Aún ciscados tras el oblicuo documental en Netflix Rompan Todo, del año 2020, no faltarán mexicanos en considerar el volumen Historia mínima del rock en América Latina (Colegio de México, 324 páginas), escrito por los argentinos Abel Gilbert y Pablo Alabarces, como una obra con omisiones geográficas e históricas, falta de rigor e investigación periodística.
La falla de origen brota de la expresa justificación de ambos autores al no proponer una cronología. Despliegan una delimitación parcial donde los primeros dos de seis capítulos en este ensayo se dedican a Cuba y México, respectivamente, siendo el de nuestro país el menor de todos: sólo 30 páginas de una primera edición para la serie denominada “Historias mínimas”, precisamente, que dirige Pablo Yankelevich en El Colegio de México.
El último jueves de julio se presentó El rock en América Latina en la Librería del FCE Rosario Castellanos de la CDMX por los dos Pablos, el sociólogo Alabarces y Yankelevich, quien aceptó que la génesis del proyecto “tuvo que ver con el publicitado documental de Netflix, Rompan Todo, producido, dirigido y escrito por Gustavo Santaolalla”. Participaron dos mujeres: Valeria Añón, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Universidad de Buenos Aires), y Carmen De la Peza Casares, cuya obra El rock mexicano. Un espacio en disputa (UAM-X, Tintable, 2012) los autores en la Bibliografía Comentada del volumen alaban como “posiblemente el más importante de los trabajos producidos por la academia mexicana”. Recoge la periodista de La Jornada, Ana Mónica Rodríguez, en su crónica “El rock en Latinoamérica surgió a partir de Elvis Presley y los Beatles”:
La primera presentación en México de este volumen tuvo su momento acalorado cuando Pacho Paredes, quien fue integrante de Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, además de director del Museo del Chopo durante 12 años y, actualmente es funcionario de la dependencia gubernamental, discrepó en varios puntos con los autores en el apartado al desarrollo del rock en México, así como a la figura del productor argentino Gustavo Santaolalla, entre otros aspectos, que expusieron la infinidad de vertientes en que se aborda este género, el cual ha sido considerado de resistencia, rebeldía y de contracultura.
Baterista con beat, José Luis Paredes Pacho podrá ser un deficiente asesor de tesis en la UNAM, pero coincidimos con el autor de Rock Mexicano: sonidos de la calle (1992) en su crítica alusiva contra Gustavo Santaolalla:
“Me causó un enorme desconcierto llegar al final del capítulo sobre México y encontrar la idea, que aparece de la nada, de que persiste en México un santaolallismo articulador de la narrativa roquera”, declaró Pacho.
Un rock contra Fidel Castro
Abel Gilbert ya había escrito en 1993 Cuba de vuelta. En las 29 páginas de la intro de este nuevo libro con Alabarces se lee:
Esta es, entonces, una historia descentrada, que no sólo no comienza en Buenos Aires, y que ni siquiera no comienza en el continente, sino en las islas. Después de todo, hay cierto consenso en las historias políticas latinoamericanas en las que, para hablar de la cultura en la década de 1960, es necesario comenzar por La Habana en 1959. No tenemos por qué transgredir ese acuerdo.
Los seis capítulos comprenden una quinta parte de los casi 50 países que conforman el continente de América Latina y el Caribe, o sea, nueve:
Capítulo I: Cuba (“Y Cuba va, y va”), II: México (“Del Elvis refrito a la serpiente sobre ruedas –o al revés–”); III: Brasil (“Aquarela do Brasil”), IV: Chile (“Se abrirán las grandes alamedas”), V: Uruguay y Argentina (“Santa María de Buenos Aires”) y VI: Perú, Colombia y Bolivia (“Alturas de Machu Picchu”). 22 canciones se compilan en código QR y “Epílogo. Un árbitro elegante”, un tapiz alfombrado para el productor ejecutivo de la controvertida serie de Netflix Rompan todo: La historia del rock en América Latina, Santoalla (entrevistado a lo largo del libro entero).
Historia mínima del rock en América Latina parte con la inauguración de la estatua de John Lennon en una banca de La Habana por Fidel Castro (quien, junto a Silvio Rodríguez, murmuró al bronce del Beatle: “Lennon: ¡Cómo lamento no haberte conocido antes!”, el 8 de diciembre de 2000).
Gilbert/Alabarces ignoran las agresiones imperialistas y de la Revolución cubana, los logros médicos, de alfabetización e intercambios educativos y científicos, quedándose cortos en el crecimiento de los conjuntos de rock al cambio de siglo; eso sí, condenan al barbudo comandante en jefe por sus pecados homófobos y fracasos en las metas productivas de zafra.
La contrarrevolución, afirma [Fidel], aglutina a burgueses y mariguaneros, esbirros y rateros, vagos y viciosos. El público le responde: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡Los homosexuales!”. Fidel se ríe y no desmiente la acotación: por el contrario, habla de “pantaloncitos demasiado estrechos”, de “guitarrita en actitudes elvispreslianas”, de libertinaje, de “shows feminoides” (…)
Son puntuales en recordar que los Rolling Stones se presentaron en el Palacio de la Cultura de Varsovia, Polonia, el 13 de abril de 1967, calificando el toquín como “verdadera anomalía musical en tiempos de la Guerra Fría”; pero omiten la presencia gratuita de los mismos “Ruckolling” Stones de Mick Jagger en la Ciudad Deportiva de La Habana, el 25 de marzo de 2016.
