Este 21 de noviembre es el Día Mundial de la Televisión, una fecha para celebrar a un objeto inerte, sino para reconocer al «espejo negro» más influyente de la historia moderna.
En 1996, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 51/205 para proclamar el Día Mundial de la Televisión, reconociéndola como una herramienta fundamental para la paz y el intercambio cultural.
Si bien sigue siendo nuestra brújula informativa y el primer borrador de la historia a través de los noticieros, reducirla a un simple transmisor sería ignorar su verdadera naturaleza: es el arquitecto invisible de nuestra realidad, una fuerza que ha moldeado la psique colectiva y que, lejos de morir, se ha vuelto omnipresente.

El color que nació en la mente de un mexicano
La historia visual del planeta tiene una deuda impagable con México. Mientras el resto del mundo interpretaba la realidad en escalas de grises, el ingeniero Guillermo González Camarena desafió la óptica tradicional. El 19 de agosto de 1940, obtuvo la patente mexicana 40235 por su «Adaptador Cromoscópico para Aparatos de Televisión».
Este sistema tricromático secuencial de campos fue una inyección de vida en el espectro eléctrico. Su trascendencia es tal que, décadas después, la NASA utilizó principios derivados de esta tecnología base en las misiones Voyager para capturar imágenes de Júpiter. Gracias a ese ingenio, la humanidad extendió su visión desde la sala de estar hasta los confines fríos del sistema solar.
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La escultura masiva de nuestros anhelos
Más allá de los circuitos, el verdadero poder del medio radica en su capacidad para esculpir la imaginación a escala masiva.
La televisión no nos da órdenes, pero sí proyecta sombras de luz que adoptamos como propias. A través de su resplandor, construimos silenciosamente nuestros estándares de belleza, justicia y éxito. No es que nos enamoremos de la ficción, es que en ella medimos la altura de nuestros propios deseos y enfrentamos, a través de personajes ajenos, nuestros dilemas morales más íntimos.
Esta influencia no es aislada, pues el medio reina con soberanía absoluta. Según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2023 del INEGI, 34.9 millones de hogares en México cuentan con al menos un televisor.
Esto significa que el 90.4% de las viviendas del país poseen este altar encendido. En esa vitrina democrática, la pantalla ha funcionado como el gran puente cultural, democratizando el arte, informando sobre el acontecer mundial y convirtiendo la ficción en una experiencia colectiva que une a la nación.

La fuga de la señal hacia nuevas ventanas
Durante décadas, el ritual fue estático: la mirada fija en el mueble de madera. Hoy, el contenido se ha vuelto «líquido», escapando de los cables para fluir hacia nuestros teléfonos inteligentes. Esta migración ha desatado una batalla feroz por el tiempo del espectador, revelando una sociedad híbrida.
Datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) confirman esta mutación: aunque el 75% de la audiencia sigue fiel a la señal abierta —consumiendo un promedio de 2.5 horas diarias—, el consumo en plataformas digitales ya alcanza el 54%, con usuarios que dedican 3 horas al día al streaming.
En este día mundial, reconocemos que el medio ha ganado la guerra cultural. Ya sea en su formato clásico o a través de nuevas ventanas digitales, la televisión sigue siendo el filtro principal a través del cual decidimos qué parte del universo es real y cuál es solo estática.
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