Nueva York, EU., 16 jun. (AMEXI).- Regresar en traje de madera a México o quedarse en una fosa común en Nueva York o en cualquier otra ciudad de Estados Unidos, es el dilema para cientos de miles de padres indígenas migrantes mexicanos que viven y trabajan en el vecino país del norte.
Desde siempre, cuando fallecen en accidentes de trabajo, automovilísticos, enfermedades o en la pandemia del Covid-19, en donde muchas de las víctimas no hablaban inglés ni tuvieron el apoyo de los consulados, se quedaron en la Gran Manzana u otras ciudades en fosas comunes por la falta de recursos de familias y amigos para repatriar sus restos.
Saúl Quizet Rivera, migrante mixteco y oriundo de Metlatónoc, uno de los municipios más pobres de México, expuso: “El mayor miedo para millones de mexicanos de origen indígena que viven en Estados Unidos es no poder regresar en traje de madera -como se refieren a un ataúd- a sus pueblos y terminar en una fosa común, lo mismo en Nueva York que en cualquier otra ciudad estadounidense”.
El director del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, con sede en Tlapa, Guerrero, Abel Barrera, dijo que para los indígenas de la Montaña el tema de la muerte y los funerales cuando fallecen en el extranjero, es muy complicado por la repatriación de los cuerpos, que llega a costar hasta 8 mil dólares, es decir cerca de 200 mil pesos, lo que es prácticamente imposible, así como las cuestiones tradicionales y culturales.
“Regresar a sus pueblos, aunque sea en traje de madera, es la aspiración de todos los migrantes indígenas y sus familias. El no poder hacerlo, como está ocurriendo con decenas de casos en Nueva York, es un golpe muy fuerte para las comunidades, que están acostumbradas a los funerales, el duelo, el novenario, el sepultar a sus seres queridos con fiesta, con los objetos que los acompañaran en su viaje”, exponen.
“El sueño americano ya se convirtió en una pesadilla para muchos indígenas y sus familias. La muerte de alguno de ellos es un choque cultural muy fuerte porque para todos los que vivimos en La Montaña es quitarnos el derecho al luto, nuestros rituales, el no poder llorar frente al ataúd, no poder rezar por su alma, no hacer fiesta para que le vaya bien en el más allá, no poner en el ataúd lo que necesita para irse de este mundo”, explican.
Saúl Quitzet, vendedor de flores en Nueva York, reconoce que muchos paisanos no cumplieron con su sueño americano durante la pandemia del Covid-19. No pudieron despedirse de sus padres, de sus hijos, se quedaron en fosas comunes o regresaron en “trajes de madera”, en ataúdes o sólo sus cenizas cuando se logró juntar el dinero para repatriar sus restos.