«Cuando el jefe de una familia rural migra, la carga laboral de la mujer se incrementa, adquiere mayor visibilidad, una autonomía restringida, pero con altos costos personales«, expuso Brenda Duarte Rivera, de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti).
En el Seminario Permanente de Migración, Género y Trabajo, organizado por el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, la posdoctorante -que realiza un proyecto de investigación en el Valle del Mezquital, Hidalgo- compartió su presentación “Las que se quedan: Migración masculina y carga laboral femenina en el México rural”.
En el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que la migración de hombres rurales hacia Estados Unidos, que inició con el programa Bracero, tuvo crecimiento importante a partir de 1990, sobre todo en actividades relacionadas con la agricultura, construcción, servicios y labores domésticas.
Se van con el respaldo de la familia
La especialista expuso que la migración del jefe del hogar no se puede lograr sin el respaldo de su familia, pero genera que las mujeres de ese entorno asuman labores de producción agrícola, ganadera y la administración de pequeños negocios.
“En algunos casos, ellas deciden qué sembrar, contratan jornaleros y negocian con intermediarios, lo que les permite adquirir herramientas de negociación. Sin embargo, la tierra sigue a nombre de los esposos, lo que limita la autonomía real, no pueden decidir venderla, invertir en más tierra”, indicó.

Señaló que las remesas que reciben son para sostener el hogar, pero también están “etiquetadas” para proyectos específicos como emprender un negocio, construir la casa, y muchas veces los hombres deciden a distancia.
Mayor responsabilidad no implica mayor poder
“La migración masculina redistribuye el trabajo dentro de la familia, pero no transforma el orden de género: mayor responsabilidad no implica mayor poder”, aseveró Duarte Rivera.
Sostuvo que el padre ejerce la autoridad desde lejos, a través de llamadas y supervisión de figuras paternas como un hermano mayor, el abuelo, un tío, y la mujer mantiene vigilancia por parte de la familia política (suegra y cuñadas) para cuidar su reputación y moral sexual.
Ellas, apuntó, son las responsables de la crianza de las y los hijos en México y tienen que trabajar la parte emocional que permite sostener la migración, contienen a las infancias y mantienen la esperanza de la reunificación familiar.
Además, son las mediadoras del vínculo entre padres e hijos, y realizan la contención del miedo, la incertidumbre y la nostalgia en la familia, anotó.
Subrayó que estas mujeres hacen el trabajo comunitario que deben realizar sus esposos, pues en ocasiones representan a sus maridos en las asambleas comunitarias o contratan a terceros para que realicen estas labores.
Carga laboral femenina y el orden patriarcal local
A su vez, la doctora en Antropología Social y profesora en la especialización de Historia Económica, Brenda Vivian Rico, dijo que la migración masculina se traduce en la intensificación de la carga laboral femenina, pero mantiene el orden patriarcal local.
La académica de asignaturas de género e historia cultural en la Facultad de Ingeniería en la UNAM agregó que desde los estudios migratorios es posible ver la reconfiguración profunda de regímenes de género.
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