Con el inicio del Cónclave en la Capilla Sixtina, donde se decidirá el próximo Papa, la seguridad dentro del Vaticano se eleva a su nivel más alto.
Aunque el Estado más pequeño del mundo tiene apenas 44 hectáreas, su protección es extremadamente rigurosa y está dividida entre cuerpos civiles y militares.
Pero hay un grupo que destaca por encima de todos: la Guardia Suiza Pontificia, famosa tanto por su lealtad como por su llamativo uniforme renacentista.
Seguridad en tiempos de Cónclave
Durante el Cónclave, la vigilancia dentro y fuera del Vaticano se vuelve hermética. La Gendarmería Vaticana —cuerpo de policía y seguridad del Estado Pontificio— se encarga de mantener el orden, controlar accesos y vigilar desde sistemas tecnológicos hasta puestos físicos.
Este cuerpo cuenta con agentes altamente capacitados y tecnología de punta, incluyendo videovigilancia, escáneres y un centro de control operativo que monitorea cada rincón del Vaticano en tiempo real.
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Además, durante el Cónclave se activa un protocolo de aislamiento absoluto. Los cardenales quedan incomunicados: sin teléfonos, internet ni contacto con el exterior.
La Gendarmería y la Guardia Suiza se aseguran de que ninguna filtración altere el proceso, e incluso personal del Vaticano es temporalmente retirado de ciertas áreas clave.
La Guardia Suiza: más que una imagen, una historia de lealtad
Fundada el 22 de enero de 1506 por el Papa Julio II, la Guardia Suiza Pontificia es el cuerpo militar más antiguo del mundo aún en funcionamiento.
Aquel año, 150 soldados suizos cruzaron los Alpes para prestar servicio al Papa, aclamados por su disciplina, valentía y fidelidad.
Desde entonces, su misión no ha cambiado: proteger al Santo Padre, resguardar el acceso al Palacio Apostólico y actuar como escolta ceremonial en actos oficiales del Vaticano.
Hoy en día, la Guardia está compuesta por alrededor de 135 hombres, todos ciudadanos suizos, católicos practicantes, solteros y con entrenamiento militar previo en su país.
Más que un símbolo
Aunque su uniforme colorido —inspirado en los trajes renacentistas— puede parecer ceremonial, los guardias suizos están altamente entrenados en técnicas modernas de defensa y manejo de armas.
Portan armamento actual, como pistolas y subfusiles, y forman parte de protocolos de protección muy estrictos, especialmente durante eventos de gran visibilidad como el Cónclave, la Semana Santa o la elección papal.
Una relación cercana con los Papas
A lo largo de la historia, los Papas han confiado plenamente en la Guardia Suiza. En momentos de crisis —como el ataque a Juan Pablo II en 1981—, su reacción fue inmediata.
Durante el atentado, fue un guardia suizo quien bloqueó el paso de más agresores y coordinó el cierre inmediato de la Plaza de San Pedro.
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Francisco, en particular, ha mantenido una relación cercana con los guardias.
Aunque ha reducido la pompa en muchas ceremonias, ha reconocido su papel fundamental, no solo como protectores, sino como parte de la vida cotidiana del Vaticano.
El juramento: fidelidad hasta la muerte
Cada 6 de mayo, en el Patio de San Dámaso, los nuevos guardias prestan juramento en un acto solemne.
Con la mano alzada, juran “servir con fidelidad, lealtad y honor al Sumo Pontífice y sus legítimos sucesores, incluso ofreciendo su propia vida si fuera necesario”.
Esta fecha recuerda la masacre de 1527, cuando 147 guardias murieron defendiendo al Papa Clemente VII durante el saqueo de Roma.
En resumen, mientras el mundo espera al próximo Pontífice, dentro de los muros vaticanos un dispositivo de seguridad impecable vela por el orden.
Y en el corazón de esa protección, con lanza en mano y corazón firme, la Guardia Suiza sigue custodiando una historia de cinco siglos con disciplina, fe y silencio.