Este 6 de noviembre se conmemora el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, incluido el Ciberacoso, fecha que busca visibilizar una problemática que, más allá de cifras, destruye sistemáticamente la salud mental de miles de jóvenes.
Aunque el objetivo oficial es convertir los planteles educativos en espacios de seguridad, la realidad actual es que para muchos, la escuela es el primer lugar donde aprenden que la indiferencia es la norma y la crueldad es un espectáculo.
La arquitectura del acoso: olor a humedad
Luz tiene 13 años. Caminaba por los pasillos de su secundaria con los hombros hacia adelante, en una contracción física contra el espacio que la rechazaba. Sabía que todo en ella era motivo de burla: su forma de hablar, sus zapatos.
“Todo empezó por los tenis. Estaban gastados. Yo los lavaba cada noche, pero igual se notaba. Una niña dijo que parecían ‘de tianguis’. Después otra lo repitió. Luego, ya todos lo decían”.
Pero el ataque escaló de lo visual a lo olfativo, el marcador de clase más cruel. «Me decían que olía a humedad». Luz se encogía. Era verdad. En su casa había goteras y el olor a mojado se impregnaba en su ropa y en su mochila. Era el estigma de su clase social hecho perfume; era la pobreza convertida en motivo de risa.
“Todos se reían, menos yo”, recuerda. “No sabía qué hacer, porque en cierta forma sabía que venía de un lugar humilde y no podía cambiar que hubiera goteras en mi casa”.
El caso de Luz expone el clasismo fundamental del acoso. Según el reporte oficial de PISA 2022 (OCDE), en México, 19% de las estudiantes mujeres reportó haber sido víctimas de actos de bullying al menos unas cuantas veces al mes.
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El linchamiento digital y la doble condena
La violencia saltó del patio a la pantalla (un linchamiento digital 24/7) y, de regreso, golpeó en casa. “Me tomaron una foto sin permiso. La recortaron. La hicieron sticker. Luego meme. Le ponían frases como ‘la hija perdida de Aimep3’”.
La presión se volvió insoportable, un dolor en el pecho que se activaba con la alarma del despertador. «Ya no quería ir, me dolía todo». El Módulo sobre Ciberacoso (MOCIBA) 2024 del Inegi confirma esta realidad: en el último año, 22.2% de las mujeres usuarias de internet en México sufrió algún tipo de ciberacoso.
Cuando Luz se quebró y le dijo a su madre que no podía más, la respuesta no fue el abrazo que necesitaba. «Primero me regañó», confiesa. «¿Cómo que no vas a ir? Es tu obligación».
Sólo después, su madre recurrió a la única herramienta que la vida le había enseñado a ella para sobrevivir: la dureza. “Me dijo: ‘No te dejes. Si te pegan, tú pégales más fuerte’”.
El circo romano: «¡Dale más duro!»
Atrapada entre el acoso escolar, el digital y la incomprensión familiar, Luz tomó una decisión: buscar ayuda institucional. Superando el miedo, fue ella misma a la dirección del plantel.
“Me temblaban las manos. Le conté todo a la directora. Ella me dijo que no era mi culpa. Que lo íbamos a ver juntas”.
La escuela aplicó el único protocolo que conocía: citar a la otra estudiante y a su familia. La respuesta no fue la conciliación. Fue la represalia.
Al día siguiente, en el patio, la agresora la confrontó. “Se me fue encima. Me jaló el cabello, me golpeó. Gritó que yo ‘la había acusado’. Sentí que todo se hacía pequeño”.
Pero lo más aterrador no fueron los golpes. Fue la reacción de la masa. En segundos, se formó un círculo. Todos sacaron sus teléfonos celulares. No para ayudar. Para grabar.
El patio se convirtió en un circo romano. Se escuchaba el audio que quedaría inmortalizado en decenas de videos: «¡Dale, dale más duro!», «¡En la cara, en la cara!», «¡Eso, por pinche soplona!».
La indiferencia de las masas se transformó en complicidad activa. Esta violencia se convirtió en contenido viral; la humillación de Luz, en el entretenimiento del recreo.
La burocracia de la violencia
El caso de Luz expone que existen protocolos burocráticos que ignoran la dinámica de poder y la represalia que también representa el acoso; la falta de atención psicológica de tiempo completo en las escuelas, y una realidad alterada entre las juventudes que permanece como espectador y confunde la realidad con el contenido.
Para atender este tema se requiere inversión real en salud mental en cada escuela, protocolos que protejan a la víctima (no que la inviten a huir) y una educación socioemocional que enseñe a los estudiantes que grabar un golpe los hace tan agresores como quien lo da.
La «solución» final fue que Luz pidió el cambio de escuela. El sistema no la protegió; la expulsó para mantener su frágil apariencia de orden.
“Yo no quiero contar esta historia para que les dé lástima. Sólo quiero que sepan que no fue un juego”, enfatizó.
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✨👉 En este Día Internacional Contra la Violencia y el Acoso Escolar, recordamos que el respeto, la empatía y la escucha pueden cambiar vidas en la #CapitalDeLaTransfomación. 🌱👧👦 pic.twitter.com/n3lrOb8rQc
— Gobierno de la Ciudad de México (@GobCDMX) November 6, 2025







