Por Boris Berenzon Gorn
En un mundo inundado de información, donde las formas de poder y los canales de comunicación se reconfiguran constantemente, la pregunta ¿por qué se escribe hoy? se convierte en un tema medular de nuestra cultura, pues el acto de escribir ya no se limita a la producción literaria o académica, sino que ha adquirido nuevas dimensiones con el auge de las plataformas digitales, redes sociales y blogs.
Hoy, escribir se extiende más allá de lo personal o lo académico para convertirse en un acto público de participación política, resistencia cultural y creación colectiva. El proceso de la escritura también plantea nuevas discusiones en torno a la saturación informativa, la fragmentación del poder y la construcción de significados en un mundo que parece ahogado en palabras propuestas discursivas que toman las paredes con el grafiti y la propaganda, así como todas las plataformas piden contenidos. ¿Escribir es un ejercicio de la creatividad y la disciplina o un espacio que hay que llenar con lo que se pueda?
El acto de escribir, desde una perspectiva psicoanalítica, se entiende como un mecanismo para externar el inconsciente, como una forma de liberar pensamientos, emociones y deseos reprimidos. Freud, en sus teorías dejó la idea de escribir como un acto de sublimación, ya destacó cómo la escritura, al igual que otras formas de arte, permite que las pulsiones inconscientes se transformen en una expresión creativa. Esta función psíquica de la escritura se expande en la esfera digital, convirtiéndose en una vía para negociar y procesar la sobrecarga de estímulos que recibimos cada día. Escribir en plataformas como X o Facebook, por ejemplo, permite que los usuarios ordenen sus pensamientos y se enfrenten a un mundo lleno de incertidumbre y ansiedad.
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La escritura se convierte en un arma esencial para repasar sobre las propuestas y las contradicciones de la sociedad contemporánea. Paul Ricoeur nos dice que “escribir es una forma de liberación, un medio para organizar lo que no se puede decir de otra manera”. Escribir hoy en las redes sociales, en los foros digitales o en blogs, es un acto de entereza ante la saturación de información y el exceso de ruido que caracteriza el espacio público digital. Es un espacio que parece que solo mira hacia afuera en un mundo donde las palabras, frecuentemente vacías y fragmentadas, intentan crear sentido y legitimidad en un océano de datos.
En las democracias contemporáneas, donde los valores de libertad de expresión y participación política se han ganado a lo largo de siglos de lucha social, la escritura sigue siendo uno de los medios más potentes para subvertir las narrativas hegemónicas y debatir los sistemas de poder. En nuestros días, dentro de un contexto donde las voces de los poderes económicos, políticos y mediáticos predominan en el debate público, el acto de escribir se constituye como una práctica de resistencia cultural y de creación comunitaria. Una oportunidad para todas las voces, aunque el sistema evita que se vea esta vitrina para la sociedad no solo en la política, sino en un largo listado de actividades que nos definen como humanos.
Un ejemplo claro de esta resistencia se puede encontrar en los movimientos sociales que han utilizado la escritura digital para movilizarse y visibilizar sus causas. El #MeToo es un ejemplo de cómo las redes sociales y las plataformas de escritura como X y Facebook se convirtieron en un espacio donde las mujeres, principalmente, compartieron sus experiencias de abuso y acoso sexual. La escritura, en este caso, no solo fue un ejercicio personal de liberación y reivindicación, sino una acción colectiva que interpeló a instituciones poderosas como los medios de comunicación y el sistema judicial, exigiendo un cambio cultural en torno a la violencia de género. Así lo podemos ver con distintos grupos vulnerables que encuentran en la arena digital un lienzo en el que pueden expresar sus voces en diversas tonalidades de su existencia.
De igual forma, en la esfera de las protestas políticas, movimientos como el de los “Indignados” en España (2011) o las manifestaciones del “Black Lives Matter” en los Estados Unidos han utilizado la escritura en forma de blogs, manifiestos, y publicaciones en redes sociales para desafiar a gobiernos autoritarios y estructuras de poder. Estos pensamientos, aunque nacieron en un contexto de crisis social y económica, demostraron cómo la escritura digital es un camino efectivo para cuestionar las estructuras de poder y reconstruir una narrativa más plural y justa.
Hoy, escribir no es solo un acto de creatividad individual, sino una forma de ejercer nuestra ciudadanía. Las redes sociales y otras plataformas digitales han democratizado algunas veces la escritura, permitiendo a cualquier persona participar en los debates públicos y generar espacios de diálogo; pero tampoco seamos ilusos, como todo aquello que acabe en el sistema hay los suficientes candados del poder para controlar blogs, artículos de opinión, ensayos y publicaciones en plataformas como Medium o LinkedIn, aunque cada vez más las personas pueden incidir en el debate público, expresar sus opiniones, defender causas y movilizar a otros en torno a temas que van desde los derechos humanos hasta la justicia social, pasando por análisis estéticos, políticos o ambientales.
