habla de dejar ir, de soltar, de reconocer cuando lo mejor es separarse para que cada uno siga su camino. Queremos que la gente se conecte con el ritmo. La canción nace de una historia íntima, con una exnovia que vivía lejos: La compuse justo antes de terminar nuestra relación, predije lo que iba a pasar sin saberlo. Ella escuchó la maqueta, y luego salió la canción al mundo”.
Convertirse en solista no fue un capricho, sino un acto de dominio y decisión, un hombre que sabe lo que quiere. “Es algo que la gente sabía desde hace mucho. Lo tomo con responsabilidad. Nos dedicamos de 3 a 4 años a educarnos en el sonido, a enfrentar los ‘no’, a aprender de cada error. Fueron años componiendo para otros, como Dálmata, Silvestre Dangond y Peter Manjarrés, y ahora ver cómo uno hace lo propio es muy bello”.
Los obstáculos lo han templado, haciéndolo inquebrantable: “Preguntarme si esto era lo mío, lidiar con la espera, el esfuerzo diario, con canciones que suenan en todo Latinoamérica sin perder humildad… todo eso ha sido un aprendizaje. México representa pasión, apertura y oportunidad. Es un lugar donde lo que se escucha aquí se contagia al mundo, y hay que trabajar con responsabilidad. Muchos artistas olvidan la cercanía con su público; yo intento mantenerla siempre”.
Sette se mantiene con los pies en la tierra y el corazón en llamas. “Soy de una familia humilde de Medellín, mi papá trabajó en limones y luego fue gerente de seguros. Perdimos todo en un desastre natural y tuvimos que empezar de cero. Vendía empanadas y cantaba en buses para pagar mis estudios. La diferencia entre pobreza y humildad es enorme. Tengo 31 tatuajes, la mayoría citas bíblicas. Una que me define mucho dice: ‘Mateo 16:26: de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida’. Eso me recuerda que primero somos personas, luego artistas”.
México siempre estuvo en su corazón gracias a la música y los artistas que admiraba desde niño. Su experiencia en la farándula ha sido cautivadora y salvaje: “Salimos con Alejandra Guzmán a compartir un helado. Éramos tres personas y de pronto se formó una aglomeración para fotos y firmas. Ella nos recordó que es humana, y esa sensibilidad me impactó. La farándula puede ser dura, pero también sensible”.
El miedo fue su mayor muro, y lo derribó con poder y valentía. “El muro más grande fui yo mismo. Atreverse, empezar, no tener miedo a los errores… eso lo aprendí con la experiencia. Mi papá de crianza fue el primero en creer en mí, y un grupo de amigos, incluido un sacerdote que me ayudó a estudiar teología, me acompañó en el camino”.
Las crisis lo transformaron, haciendo de cada tropiezo un arma secreta: “Hace cinco años tuve una depresión fuerte. Una boda que no se dio y tres años de duelo me enseñaron que la vida te reinventa. Mi carrera nace de esos tropiezos, que al final se transforman en éxitos personales”.
Sette se atreve a exponerse hasta en la espiritualidad, con intensidad y fuego: “En la iglesia es más complicado cantar; en conciertos o eventos la gente está dispuesta, pero intentar transmitir algo más profundo es un desafío. Es una responsabilidad fuerte”.
Su legado es firme y masculino: “Si mañana no cantara más, no me olvidaría que soy persona antes que cantante. La música da posibilidades y el legado es que todo lo que consigo es de todos”.
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Y los tatuajes, mapa de historias y secretos, hablan de él con una sinceridad brutal: “Tengo uno escondido que dice ‘Kiss Here’, me lo hice borracho y es un secreto divertido. Pero mi favorito es el que me regaló María Cristerna, una mexicana que superó abusos y transformó mi vida. Es un tatuaje de macho beta, un símbolo de resistencia y amor. Además, ella tiene una fundación que ayuda a mujeres, y eso me toca profundamente”.
Y su placer más simple también lo define con fuerza y deseo: “Me encanta la comida casera colombiana, la bandeja paisa, y en México los tacos de la CDMX son una locura que me encantan”.