Por Irving de León
Este 20 de junio se conmemora el Día Mundial de los Refugiados, una fecha establecida por las Naciones Unidas para honrar a las personas refugiadas y desplazadas de todo el mundo.
Según los datos más recientes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 100 millones de personas han sido desplazadas forzosamente en todo el mundo, una cifra que no deja de crecer año tras año.
Esta realidad incluye a refugiados, solicitantes de asilo, desplazados internos y apátridas que han tenido que abandonar sus hogares en busca de seguridad y protección.
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Situación México-EU
La situación en la frontera entre México y Estados Unidos ejemplifica claramente cómo políticas migratorias restrictivas, como las establecidas por Donald Trump, exacerban las crisis humanitarias en lugar de resolverlas.
El despliegue de la Guardia Nacional en Los Ángeles, el toque de queda y las permanentes redadas, son solo un botón de muestra.
Al día de hoy, detuvieron a 222 mexicanos en redadas realizadas por agentes del ICE (Servicios de Migración y Aduanas de EU), lo que ha detonado una férrea respuesta del gobierno mexicano en apoyo a nuestros connacionales a través de los consulados.
Los antecedentes
Las políticas restrictivas de Estados Unidos ante la migración de miles de personas que huyen de la violencia en Centroamérica, el Caribe y otras regiones las obligó a permanecer varadas en condiciones precarias en ciudades fronterizas mexicanas.
Esta crisis se ha intensificado en los últimos años debido a políticas como el “Título 42” y los protocolos de “Permanecer en México”, que han dejado a miles de solicitantes de asilo en situaciones de extrema vulnerabilidad.
Los albergues en ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez y Matamoros están sobrepasados, y las condiciones de vida de los migrantes y refugiados se deterioran constantemente.
Sin embargo, la militarización de la frontera y las deportaciones masivas no han logrado detener los flujos migratorios, sino que los han desviado hacia rutas más peligrosas, incrementando las muertes y desapariciones en el desierto.
La construcción de muros y el despliegue de tecnología de vigilancia han costado miles de millones de dólares sin abordar las causas fundamentales que obligan a las personas a migrar.
México, de país de tránsito a país “seguro”
México, por su parte, se ha convertido en un país de tránsito, origen y destino de migrantes, enfrentando presiones tanto de Estados Unidos para contener los flujos migratorios, como de los propios migrantes que buscan protección.
Las políticas de “externalización” de las fronteras estadunidenses han convertido a México en un “tercer país seguro” de facto, sin que cuente necesariamente con la infraestructura y recursos suficientes para brindar protección adecuada.
La crisis migratoria entre México y Estados Unidos requiere un cambio profundo de paradigma, ya que las políticas centradas únicamente en la securitización y contención han demostrado ser ineficaces, costosas y deshumanizantes.
Urgen acciones
Es urgente que los gobiernos adopten un enfoque integral que atienda las causas estructurales de la migración forzada, como la violencia, la pobreza extrema, la degradación ambiental y la falta de oportunidades económicas en los países de origen.
Para ello, se necesita una inversión sostenida en el desarrollo, el fortalecimiento del estado de derecho y mecanismos de cooperación regional más sólidos.
Además, los procesos de asilo deben ser más ágiles, justos y humanos, permitiendo que las personas que buscan protección puedan acceder a ella sin ser revictimizadas.
Asimismo, es fundamental abrir canales legales y seguros para la migración laboral, lo que ayudaría a despresurizar el sistema de asilo y permitir una gestión más ordenada y digna de la movilidad humana.