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Cine que siembra: FICUNAM y la imagen como resistencia

FICUNAM y sus 15 años de cosecha cinematográfica

Redacción Amexi Por Redacción Amexi
7 de junio de 2025
En Cultura
La Cosecha (Harvest)
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Por: Jhoselyn Soria Crecencio

Quince años de FICUNAM y el espíritu de resistencia se sintió intacto, con la madurez de un festival que no dejó de sembrar cine como quien siembra conciencia. Una comunidad que, como dijo la doctora Rosa Beltrán Álvarez, buscó “ver cine que no es la rumia comercial, ver cine que es otro”. Y ese otro cine —el que dolía, el que respiraba, el que desafiaba— fue celebrado con un aplauso que pareció abarcar todos los pasillos de la UNAM.

Esta edición de FICUNAM se extendió del 29 de mayo al 6 de junio de 2025, y en su programa se alojaron 117 títulos, entre largometrajes, cortos y videoinstalaciones. Cine contemporáneo internacional, con apuestas que buscaron nuevas formas de narrar, pero también una fuerte presencia de las cinematografías mexicanas, con lo urgente, lo íntimo y lo político latiendo en cada cuadro.

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Las secciones de este año brillaron como constelaciones en un firmamento programático plural:

  • Competencia Internacional: largometrajes que recorrieron lo más notable del cine global actual.

  • Ahora México: filmes nacionales que trazaron una cartografía del cine nacido en nuestro suelo.

  • Aciertos. Encuentro Internacional de Escuelas de Cine: cortometrajes realizados en Iberoamérica por nuevas generaciones de cineastas.

  • Umbrales de Vanguardias Latinoamericanas: piezas experimentales que tensionaron los límites del cine mismo.

La escultura Puma de Plata —piedra volcánica convertida en arte por Martín Soto Climent— fue entregada a los filmes ganadores, junto con premios que alcanzaron los 800 mil pesos. Pero hubo distinciones que no cupieron en una cifra: la de pertenecer a este linaje de cineastas, artistas, pensadores y público que siguieron creyendo en la imagen como acto de rebeldía, como poética encarnada.

Este año, FICUNAM se adentró también en la memoria del cine. La retrospectiva “Mañana, hace mucho tiempo”, en honor al maestro taiwanés Hou Hsiao-hsien, ofreció nueve títulos esenciales, en colaboración con la Filmoteca UNAM y la Academia de Taiwán en Los Ángeles. Desde otro rincón del mundo —y del tiempo— llegó “Aragno/Miéville/Godard”, en honor a la tríada que reconfiguró el lenguaje cinematográfico desde el margen: Jean-Luc Godard, Anne-Marie Miéville y Fabrice Aragno, quien recibió la Medalla Filmoteca UNAM por su invaluable trayectoria.

El festival también honró el fuego de la artista colombo-brasileña Paula Gaitán, con el foco especial “Luz en el Trópico”, que reunió su cine, donde el cuerpo y la memoria fueron materia viva, desplegada como un acto de ternura radical.

Por cuarto año consecutivo, FICUNAM presentó UMBRALES, la sección dedicada al cine de vanguardia. Allí, el presente dialogó con las ruinas del futuro: imágenes que aún no existían, pero ya ardían en las miradas de quienes se atrevieron a imaginar otra forma de hacer cine. Como dijo Maximiliano Cruz, director artístico del festival: “Este año trabajamos con mucho cariño y con mucho rigor para traerles este programa que consideramos muy bello”.

A todo esto se sumaron los programas formativos: el Ágora FICUNAM, el 13° Foro de Crítica Permanente, la Locarno Industry Academy, y los conversatorios con artistas como Véréna Paravel, Alonso Ruizpalacios y Lucien Castaing-Taylor, entre otros. Porque el cine no solo se ve: también se piensa, se cuestiona y se comparte.

La Cosecha (Harvest)
Amexi. Fotos: Cortesía MUBI

Detrás del telón inaugural: la directora Rachel Tsangari y su trayecto en FICUNAM

La Cosecha (Harvest) no solo inauguró este prestigioso festival de cine, también marcó el tono espiritual, político y afectivo del FICUNAM. El propio Maximiliano Cruz lo anticipó minutos antes: “Hay una fuerte carga simbólica en la película que van a ver hoy”.

Él mismo dio paso a la directora para que subiera al escenario y presentara su película. Athina Rachel Tsangari volvió al FICUNAM como se vuelve al hogar después de una larga ausencia: no como invitada, sino como parte esencial de su memoria fundacional.

En 2011, Tsangari marcó un hito al recibir el primer Puma de Plata a Mejor Dirección por Attenberg, durante la edición inaugural del festival. No solo dejó una película: dejó una huella. Un gesto que se abrió de nuevo, como una herida que se niega a cerrarse del todo.

