Por Martín de J. Takagui
Con 60 años en el poder, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) había vivido varias transformaciones. Pasó de ser el Partido de la Revolución Mexicana a ser el Partido Nacional Revolucionario, luego adoptó el nombre que conserva hasta ahora, pero que ya no le daba para seguir como partido hegemónico en México cuando las deudas políticas de la Revolución no se habían cumplido y la sociedad demandaba nuevos personajes, nuevas formas de hacer política.
En 1989, cuando Adolfo Lugo Verduzco era presidente nacional del PRI, desde el interior del partido surgió la llamada Corriente Crítica, una corriente de opinión interna que pretendía democratizar al partido para modernizarlo, adecuarlo a las expectativas de la sociedad de entonces y reactivarlo como un partido moderno.
Miguel de la Madrid era el presidente de México, pero traía su ideología, su posición neoliberal de reciente cuño en el mundo de las ideologías y de las formas de relacionarse entre países para ocupar un lugar importante en el concierto internacional. Ese neoliberalismo social no era más que un empujón hacia la derecha.
En el interior del PRI, los pensadores de izquierda advirtieron el peligro de que México se convirtiera en una pieza mucho dócil para los intereses del capitalismo norteamericano, cuando Estados Unidos salía de la guerra fría tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, por lo que la ideología priista ya no tendría vuelta de regreso a los principios revolucionarios de los años treinta, cuarenta y cincuenta, que daban vida a la revolución.
Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y muchos otros importantes dirigentes y exfuncionarios del PRI se rebelaron en contra de las políticas dictadas por Miguel de la Madrid y seguidas al pie del cañón por los dirigentes en turno.
En 1987, el partido fundado por Plutarco Elías Calles en 1929 ya no era lo mismo, y los izquierdosos formaron aquella Corriente Critica que después se convirtió en Corriente Democrática.
La lucha política interna se dio en reuniones internas y externas, se ventiló en los medios de comunicación y poco antes de que, mediante un mecanismo de selección interna, se eligiera de entre cuatro aspirantes a Carlos Salinas de Gortari como candidato presidencial, quien después de haber estudiado en Harvard era el máximo exponente del neoliberalismo en México.
Fue entonces cuando, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, quien buscaba la candidatura presidencial, los dirigentes de esa izquierda decidieron renunciar al PRI y participar como Corriente Democrática en la contienda por la Presidencia de la República, pero desde cualquier otro partido.
Por el Partido Mexicano Socialista, el candidato presidencial era su dirigente, el ingeniero Heberto Castillo, quien además era amigo de Cuauhtémoc Cárdenas. Heberto, al advertir el gran arrastre que Cuauhtémoc Cárdenas había logrado con la corriente democratizadora, decidió declinar su candidatura para apoyar la de Cárdenas, quien compitió y le dio un gran susto al PRI.
A la candidatura del ingeniero Cárdenas se sumaron otros partidos, como el Auténtico de la Revolución Mexicana y el Popular Socialista. El crecimiento electoral de la izquierda representada por Cárdenas permitió ver lo increíble, como ahora con la forma en que Morena arrasó en las elecciones del 2 de junio, pero en aquellos años ochenta no había instrumentos tecnológicos como los de hoy.
Las elecciones se organizaban y manejaban desde la Secretaría de Gobernación, por medio de la Comisión Federal Electoral que en ese año presidía Manuel Bartlett, por lo que lo más fácil fue decir que “se cayó el sistema” para no dar a conocer públicamente lo que estaba pasando.
La caída del sistema se le atribuyó a Manuel Bartlett como medida para salvar la elección, de la que resultó ganador Carlos Salinas de Gortari. Pero a partir de ahí, en 1988, creció la izquierda mexicana con la gran ilusión de acabar con el PRI.
La Corriente Democrática se fortaleció y el Partido Mexicano Socialista decidió ceder sus siglas en favor de una nueva organización política, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se fundó el 5 de mayo de 1989 encabezado por las tres grandes figuras de la Corriente Democrática del PRI, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, a quienes se sumó Heberto Castillo.
Lo importante de esa elección fue que, por primera vez, cuatro de los 64 senadores de la Cámara eran de oposición, y los cuatro eran del PRD. Entre ellos se encontraban Porfirio e Ifigenia, quienes daban la batalla contra 60 priistas que los apabullaban. El PRD también tuvo su propia bancada en la Cámara de Diputados.
La asamblea constitutiva del PRD nombró a Cuauhtémoc Cárdenas como el primer presidente nacional perredista. Lo sucedió el también michoacano Roberto Robles Garnica y el tercer presidente nacional fue Porfirio Muñoz Ledo. Siempre como partido de izquierda y siempre como enemigo político número uno del régimen salinista.
En 1996 Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia del PRD e hizo su primera aparición en la dirigencia nacional la “tribu” interna conocida como “Los Chuchos”, al asumir la secretaría general del partido Jesús Ortega, quien había destacado como coordinador de los diputados federales del PRD.
A partir de 1997 llegaron los primeros triunfos perredistas en las elecciones de gobernador de varias entidades federativas. Cuauhtémoc Cárdenas ganó la primera elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal y convirtió a la capital mexicana en bastión de la izquierda de México.
Cárdenas compitió en dos ocasiones más por la Presidencia de la República y no logró ganarla, perdiendo contra Ernesto Zedillo en 1994 y después, en 2000, contra el panista Vicente Fox. El paso quedó abierto para la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador, quien, en la siguiente elección de 2006, perdió frente al también panista Felipe Calderón Hinojosa.
A lo largo de sus 35 años de existencia, el PRD logró ganar gubernaturas en varias entidades, como Zacatecas, Tlaxcala, Baja California Sur, Guerrero, Tabasco y Michoacán, entre otras, y al mismo tiempo vio fortalecerse cada vez más a sus grupos parlamentarios, tanto en las Cámara de Diputados como en la de Senadores y en los congresos locales.
En 2011, López Obrador decidió formar su propio partido y junto con un numeroso grupo de militantes abandonó el PRD para fundar el Movimiento de Regeneración Nacional que se convirtió en el partido Morena que hoy es el partido hegemónico de México.
Así, a lo largo de 35 años, el PRD se convirtió en el partido de la transición de la hegemonía del PRI al partido hegemónico de 2024, Morena.