POR ATAHUALPA GARIBAY CORRESPONSAL
Tijuana, BC., 23 mar. (AMEXI).- Fue hace 30 años. Mientras me alejaba del templete, a mis espaldas, ocurría el magnicidio y una estampida de personas gritaba: “¡Le pegaron a Colosio, le pegaron a Colosio!”.
Había unas dos mil personas en esa cañada de Lomas Taurinas, en medio de un canal de aguas negras y pensé que debía subir a la calle donde estaba la camioneta de mi padre, Aurelio Garibay, en ese tiempo corresponsal de La Jornada.
En ese entonces, yo tenía 18 años de edad y estaba en esa colonia tijuanense acompañando a mi papá y a otros tres periodistas. Yo hacía mis “pininos” en el periodismo como reportero de radio y me estrené con el último magnicidio de los últimos 100 años en México.
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Luis Donaldo Colosio Murrieta y su equipo llegaron pasadas las cuatro de la tarde a Lomas Taurinas, una colonia popular que el candidato del PRI ya conocía, porque la había visitado dos veces antes.
El priista iba en una Suburban conducida por Othón Cortez, junto con el general Domiro García, su jefe de escoltas, así como dirigentes del partido y funcionarios estatales.
El Comité Directivo Estatal del PRI eligió Lomas Taurinas por ser una colonia de casas de madera y techos de lámina, ícono de la pobreza, de la migración, de mujeres que trabajan en maquiladoras.
Era una zona, como ahora, muy conflictiva por la violencia y el consumo de drogas; tapizada de propaganda de Colosio y del PRI. Hoy está cubierta de mantas, pendones y bandas de Morena y sus candidatos, pero con la misma miseria de hace 30 años.
“Era un espacio muy reducido, de unos 250 o 300 metros cuadrados, atiborrado de gente acarreada de toda Tijuana. Para llegar al templete y a la explanada de tierra se tenía que cruzar por un viejo puente de madera podrida. En el lugar, un maestro de ceremonias, con un sonido a todo volumen, azuzaba a los presentes: “¡Colosio, Colosio, Colosio!”.
Intenté llegar al templete, estar cerca del candidato, pero fue imposible por el gentío. El discurso de Colosio llegó a su fin, como su vida, cerca de las cinco de la tarde.
En algún momento se empezó escuchar, a un volumen ensordecedor, “La Culebra”, lo que impidió que, junto con la mayor parte de los presentes, no escucháramos el disparo del revólver de Mario Aburto Martínez.
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Yo ya había salido del mitin, tres calles arriba de aquella barranca urbana donde Colosio dio su último discurso.
La gente corría, desesperada: “¡Le pegaron a Colosio, le pegaron a Colosio!”. Había confusión, pero ya en la camioneta, alguien nos confirmó que le habían disparado al candidato en la cabeza.
Las ambulancias llegaron, todo era desorden, trasladaron al sonorense al Hospital General donde lo declararon oficialmente muerto. Ese magnicidio cambió el rumbo de la época actual del país.