Esto lo pudimos ver durante las protestas en Hong Kong en 2019, los manifestantes utilizaron X, entonces Twitter, y otras plataformas para compartir información, organizarse y mantener al mundo informado sobre lo que sucedía en las calles. La escritura, en este caso, fue un instrumento vital para dar visibilidad a las luchas por la democracia y la autonomía, desafiando tanto a los medios de comunicación tradicionales como a los gobiernos autoritarios que intentaban silenciar a los manifestantes.
En algunos casos se ha logrado vencer el control con piezas creativas desde la diferencia y la ruptura. En países donde la libertad de prensa está restringida, la escritura digital se convierte en un refugio y una estrategia de resistencia. Los periodistas y escritores en lugares como China, Turquía o Venezuela utilizan seudónimos y plataformas de blogs para exponer las injusticias y abusos del gobierno, sabiendo que su trabajo podría poner en riesgo su libertad y su vida. En estos contextos, escribir no solo es una forma de resistencia política, sino también un acto de arrojo comunitario y un ejercicio de ciudadanía en un mundo donde la verdad a menudo es silenciada por la censura y otras por la desinformación que cumple un papel fundamental de estorbar al saber y disfrazar la realidad en esto que llaman “posverdad”, es decir, la distorsión deliberada de la realidad donde las emociones y creencias personales prevalecen sobre los hechos objetivos. No se trata de la subjetividad, sino de una verdad sin interpretación y hecha a conveniencia.
La escritura no nada más se sitúa en el plano político o social; también es fundamental en la construcción de nuestra identidad y nuestra cultura. En un mundo globalizado, donde las fronteras nacionales se desdibujan a contentillo y de la misma manera se hacen a veces más grandes según convenga al mismo tiempo en que las identidades se vuelven más fluidas, la escritura permite que las voces diversas se encuentren, se confronten y se redefinan. La escritura, entonces, es una herramienta para revisar y criticar los valores dominantes y para proponer nuevas formas de convivencia y para generar espacios de intercambio cultural de nuestras íntimas comunidades.
Desde la literatura hasta el ensayo filosófico o histórico, pasando por el periodismo y la escritura autobiográfica, la palabra escrita tiene el poder de redefinir las percepciones sociales y culturales. Tomemos como ejemplo los escritos de autores como Chimamanda Ngozi Adichie, reconocida escritora nigeriana, reconocida por sus novelas como Medio sol amarillo y Americanah, que abordan temas de identidad, feminismo y la experiencia africana para explorar las complejidades de la identidad negra y africana en el contexto de la migración. A través de su escritura, Adichie narra historias individuales y reflexiona sobre las estructuras de poder, el racismo y la pertenencia. La escritura en estos casos se convierte en la forma para establecer una crítica cultural profunda que desafía las concepciones tradicionales de la identidad.
En el ámbito digital, las plataformas como Instagram y TikTok se han convertido en un espacio donde los jóvenes, especialmente aquellos de comunidades marginales, crean y difunden sus propias narrativas. A través de hashtags como #BlackAndProud o #LatinaPower, la escritura en redes sociales se ha convertido en una forma de construir una identidad colectiva que desafía las representaciones tradicionales impuestas por los medios dominantes.
Pero siempre hay un pero; en medio de toda esta creatividad y tenacidad surge una paradoja fundamental: la saturación de información y la banalización del lenguaje. Se encripta lo cotidiano y se resuelve lo ajeno. En un mundo donde aparentemente cualquier persona puede publicar una idea o una opinión en segundos, la escritura se enfrenta al desafío de recuperar su poder transformador. Hoy más que nunca, el acto de escribir se convierte en una cuestión de forma y fondo, frase que tiene muchos padres y aquí la dejaremos huérfana: cómo una estrategia da forma a las ideas y cómo hacer que esas ideas sigan siendo significativas en un mar de ruido digital. Como ver la pinta en la gran mancha de nuestros días. Esta banalización puede verse en el auge de las “noticias falsas” o fake news, que circulan en plataformas. Las falsedades no solo se difunden rápidamente, sino que alteran la manera en que las personas entienden la realidad. En este escenario, la escritura tiene el reto de ser creativa o reflexiva, pero también rigurosa y ética. Los escritores, periodistas y ciudadanos deben asumir la responsabilidad de ser guardianes de la verdad y la justicia, defendiendo la integridad del discurso público.
Escribir hoy no es un acto trivial ni desinteresado. Es una forma de resistencia cultural, una herramienta para la transformación social y un medio para la creación de identidades más justas y equitativas. En un mundo donde el poder se fragmenta, las ideas se viralizan y las voces se multiplican, la escritura sigue siendo uno de los pocos medios capaces de desafiar las narrativas hegemónicas y de crear una sociedad más democrática, plural e inclusiva. Siempre escribir es un acto para los unos y los otros.