La Iglesia católica atraviesa una etapa de transformación que plantea nuevas formas de entender la participación de sus fieles, especialmente de las mujeres.
El Concilio Vaticano II y la sinodalidad impulsada por el papa Francisco han abierto espacios que, aunque limitados en algunos aspectos doctrinales, han permitido una evolución en la inclusión de la mujer dentro de la vida eclesial.
Así lo explica el padre Marco Antonio Luna Medrano, Prior Provincial de los Agustinos en México, en entrevista con AMEXI.
Una ruptura con la visión piramidal
Luna Medrano subraya que el Concilio Vaticano II marcó un parteaguas al proponer una estructura más horizontal para la Iglesia, alejándose del modelo piramidal tradicional.
Esta visión transformadora planteó que todos los miembros del cuerpo de Cristo —la Iglesia— tienen la misma dignidad ante Dios, aunque ejerzan funciones distintas.
“A partir del Concilio Vaticano II se reconoce que todos formamos parte de la Iglesia. Antes, por ejemplo, a la mujer ni siquiera se le permitía subir al presbiterio. Hoy ya puede ser lectora o ministra extraordinaria de la comunión. Eso era impensable en otras épocas”, afirma.
El prior agustino destaca que esta apertura no se trata de un simple cambio administrativo, sino de una renovación espiritual guiada, en su opinión, por la acción del Espíritu Santo:
“Es un llamado a reconocer la corresponsabilidad de todos los bautizados, hombres y mujeres, en la construcción de la Iglesia”.
Sinodalidad: caminar juntos
Uno de los ejes de esta transformación es el proceso de sinodalidad promovido por el papa Francisco, cuyo lema es claro: caminar juntos.
Este enfoque busca que cada miembro de la Iglesia tenga voz, independientemente de su género, rol o condición.
“Hablar de sinodalidad es hablar de participación, de diálogo, de inclusión. Es entender que la Iglesia no es un edificio ni una jerarquía, sino el pueblo de Dios en camino”, señala Luna Medrano.
Como ejemplo, recuerda que durante los ejercicios sinodales recientes, la mayoría de las opiniones recogidas en parroquias y rectorías provinieron de mujeres: “Eso nos dice que ellas no sólo están presentes, sino que están comprometidas, opinando y construyendo el rumbo que la Iglesia debe tomar”.
Un papel aún limitado por la tradición
Pese a estos avances, el acceso de las mujeres al sacerdocio sigue siendo un límite doctrinal. Luna Medrano explica que los sacerdotes hacen un juramento de fidelidad a la Escritura, el magisterio y la tradición de la Iglesia, y en ninguno de esos pilares se contempla la ordenación sacerdotal femenina.
“No es una cuestión de voluntad o de apertura personal. La tradición de la Iglesia, desde los Padres de la Iglesia hasta el magisterio actual, no reconoce el sacerdocio femenino. Seríamos infieles a nuestra propia identidad si lo contradijéramos”, sostiene.
Sin embargo, el prior enfatiza que hay otras formas de participación con un impacto profundo, como la presencia femenina en áreas administrativas y pastorales, donde muchas mujeres han demostrado una gran capacidad organizativa, sensibilidad comunitaria y visión estratégica.
“Yo diría que muchas veces lo hacen mejor que nosotros. La sensibilidad de las mujeres en tareas como la organización litúrgica, la pastoral social o la administración de parroquias es invaluable”, apunta.
Resistencia y cambio en las parroquias
Luna Medrano recuerda que entre 2011 y 2015, cuando estuvo al frente de la iglesia de Santa Rita en Guadalajara, fue testigo de las resistencias que aún existen dentro de la Iglesia.
“Fuimos la única iglesia en Guadalajara que permitía mujeres como ministras de la comunión. Y no sólo hubo resistencia entre los fieles, también entre otros sacerdotes. Pero nosotros estábamos convencidos de que eso era parte de vivir el espíritu del Vaticano II”, comenta.
Con el paso del tiempo, asegura, esas posturas han empezado a cambiar, aunque reconoce que aún existen sectores de la Iglesia reacios a aceptar ciertos niveles de participación femenina.
Diálogo con los movimientos de mujeres católicas
Cuestionado sobre los movimientos de mujeres católicas que abogan por una mayor inclusión dentro de la Iglesia, el prior señala que el diálogo existe y es necesario.
“No se puede ignorar lo que están diciendo. Muchas de estas mujeres están profundamente comprometidas con su fe y lo único que buscan es un espacio para colaborar, opinar, construir. Y eso es justamente lo que propone la sinodalidad: escucharnos todos, incluso en el desacuerdo”, explica.
A su juicio, la sinodalidad no es sólo un proceso teológico, sino una invitación concreta a la escucha, al diálogo y a la toma de decisiones compartidas, donde las mujeres tienen mucho que aportar.
El futuro: oportunidades y desafíos
Respecto al futuro de la mujer en la Iglesia, Luna Medrano plantea que los desafíos son grandes, pero también lo son las oportunidades.
Aunque no prevé un cambio doctrinal respecto al sacerdocio femenino, sí insiste en que la Iglesia debe abrir más espacios en todos los ámbitos posibles, particularmente en la gestión pastoral y administrativa.
“Mi deseo es que haya mayor participación femenina, que no se queden sólo en lo litúrgico, sino que estén en los consejos pastorales, en la toma de decisiones, en la organización de la vida comunitaria. La Iglesia necesita esa mirada y esa voz”, afirma.
Finalmente, envía un mensaje a las mujeres católicas, en especial a las más jóvenes:
“Participen. La Iglesia no se construye desde el silencio ni desde la distancia. Necesitamos su voz, su creatividad, su fe. Ingresen a la vida comunitaria, opinen, dialoguen, debatan. Sólo así podremos construir una Iglesia verdaderamente sinodal”.