En 2025, regresó con Harvest y, con una voz alegre y temblorosa, eligió hablar en español, sin la precisión de una lengua domesticada, pero con el afecto de quien agradece desde el pecho: “Me conmueve mucho volver a FICUNAM después de 15 años”.

Luego presentó su nuevo filme con palabras sencillas pero devastadoras: “Es una especie de wéstern sobre el fin de la tierra libre y nuestra complicidad como espectadores pasivos ante el abandono y la traición de la tierra y sus seres humanos”.

La Cosecha (Harvest)
Amexi. Fotos: Cortesía MUBI

La Cosecha (Harvest): tierra fértil para la memoria y el duelo colectivo

Harvest fue una especie de poema agrario disfrazado de tragedia histórica; no necesitó nombres de países ni fechas para hablarnos del colapso de lo humano. Tan solo con una aldea, unos campos dorados por el trigo y la llegada de los primeros signos de una modernidad invasiva, logró hacernos entender que lo que estaba en juego no era solo la tierra sembrada, sino el espíritu.

El protagonista —si es que podía llamarse así— no fue quien actuó, sino quien observó: Walter Thirsk, interpretado por Caleb Landry Jones. No narró con voz heroica ni con nostalgia; narró con un temblor interno que recordaba al de las hojas secas cuando el viento les anuncia el invierno. Walter fue un hombre que pasó del ruido de la ciudad a la armonía del campo. No por romanticismo, sino por necesidad. Y como muchos de nosotros, vivió atrapado en el espacio intermedio: demasiado instruido para ser uno más entre los campesinos, demasiado arraigado por la tierra para regresar a la ciudad.

La aldea en la que vivía Walter fue un oasis precario, autosuficiente, donde la vida transcurría entre el trabajo comunal y los rituales del campo. Cosechaban juntos, comían, bebían, se reían. Se emborrachaban y celebraban la cosecha. Pero bastó solo una chispa para que todo se derrumbara.

Esa chispa, como toda fractura social, llegó de la mano del otro. De los que vinieron de fuera, de unos forasteros. Un trío de inmigrantes y un cartógrafo desataron una cadena de eventos que, aunque parecieron simples, estuvieron cargados de una tensión tan antigua como la humanidad: el miedo al extraño. La comunidad, que parecía muy unida, comenzó a fragmentarse ante el reflejo de lo desconocido. El “nosotros” ya no alcanzó para incluir al que no cantaba igual, al que no rezaba igual, al que no tenía la piel igual.

Uno de los momentos más violentos —y al mismo tiempo, más íntimos— fue cuando raparon a la forastera. No hubo sangre, pero sí humillación. Y eso dolió más. Porque mientras una mujer la sostuvo, otra tomó las tijeras. Y eso nos recordó que la exclusión no fue solo masculina ni jerárquica: fue estructural. Se pudo ser víctima y verdugo al mismo tiempo si el miedo mandaba.

El cartógrafo —negro, culto, urbano— apareció como una presencia extraña pero magnética. Phillip Earle, como si fuera una pluma que vino a reescribir la historia del lugar. No buscó imponerse: solo nombrar. Pero en ese universo arcaico, ponerle nombre a algo fue robarle su esencia.

Y entonces emergió el primo del rey, un símbolo de esa aristocracia que no necesitó violencia porque ya la tenía institucionalizada. Vino a reclamar lo que no había sembrado. A transformar los campos en pastizales para ovejas, como si el ganado valiera más que la vida humana.

La película no idealizó el pasado. Mostró también sus sombras, sus silencios culpables, sus violencias internas. Pero sí lo lloró. Porque lo que desapareció no fue solo una forma de vida, sino una manera de habitar el mundo: juntos, con las manos sucias de tierra.

Harvest no contó solo una historia, fue una advertencia. Recordó que cada comunidad tiene su punto de quiebre. Que cada paraíso puede convertirse en exilio. Que la llegada de lo nuevo no siempre trae libertad. A veces trae mapas, a veces cercos, a veces sangre.

Al final, cuando la sangre se derramó y la tierra cambió de nombre, uno no pudo evitar preguntarse: ¿quién ganó?, ¿el progreso?, ¿la propiedad?, ¿el capital?, ¿o simplemente el olvido?

La Cosecha (Harvest)
Amexi. Fotos: Cortesía MUBI

No perdiste la oportunidad de ver La Cosecha (Harvest) en pantalla grande

Además de su función inaugural, du estreno comercial llegará a salas mexicanas el 17 de julio y estará disponible en MUBI a partir del 8 de agosto.

A quince años de su nacimiento, FICUNAM se confirmó como el festival más vigoroso del país: un lugar donde la imagen no entretiene, interpela. Donde el cine no adorna, revela. Donde la mirada se afila y el pensamiento se enciende. Más que un evento, fue un gesto colectivo de resistencia: una programación crítica, viva, arriesgada. Una escuela del alma.

Porque el cine —como la memoria— puede ser virtual, pero se siente más hondo cuando arde en comunidad.

Etiquetas: FICUNAM

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