El miedo se apoderó de las calles de Santa Ana, California, como una neblina invisible que lo cubre todo; donde antes había vida, hoy hay silencio; donde antes había risas, hoy las miradas se esconden por las redadas migratorias.
Las banquetas y paradas de autobús están casi vacías, las puertas cerradas, y los comercios que solían desbordarse de gente ahora solo guardan el eco de lo que fueron, con apenas algunos clientes que salen a adquirir lo necesario para sobrevivir.
Las redadas antiinmigrantes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) provocaron que supermercados latinos como Northgate Market o Superior, que antes parecían una extensión de un mercado mexicano, llenos de risas, acentos y colores, hoy estén apagados.
El miedo se respira y se multiplica
Lo que hay es miedo, un miedo que se respira, que se comparte en silencio y que se multiplica con cada mensaje en redes sociales que alerta sobre la presencia de agentes migratorios en fábricas, centros comerciales y calles donde vive la comunidad latina.

Y no solo son los mercados, también se han ido los vendedores de flores, esos que coloreaban las esquinas de calles como la 1rst y la Bristol con girasoles, margaritas y rosas. Hoy ya no están, se han escondido o decidieron no salir, como también las flores tuvieran miedo.
El lunes pasado fue el día en que todo cambió en Santa Ana: el amanecer trajo la noticia de que aproximadamente seis personas fueron detenidas por agentes del ICE en una tienda Home Depot ubicada entre las calles Lyon y Edinger.
Desde entonces, la ciudad no duerme tranquila. Se han cerrado fábricas cuando corren rumores de posibles redadas, se suspenden turnos; hay quienes deciden no ir a trabajar, no porque no quieran, sino porque no pueden arriesgarse a ser detenidos y no volver.
Y en medio de todo este caos e incertidumbre está Carmen, una mujer, residente de Santa Ana y originaria de Oaxaca, quien lleva años en Santa Ana luchando por darle un futuro mejor a su familia.
La mujer dice que tiene miedo de salir, que cada mañana, al abrir la puerta de su casa, se pregunta si regresará, pero aun así sale, porque no tiene otra opción.
¿Cuándo terminará esto?
Carmen tiene que trabajar para pagar la renta, cubrir los recibos de los servicios de luz, gas, agua, además tiene que alimentar a sus hijos. Y aunque todo esto duele y el miedo se apodera de ella y su familia, sigue saliendo a laborar.
“¿Cuándo terminará esto?”, se pregunta Carmen en voz baja mientras se dirige a tomar el autobús. Y allá afuera, en las calles desiertas de Santa Ana, la misma pregunta flota en el aire, sin respuesta, pero con la esperanza de que algún día las flores, las risas y la libertad regresen a ocupar de nuevo su lugar.
En redes sociales, los grupos de Facebook están llenos de alertas, fotos de camionetas sospechosas, mensajes de vecinos que advierten dónde vieron agentes, dónde hay operativos para no pasar. Y aunque la ciudad de Santa Ana ha declarado que no colabora ni colaborará con migración, eso no basta para calmar el corazón de un migrante que no deja de pensar en qué pasará mañana.
En respuesta a todo esto, las protestas han llenado el centro de la ciudad. Frente al edificio de detención ubicado en las calles Flower y Santa Ana Boulevard se han reunido grupos de personas y defensores de migrantes para protestar contra las redadas.
Los migrantes alzan la voz
Una marcha avanzó el martes por la noche sobre la avenida Bristol, una de las más importantes de la ciudad y dónde migrantes, hijos de migrantes y jóvenes alzaron la voz por quienes ya no pueden hacerlo.
Con pancartas, con lágrimas, gritando con fuerza que sus padres lo dieron todo para que ellos nacieran aquí, y que ahora les toca a ellos defenderlos, protegerlos, no quedarse callados mientras los arrancan de sus vidas.
Santa Ana está herida, pero se resiste a ser despojada de la lucha que la comunidad migrante ha construido durante tantos años y que, con mucho esfuerzo, ha hecho valer el derecho de estar aquí.
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