Para colmo, pasan de noche el XI Festival Mundial de la Juventud 1978 en la isla, al cual el México echeverrista llevó una delegación oficial numerosa con Guillermo Briseño, La Nopalera, Amparo Ochoa y el músico de rock rupestre Eblén Macari (quien compuso para el evento “Formación Antigua” sobre un tema del siglo XVI). Evento que acá unió jipitecas con folclorosos.
Olvidan que del 2 al 4 de marzo de 1979, el presidente demócrata Jimmy Carter estuvo a punto de reanudar lazos con Fidel y permitió viajar al teatro Carlos Marx al contingente musical gringo “Palomazo Habanero’79” (Havana Jam’79), con ejecutantes locales de la talla de Irakere con Chucho Valdés y Paquito D’Rivera, los roqueros de Síntesis, Silvio Rodríguez, Sara González, la Orquesta Aragón y otros. Asistieron las figuras estadunidenses:
Billy Joel, Stevie Wonder, Bonnie Bramlett, John McLaughlin, Rita Coolidge, Kris Kristofferson y Stephen Stills, amén de Dizzy Gillespie, el Weather Report de Jaco Pastorius y Fania All Stars sin Celia Cruz.
Machorrock y choros
El rompecabezas disperso buscando pistas ideológicas de rebeldía afín entre cantonoveros y rocanrroleros se desploma con marcos de referencia inconexos del rock en México. Zangolotean chapulineos imprecisos durante la “dictadura perfecta” del PRI, una ocurrencia equívoca descalificada por el poeta Octavio Paz que Gilbert/Alabarces robaron al novelista peruano Mario Vargas Llosa.
Existiendo desde hace un cuarto de siglo el diccionario Sirenas al ataque. Historia de las mujeres rockeras mexicanas (1956-2000), según ambos autores una consulta “fundamental” de la investigadora, profesora y rockantautora Tere Estrada (Instituto Mexicano de la Juventud /SEP. 384 pp. 2000), cae mal que minimicen a las féminas toda vez que “dos de las tres primeras grabaciones fueron interpretadas por mujeres”. Cito su excusa:
Como veremos, la ignorancia frente al papel de las mujeres en el rock no es para nada distinta a la que impera en otras áreas de la vida latinoamericana (…) Estamos ante una historia de machos, pero su machismo tampoco forma parte de estas páginas. Ése sería otro libro y merece serlo.
Nomás acreditan cinco de México: la tapatía Rita Guerrero; las californianas Julieta Venegas y Kenny Avilés, la texana Mayita Campos, y “la argentina exiliada en México” Hebe Rosell; pero ésta última es citada de forma incorrecta. Apoyados por el compa Benjamín Anaya y su libro “central” Neozapatismo y rock mexicano (La Cuadrilla de la Langosta, 2000), ni siquiera hemos pasado las tres primeras páginas del capítulo segundo dedicado al rock México (“Del Elvis refrito a la Serpiente sobre Ruedas –o al revés—”) cuando Gilbert/Alabarces tienden una incomprensible suerte de mascarada:
(…) la presencia de Briseño es central como articulador de todos estos movimientos prozapatistas, pero Briseño venía de una larga historia de militancia política, que incluía su dúo con Hebe Brisell (sic), una argentina exiliada en México que había sido integrante de Huerque Mapu, un grupo de folclore vinculado a la guerrilla Montonera de su país.
El apellido de Hebe no es “Brisell”, sino Rosell: Hebe Rosell. Absurdo que el par de argentinos la desconocieran. Desde California, Fernando Morán, del Archivo General de la Canción y colaborador de Amexi aclara:
“La hermana del rockero argentino Andrés Calamaro se llama Hebe Rosell. También es hermana de Javier Calamaro, el otro músico de la familia. Junto a Guillermo Briseño, Hebe participó en esa reapertura y aceptación del rock dentro del movimiento alternativo de la Nueva Canción, con gente como Sanampay, León Chávez Teixeiro, Roberto González y Jaime López”.
Celebro hayan incluido una de las “simpatías contraculturales” de José Agustín: el tampiqueño Rockdrigo González (“la máxima figura del rock mexicano”), cantor rupestre del “Metro Balderas” donde Casanovita levantó su estatua y quien el 19 de septiembre cumple 40 años de fallecido en los sismos de 1985.
Si se llora o ríe al echarse uno el clavado de este lado de la moneda que se lee bastante oxidado en los primeros capítulos de Cuba y México, al entrar al tercero, aventurados por el país tropical brasileiro y ondas sudamericanas, la plata y el amor salen a relucir.
Ahí los negritos del arroz se cuecen aparte, así que no se deje intimidar por los prejuicios de este Enano Feroz y, parafraseando a Lalo González El Piporro, oclayéyele y taconéyele al libro que ya en el otro lado de la moneda, la cara mejor labrada, a partir de la página 113, se vale ser prosantaolallista.