Ciudadano del asfalto, siempre me intrigó el significado del jocoso coro de la canción “Allá en el rancho grande”, interpretada en sendas películas homónimas de 1936 y 1949 por Tito Guízar y El Charro Cantor Jorge Negrete, sobre una rancherita que alegre les decía:
Te voy a hacer tus calzones como los usa el ranchero.
Te los comienzo de lana, te los acabo de cuero.
Quién mejor que mi amiga Roxana Reyna, Roxy Rocks, joven periodista oriunda de Mixquiahuala de Juárez en el estado cuna de la charrería, Hidalgo, para explicarme que “calzones” se refiere a las calzoneras, una prenda de los charros y también de las mujeres de su tierra con sus vestidos de Adelita en las escaramuzas, para montar cómodamente los cuacos del jaripeo: un pantalón de cuero abierto en ambos costados, provisto de botones y ojales a todo lo largo.
“Allí tenemos al charro mexicano, cuyo traje de montar es enteramente nacional, con sus calzoneras de paño azul celeste, abiertas por los lados, para que la pierna esté libre al galopar, con rica botonadura de plata para cerrarla cuando le parezca…”, como describía el vasco Niceto de Zamacois en 1861.
El ranchero-charro alcanzó estatus de símbolo nacional tras el robo de la mitad de nuestro territorio en1848, tal como hace alusión a la bien ganada fama de los vaqueros mexicanos –papás de los cowboys– la melodía tradicional gringa “Leavin’ Ol’ Texas” (Dejando la vieja Tejas).
Cada septiembre patrio, la presencia del caballo como rey de los festejos por la Independencia nacional destaca precisamente en la capital de Hidalgo, siendo el 14 de septiembre el Día Nacional del Charro, cuando un centenar de hombres y mujeres a caballo recorren Pachuca, participando la Asociación de Charros de Pachuca la mañana del 16 de septiembre en el desfile cívico-militar, ya que los charros son la tercera reserva del Ejército.
La charrería está considerada el deporte nacional, conforme decretó en la década de los cuarenta el presidente Manuel Ávila Camacho, y en el año 2016 se reconoció Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cosa que motivó la protesta de los ecologistas PETA.
“Cada año en México y el suroeste de Estados Unidos, caballos, yeguas y toros son heridos o asesinados durante las charreadas… la charrería se ha convertido esencialmente en una serie de actos circenses de hostigamiento… Obligar a los animales a realizar trucos peligrosos para la diversión de los humanos es una forma de especismo [sic], la creencia de que los humanos son superiores a otros animales”.
Pero… ¿es “la charrería, esencia de la cultura nacional”?, como reza el artículo de hace tres años en Gaceta UNAM de Sandra Lozada, que empieza:
“Inclusión, amistad, tradición y cultura son palabras que describen a la charrería en México, disciplina que, a partir del decreto emitido por el entonces presidente de la República Mexicana, Pascual Ortiz Rubio, desde 1932 conmemora su día cada 14 de septiembre. Para Adela Acevedo, alumna de la Facultad de Derecho [UNAM] y escaramuza auriazul, la charrería permite exaltar valores característicos de las tradiciones mexicanas [porque] … ‘es nuestra cultura, son nuestras raíces, nuestras tradiciones, es una fecha muy importante para conmemorar lo que es México, lo que son sus valores, lo que es la esencia de los hombres y mujeres a caballo, aquí en la UNAM hay las mismas oportunidades tanto para hombres como para mujeres. Si quieres aprender, los profesores te van a enseñar a montar y a brindarte la ayuda necesaria’.”

Ayer mismo quise dar variaciones a mis prejuicios y sin más, desempolvé El libro del charro mexicano, un volumen escrito hacia 1939 por Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros (1874-1950), Duque de Regla, Marqués de Guadalupe y de Villahermosa con 334 páginas de una quinta edición ilustrada, fotos y grabados, de Editorial Porrúa 1977. Sus apologistas no dudaron en calificarlo “Una Biblia de la Charrería”, según Federico Gamboa (1898-1903), el autor porfiriano de la célebre novela Santa, llevada al cine mudo en 1918 y al sonoro varias veces más. “Para nosotros, ‘el charro’ es nada menos que el tipo del mexicano por excelencia, el símbolo mismo de nuestra nacionalidad”, pondera Gamboa.
Y el tabasqueño Francisco J. Santamaría (1896-1963):
Ciertamente yo no soy un hombre de la hebra… nunca doctorado en tan entretenidas ni varoniles como arriesgadas lides charreriles; pero tuve mi corazoncito… y no dejé de echar mi cuarto a espadas en eso de hondear el peal, de estirar el cuadril a una becerra o de sujetar por la barba y la oreja a un potrejón para hacerle dar en tierra… este charro es representativo genuino de la nacionalidad… ser charro significa ser mexicano…
Santamaría merece loas al recopilar la Antología folklórica y musical de Tabasco con partituras de Gerónimo Baqueiro Fóster, en 1952. Y los seis largos “trancos”, como dice Rincón Gallardo a los capítulos de su Biblia, versan acerca del origen del charro mexicano y de sus arreos; enfermedades y consejos para el mejoramiento de la raza caballar, el traje de charro, el picadero, la primera doma del potro, las riendas; educación de los caballos, “El tirón de la muerte”, rejonear, sentencias árabes; “El Jarabe Tapatío”, la China Poblana, vocabulario hípico del charro mexicano, pistolas, etc.
