Ciudad de México, 31 mar. (AMEXI).- En la época precuauhtémica existía un gran intercambio comercial entre los habitantes de Malinalco, Estado de México, y los de la alcaldía capitalina de Cuajimalpa; hoy se vuelven a unir con la venta de caña con motivo del Domingo de Resurrección.
Por un lado, los malinalcos siembran caña, mientras que los cuajimalpenses la adquieren, la cortan y la transportan hasta este Pueblo Originario en la Ciudad de México para ser parte de la procesión de resurrección.
En entrevista, Joel Cerro López, poblador originario, recuerda que la tradición inició con sus padres y abuelos y con los padres y abuelos de éstos.
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Se ha perdido el registro exacto del número de años que se tienen ofreciendo la caña, dice el fundador del Grupo de Cañeros del Cerro de Cuajimalpa que tiene 39 años.
Desde entonces, los varones de la familia acuden cada Viernes Santo a la zafra de la caña al municipio mexiquense, donde ya los esperan con una cosecha exclusiva.
“Para ellos es muy bueno, porque ya tienen la venta de los surcos asegurada y nosotros podemos contar con la caña que tiene las características específicas que necesitamos para la procesión: tiene que ser caña ligera y lo que más cuidamos es que tenga palma que sirve para acompañar al Padre Jesús durante el Domingo de Resurrección”, explica.
En medio de la caja del camión que transporta las seis toneladas de caña, Joel cuenta que el grupo conformado por familiares tiene una aportación de poco más de mil pesos para poder repartir la caña.
Ello, además de contar con el apoyo del camión y las camionetas que reparten las cañas en las calles del primer cuadro del pueblo urbano: México, Coahuila y Contadero.
“Como parte de la tradición, las mujeres decoran las camionetas y reparten la caña, el principal objetivo y nuestra gran satisfacción es que la procesión se vea alegre y bonita, es algo que únicamente se hace aquí en Cuajimalpa, por lo que estamos muy orgullosos”, expresa.
Trabajo y satisfacción
Joel, quien encabeza a un grupo de 60 personas, asegura que se trata de días con mucho trabajo físico y de una intensa organización comunitaria, pero “no se compara con la satisfacción de ver la procesión ‘vestida’ con las palmas”.
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La procesión reúne a miles de personas que durante cuatro horas y media se encargan de recorrer las calles que son decoradas con flores y adornos de colores.
Una de las más representativas es la calle Hidalgo, con 111 años de tradición, donde los vecinos se reúnen el Domingo Santo por la mañana para decorar e instalar un tapete de aserrín que realiza la familia Rocha Torres.