En la vida diaria es común pensar en los mosquitos como una plaga molesta y causante de enfermedades, cuando en su forma más elemental estos insectos cumplen una función ecológica irreemplazable y tienen una interacción importante con el ecosistema.
No se trata simplemente de una “plaga” a erradicar, sino de un elemento clave del ecosistema cuya comprensión integral resulta vital para la salud colectiva y la conservación de la biodiversidad, expuso Heliot Zarza Villanueva, investigador del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Transmiten enfermedades, pero también son alimento
De acuerdo con una publicación en el Semanario de la UAM, el especialista refirió que los mosquitos, sobre todo las hembras hematófagas del género Aedes, son transmisores de padecimientos como dengue, chikungunya, zika y fiebre amarilla, pero también son parte fundamental de las cadenas alimentarias entre los seres vivos dentro de un ecosistema.
“Muchas especies insectívoras, como aves, anfibios y mamíferos, incluidos murciélagos se alimentan de ellos” y lejos de ser únicamente una amenaza, cumplen un papel ecológico irremplazable, comentó.
El profesor de la Unidad Lerma de la institución educativa expuso además que cuando los ecosistemas están equilibrados, con alta biodiversidad, la proliferación de mosquitos potencialmente vectores se regula en forma natural a través de sus depredadores.
Detalló que, aunque las hembras del género Aedes aegypti son responsables de la transmisión de las mencionadas enfermedades, tienen un ciclo de vida corto, reproducción rápida y en condiciones favorables, como un recipiente olvidado con un poco de agua estancada en una llanta, tinaco sin tapa o balde, su número puede crecer de manera exponencial.
Sin embargo, resaltó, en su forma más elemental, estos insectos cumplen una función ecológica irreemplazable y en su interacción con el ecosistema son víctimas de depredadores, están inmersos en complejas relaciones tróficas y simbióticas, y contribuyen a la regulación de otras poblaciones animales.
Erradicarlos de manera indiscriminada es inviable y ecológicamente riesgoso
Zarza Villanueva señaló que con la temporada de lluvias y el calentamiento global, las condiciones para la reproducción del mosquito se intensifican.
“El aumento en la temperatura ambiental y del agua reduce el ciclo de eclosión de los huevos; lo que antes tomaba entre 18 y 20 días, ahora sucede en menos tiempo”, aunado a que pequeños charcos pueden convertirse en criaderos, lo que lleva a la importancia de las campañas de salud pública para no generarlos, anotó.
Expuso que la deforestación, urbanización desordenada y pérdida de hábitat eliminan primero a las variedades más sensibles, dejando el terreno libre para los más “resistentes”, como el Aedes aegypti, originario de África.
“Al sacar a una especie de su entorno natural, la quitamos de sus depredadores naturales. En ecosistemas sanos, la propia biodiversidad regula las poblaciones de mosquitos; cuando eso desaparece pueden convertirse en una amenaza real”, resaltó.
Comentó que el dengue encabeza la lista de males transmitidos por estos insectos en América Latina, seguido del chikungunya y zika; la fiebre amarilla aún está presente en zonas de Sudamérica, mientras que la malaria, transmitida por los del género Anopheles, es otro caso relevante fuera de las áreas tropicales urbanas.
Las vacunas, mitos y realidades
El especialista subrayó que la vacunación, cuando está disponible, no evita el contagio, pero prepara al cuerpo para enfrentarlo de mejor manera, al reducir la gravedad de los síntomas.
“No hay evidencia científica de que los mosquitos prefieran un tipo de sangre o grupo étnico específico; lo que sí influye en su comportamiento es el olor corporal, determinado por factores como sudoración, alimentación y pH de la piel”, aclaró.
Y resaltó que, aunque las medidas de prevención comunitaria son cruciales como tapar recipientes, eliminar criaderos, usar repelente y dormir con mosquiteros, también es trascendente la educación social y ambiental.
El efecto de dilución
Mencionó que en entornos biodiversos, estos insectos pueden picar a animales que no transmiten enfermedades, como algunos roedores o murciélagos, lo que interrumpe la cadena de contagio, pero “si un mosquito infectado no encuentra fauna silvestre, picará al humano” y es cuando la transmisión se vuelve un problema de salud pública.
Por ello, planteó que la solución no es erradicar, sino coexistir con los mosquitos con conocimiento, además de conservar los bosques, entender la función ecológica de cada especie y reconocer que la biodiversidad no es sólo un asunto ambiental y actuar en consecuencia: vacunarnos, informarnos y educar a las nuevas generaciones.
“Imaginen una gran pared hecha de ladrillos; cada especie es un ladrillo. Tal vez puedes quitar uno y no pasa nada, pero si sigues removiendo, llegará un punto en que el muro colapse. Así funciona la vida y como humanidad, aún estamos a tiempo de reforzar esa pared, ladrillo a ladrillo, con ciencia, educación y acción colectiva”, puntualizó.
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