El corazón de Los Ángeles se llenó de color, música y tradición con la edición número 18 de la Feria de los Moles, una fiesta de orgullo y tradición, así como un bálsamo para la comunidad mexicana en California, en medio de la incertidumbre.
Entre, los aromas del cacao, chiles asados y las especias que se desprendían de una gran variedad de moles, el Grand Park se convirtió en un pedazo de México donde miles de personas, muchos de ellos migrantes, se reencontraron la víspera con sus raíces a través de la gastronomía.
Margarita Villegas Leal, cocinera tradicional que viajó desde Xaltenango, comunidad perteneciente al municipio de Tlatlauquitepec en Puebla, con un único propósito: compartir el sabor de su tierra, dejando claro que, incluso a kilómetros, la cocina ancestral sigue siendo el vínculo más fuerte con la memoria y la identidad.
Mole, tlayudas y chiles en nogadas, los protagonistas
Con emoción, presentó a los asistentes los tradicionales chiles en nogada preparados con ingredientes traídos desde Puebla. “Para mí es un gran honor estar aquí y ver a tantos paisanos y amigos que me vinieron a visitar. Es el mejor regalo que Dios me da”, comentó Margarita a AMEXI emocionada.
A lo largo del parque angelino, las largas filas se extendían frente a cada puesto. Familias enteras esperaban pacientemente para probar desde una tlayuda oaxaqueña hasta un plato de mole poblano, pasando por tacos dorados, semitas y aguas frescas.
Adornado con piezas de papel picado, el Grand Park también fue escenario de un sin fin de danzas folclóricas, que se presentaban en el escenario principal, y se con el público, se recreó la belleza y alegría característicos de las fiestas patronales de cualquier pueblo de México.
El fundador de la feria
Pedro Ramos, fundador de la feria, no ocultaba su orgullo al ver la magnitud del evento que comenzó hace 18 años con apenas dos puestos, aunque ahora alberga una gran comunidad de expositores y atrae a miles de visitantes.
“Es una mesa gigante donde podemos comer todos al mismo tiempo. Queremos que nuestros hijos aprendan de nuestra cultura y sigamos conservando nuestras recetas tradicionales”, aseguró con satisfacción en entrevista con AMEXI.

Ramos destacó cada edición de la Feria de los Moles no es solo una fiesta gastronómica, sino una afirmación de la identidad mexicana en el extranjero.
Desde Baldwin Park, Noé de la Rosa llegó con una olla de barro rebosante de mole para poner en alto a su negocio “El Rincón del Sabor Poblano”, el cual se ha convertido en un referente de la cocina tradicional.
“Lo que hace única a la comida poblana es que somos poblanos”, dijo entre risas, antes de subrayar que al final “el verdadero ganador es el comensal, porque es él quien decide cuál mole es mejor”, mientras servía y los visitantes probaban su platillo con esa mezcla de nostalgia y orgullo.
El mole guerrerense
Pero la feria no fue solo Puebla y Oaxaca. Con gran entusiasmo, Marina Gutiérrez levantó la voz por el estado mexicano de Guerrero y presentó su mole verde acompañado de tamales nejos, tradición de Teloloapan.
“El mole guerrerense no tiene comparación. Nuestras tradiciones siguen vivas, nos levantan y nos hacen seguir adelante. ¡Arriba Guerrero!”, proclamó. Sus palabras parecían tener eco en el escenario, donde los grupos de danza folclórica hacían vibrar el suelo con cada zapateado, arrancando aplausos y gritos de júbilo.

El estado de Oaxaca también estuvo presente con la fuerza de su gastronomía, especialmente de la tlayuda. Angélica Sánchez, representante de esa entidad mexicana, destacó que cada platillo es un mosaico de ingredientes y raíces.
“Nuestra comida reúne lo que somos: carne, verduras, frijoles, quesillo. Todo en un mismo plato que representa a Oaxaca”, explicó mientras sus palabras se confirmaban en cada bocado de tlayuda desbordaba de historia y tradición que muchos probaron por primera vez.
Lo inesperado…
Y entre tanto sabor, una propuesta inesperada captó la atención de todos: la nieve de mole. Benito Ríos, originario de Oaxaca, presentó este postre que rompió esquemas y se convirtió en sensación.
“Este año trajimos nieve de mole negro y amarillo. Queremos que la gente lo pruebe y se lleve esa experiencia única. La prueba es gratis, sin compromiso”, comentó con una sonrisa.
“Mucha gente se acerca con curiosidad, y lo primero que hacemos es darles una prueba gratis, sin compromiso, porque queremos que se animen. Cuando la prueban, se sorprenden, porque el mole también se puede disfrutar de esta manera.
Para mí, añadió Ríos, es un orgullo traer un pedacito de Oaxaca hasta el corazón de Los Ángeles y “ver cómo la gente lo recibe con tanta emoción”, señaló.
La feria fue más que un encuentro de sabores: fue un reencuentro con la memoria y con la cultura. Niños nacidos en Estados Unidos ondeaban banderas mexicanas desde el corazón mientras recorrían los puestos, probando quizá por primera vez el sabor auténtico de un mole preparado como en las cocinas de sus abuelos.
En su edición número 18, la feria demostró que Puebla, Oaxaca, Guerrero y todos los rincones de México caben en una cazuela de mole, pues más allá de las recetas, lo que se compartió en Grand Park fue la convicción de que, aunque el camino migrante esté lleno de retos, la cultura, la comida y la música son la fuerza que mantiene viva la identidad y la esperanza de una vida mejor.
Lee: El sabor de México llega a Los Ángeles con la Feria de los Moles