Lamento mi tremendo desconocimiento sobre estas lides, aunque a cambio descubrí el lenguaje prolijo de la charrería y más que nada, las variadas recomendaciones para el cuidado y la salud de los caballos:
Los charros buenos no maltratan para nada a los animales que lazan o colean. Casi siempre que se lastima a una bestia que sea lazada o coleada, es debido a la falta de pericia por parte del charro.
El presidente en 1934 de la Asociación Nacional de Charros (fundada en 1921) habla en su estudio de que “las calzoneras son pantalones abiertos a los lados, que se cierran por botonaduras y se usan de tapabalazos, pero poco se acostumbran ya”. La parte divertida son las más de cien sentencias, tipo:
El charro de cuero viste, por ser lo que más resiste… Y al que no le cuadre el fuste, que lo tire y monte en pelo… Quiero caballo que me lleve, no mula que me derribe… Para todos hay como no arrebaten… Al amigo y al caballo, no cansarlos.
“En México, [el caballo] ha estado presente desde la Conquista hasta nuestros días, lo mismo en los escenarios de la Independencia y la Revolución, en el campo, la charrería y el hipismo. Es innegable la trascendencia que tiene este animal ejemplar y de su papel en el desarrollo histórico de nuestro país, así como su contribución al enriquecimiento cultural de México”, escribe el médico veterinario César Augusto Galaz Hernández en “¡A caballo se ganó! Equinos emblemáticos de la Revolución Mexicana” (Experiencia Veterinaria número 3, octubre 28 de 2021).
¿Se imagina si en El Grito de Palacio Nacional la persona encargada de Palacio Nacional, envalentonada, arengara desde el balcón vivas al caballo “Destinado” de Francisco I. Madero? ¿A los de Pancho Villa: “Grano de oro”, “El Prieto”, “El Dorado” o “Siete Leguas”, y a su yegua “La Muñeca”? ¿O al “As de Oros” con que mataron a mi general Emiliano Zapata? Al menos AMLO seguro que consideró gritar “¡Viva Palomo, el heroico caballo del libertador venezolano Simón Bolívar!” (Aquí recuerdo de paso la anécdota de Marlon Brando, el actor de El Padrino, quien al filmar la película ¡Viva Zapata! aprendió que uno jamás de los jamases debe pararse detrás de un rocín, so pena de recibir del potro una certera patada o una mortífera coz).
Hermano de la libertad, el caballo es uno de los arquetipos más consentidos y, como símbolo, “comparte con el toro los atributos de fuerza y la vitalidad”, escribe la investigadora Michel Pereira Hernández de la Universidad Iberoamericana (“Análisis de la simbología apocalíptica en el arte: Los cuatro jinetes”, Horizonte de la Ciencia vol. 5 núm. 9, pp. 103-124, Universidad del Centro del Perú Huancayo, 2015).
Quien esto escribe, admira y respeta las disciplinas ecuestres desde niño, toda vez que mi padre Fausto El Brujo Ponce, decano de la sección deportiva de Excélsior y quien por décadas escribió sus columnas de pronósticos de frontón y caballos, nos llevaba al Hipódromo de las Américas (una placa en su honor del Jockey Club lo confirma). Mi curiosidad por los espectáculos me llamó a penetrar el Museo de la Charrería, creado por la Federación Mexicana de Charrería, A.C. en los setenta, ubicado en la Casona Montserrat de Isabel la Católica 108, esquina Izazaga. Al cambio de siglo, por meses radiqué en la región de La Mancha normanda de Saint-Lô, ciudad llamada “la capital del caballo”, gracias a la cantante bretona Michelle Depincé y su pequeña hija Charlotte, aprendiz de jinete. Creí a ciegas El hombre que escucha a los caballos (1997) de Monty Roberts y por años acudí a la Semana Cultural de la hermosísima Zacatecas, declarada Patrimonio de la Humanidad 1993 a instancias del historiador Federico Sescosse (1915-1999), yendo a animados jaripeos, pero sin entender las mil y un suertes charras.
Allende Philip Astley, creador de los circos modernos con pista equina en el Londres de 1768, resulta hechizante aquel director de teatro que sube al escenario caballos: lo hizo Peter Schaffer con su obra Equus de 1973; Leñero y De Tavira con Martirio de Morelos (1981), o Claudio Valdés Kuri con Becket o el honor de Dios y De monstruos y prodigios. Los castrati, 2011.
Bueno que la charrería siga vivita y coleando, ha incorporado escaramuzas femeninas como sucede en la UNAM desde hace casi una década y mientras, del 16 de octubre al 3 de noviembre, San Luis Potosí abrirá sus puertas para recibir la LXXX edición del Congreso y Campeonato Nacional Charro. Un llamado a que para este evento, el más destacado de la charrería en México, se incluya a la bella y joven voz de Matehuala, Siboney Luján, quien arrancando sonoro guaco de su ronco pecho nos entone, como ella solo sabe, “Allá en el rancho grande, allá donde vivía”:
El gusto de los rancheros es tener su buen caballo…