Por: Jhoselyn Soria Crecencio
Después de años de silencio, Natalia Lafourcade regresa con Cancionera, un álbum tejido en tres semanas de grabación completamente análoga, donde lo sonoro y lo colectivo se funden en un mismo pulso. Esta nueva entrega no solo marca su reencuentro con los escenarios, sino que también consolida una trayectoria que ha sabido reinventarse sin perder raíz. Con 22 premios Grammy en su carrera y una sensibilidad que trasciende géneros, Lafourcade confirma su lugar como una de las voces más poderosas y poéticas de nuestro tiempo.
La misma autora de Hasta la raíz y Nunca es suficiente —himnos que siguen vibrando en el corazón de América Latina— nos invita ahora a recorrer un universo íntimo, cargado de memoria, cuerpo y canción.
En la conferencia de prensa del 15 de abril en el Museo Franz Mayer, en la Ciudad de México, la artista anunció oficialmente la fecha de lanzamiento de su nuevo álbum, así como las de su próxima gira por México, Estados Unidos, Canadá y Europa.

El retorno a la semilla de Natalia Lafourcade
“La Cancionera llegó en un momento en donde yo estaba a punto de celebrar mis 40 años”, así lo dice Natalia Lafourcade, con la mirada encendida de quien ha cruzado un umbral y ha decidido contarlo cantando. La pregunta inevitable apareció: “Ya llegué a los 40, ¿y ahora qué sigue?”. Y lo que siguió no fue una respuesta, sino una melodía. Un hilito de canciones que, poco a poco, empezó a armarse como una constelación íntima.
La idea del disco surgió en mayo del año pasado, pero Natalia intuía que llevaba tiempo gestándose dentro de ella. “Tenía canciones que, poniéndolas juntas, contaban una historia”, confiesa. No eran temas cualesquiera: eran piezas que traían en su ADN algo más grande, una narrativa con cuerpo, con alma, con una mezcla de México, fantasía y sueño.
La primera intención fue una gira sencilla: solo guitarra y voz. “Yo quería girar como lo hizo Violeta Parra, como Mercedes Sosa, con mucha desnudez, mucha raíz”. Pero el impulso creativo la llevó más allá. El proyecto tomó forma de obra viva, mezcla de concierto, teatro y ritual colectivo. “Ha sido muy interesante porque hay una energía, la energía de la historia que se cuenta a través de las canciones”, expresó Natalia con mucha emotividad.
Y entonces Cancionera dejó de ser solo un disco; se volvió homenaje. “Cuando digo cancionera, pienso en Chavela Vargas, Agustín Lara, Celia Cruz”, dice Lafourcade con reverencia. También se volvió espejo: un reconocimiento profundo a su propio camino como artista; una forma de regresar a la semilla, a esa guitarra primera, al temblor de la voz que inicia.
Y en ese tránsito nació Cancionera: un álbum que no estaba planeado, pero que tenía que ser. Un disco que llegó como la vida misma: incierto, poderoso, lleno de señales. Un canto que floreció justo cuando el reloj marcaba las cuatro décadas y que ahora, en cada nota, nos invita a preguntarnos también: ¿y ahora qué sigue?
El viaje visual entre la fantasía y la tradición
“Cancionera me llevó a hacer cosas que yo, Natalia Lafourcade, no habría hecho”. Las palabras de la artista resuenan con una energía profunda, como si la misma creación de este proyecto la hubiera transportado a un territorio desconocido, donde el arte se entrelaza con la danza, la pintura, el teatro y la tradición. Cancionera no es solo un disco, es un universo visual, un espacio donde la música se encuentra con la narrativa pictórica, donde los colores hablan y las máscaras se convierten en símbolos de transformación.
Este álbum es una obra que invita a sumergirse en lo místico, en lo surreal. En cada uno de sus videos musicales se despliega una estética que conecta profundamente con el imaginario colectivo. Las imágenes que acompañan a Cancionera son una invitación a entrar en un mundo de fantasía, en un espacio que no busca dar respuestas, sino abrir puertas al imaginario del espectador.
La estética es una manifestación del viaje interno de Natalia: “Me llevó a entrar en espacios un poquito más en el campo de la fantasía, en el mundo imaginario”. Y es en ese cruce entre lo real y lo soñado que surgen las máscaras, los movimientos que exploran la danza y la pintura, aquellas facetas de su ser que había mantenido guardadas, como secretos esperando ser revelados. Cada gesto, cada trazo, cada imagen parece una invitación a descubrir lo que está detrás de lo visible. La artista, en un proceso de reinvención constante, se enfrenta a la posibilidad de transformarse, de quitarse la máscara de la cotidianidad y reinventarse.

Un flashazo fue abriendo el camino hacia Cancionera. En medio de la primera sesión de fotos apareció una flor, nos cuenta Natalia: “Yo le encontré una simbología muy adecuada para entrar en el mundo de la Cancionera: la flor, la flor de mi jardín, de todas las flores. Finalmente, encontré mi flor: la flor de la cancionera”. Esa flor —que no puede revelar aún por completo— se convirtió en un símbolo guía, en una revelación estética y emocional que condensó el espíritu del álbum: lo íntimo, lo vital, lo que florece aun en medio de la incertidumbre. Una flor que no es solo ornamento, sino señal, umbral, talismán.
En ese mismo camino simbólico aparecen las Mascaritas de cristal, canción en la que Lafourcade se enfrenta con su alter ego: “Es una confrontación conmigo misma que habla de la lealtad con uno mismo”. A través de esta canción, Natalia explora las capas que nos cubren, las máscaras que usamos para sobrevivir, para pertenecer, para ocultar. Pero también esas mismas máscaras que pueden volverse transparentes, vulnerables, reveladoras. Son frágiles como el cristal, pero al mismo tiempo nos permiten ver más allá.
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Esto refleja no solo la evolución artística de Natalia, sino también la capacidad de transformación que tiene todo ser humano. La nueva etapa de su vida y su música está llena de una sinceridad brutal: “Lo que no quiero hacer es que la vida se me pase sin darme cuenta, sin aprovecharla”, afirma con claridad. La exploración de su propio mundo creativo —un mundo que no tiene miedo de confrontar, de atravesar lo que en un principio parecía impensable— se convierte en el camino hacia su lealtad consigo misma.
El álbum, en su faceta visual, es una obra anclada en las raíces mexicanas y en la música tradicional, pero con una mirada que no se queda en lo obvio. “Refleja el amor que tengo por México, por sus músicas tradicionales”, dice Natalia. Sin embargo, lo que Cancionera aporta es una reconfiguración de esa tradición: la mezcla de colores, las máscaras, los movimientos rituales; todo se convierte en un juego de espejos, en una danza donde el presente se encuentra con el pasado y el futuro. Es un homenaje que trasciende lo físico y se convierte en un rito, una celebración de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
En sus videos, la fotografía se convierte en un componente vital, una extensión de la música que captura la esencia del momento. Las luces y sombras juegan con las formas, creando atmósferas donde lo tangible se disuelve y lo intangible se revela. Cada imagen es una pintura en movimiento, un cuadro efímero que se plasma en la memoria.

Un mundo dentro del estudio, un universo colectivo
En el corazón de este álbum hay un motor profundamente humano: grabar en dos semanas catorce canciones, sin margen para pulir, sin escudos digitales que maquillen. Entrar al estudio con el alma en la garganta, con la guitarra entre las manos y con los ojos puestos en el lenguaje secreto del cuerpo. “Lo que esto genera es una inmediatez y una autenticidad”, confiesa la artista. La creatividad no como control, sino como entrega, como riesgo compartido; como si cada canción fuera una toma de teatro viva, una ceremonia irrepetible.
Cancionera es también una meditación sobre el poder de la colectividad. Este álbum se levanta como un acto de fe en lo comunitario, en el aquí y el ahora. Lafourcade se rodea de músicos que no solo ejecutan, sino que se convierten en cómplices emocionales: “Yo, con mi guitarra, con Cancionera, viviendo mucha atención para que me pudieran seguir, para que me pudieran acompañar, para que leyeran mi cuerpo, mi mirada”. Cada entrada, cada acorde, cada palabra es un hilo tendido entre almas abiertas.
Natalia nos recuerda que la improvisación, lejos de ser un lujo, se vuelve estructura: la libertad del error, la belleza del accidente. Como esa vez, en el estudio de grabación de Cancionera, el maestro Alfredo Pino, con su trompeta, extendió una nota más allá del cálculo: “Me está contando mi historia a través de su trompeta. No lo voy a cortar: que siga, que vaya, que concluya”, narró con mucha emoción la cantante. Porque en esa expansión hay verdad, hay vida, hay una historia que no se dice con palabras, pero que todos entienden.
Este disco es, en muchos sentidos, el más íntimo de Lafourcade. Pero no una intimidad cerrada, de diario personal; es una intimidad compartida, un tejido de complicidades. Cada músico escucha, observa, responde. El cuerpo es partitura, la mirada es metrónomo. Se crea con lo que hay: el instante, el gesto, la respiración.
En ese estudio no se buscaba la perfección técnica, sino la verdad emocional. Y en ese riesgo de grabar como se vive —sin repetir, sin corregir, sin miedo— sucedieron cosas mágicas: “La imperfección tiene un tipo de perfección”, recuerda Natalia. Y esa imperfección permitió que floreciera algo más grande que la suma de sus partes: una música que respira, que late, que se rompe y se reencuentra.

Un cine realista
La mirada del cineasta Bruno Bancalari, director del videoclip oficial de Cancionera, aporta una capa más a este universo emocional: una lente que no busca embellecer lo real, sino exponerlo con toda su alma. Hubo un momento en la grabación en que el director quiso repetir, según Natalia, una toma: “Déjame arreglar esto, no la puedo dejar así”. Pero la cancionera respondió: “Déjala así. Que se vean las tripas, que se vea cómo se hizo”. Porque ahí, en lo roto, en lo crudo, también hay belleza.
Cancionera nos enseña a mirar distinto: a encontrar luz en las manchas, a abrazar la cicatriz, a soltar la obsesión por lo pulido. “Ahí hay otra cosa”, dice Lafourcade, “hay alma, hay personas, hay errores que está bien que se vean”. Esa aceptación se vuelve filosofía. Un recordatorio de que no todo debe ser perfecto para ser verdadero. “Quizás no debo preocuparme tanto por ese tipo de cosas en el futuro”, confiesa.
El alma de lo análogo: Cancionera como acto sonoro de resistencia
Lo que me empujó fue actuar, entrar al estudio de grabación y decir: “Vamos a grabar catorce canciones en dos semanas”, sin pausas, sin retoques, sin tiempo para corregir. La consigna era clara: grabar todo en cinta analógica, sin artificios digitales. Lo que sucede es lo que queda. Y en esa urgencia, en esa imposibilidad de esconder, aparece algo más valioso: la verdad de lo que vibra en el instante.
En Cancionera, dieciocho músicos tocaron juntos, al mismo tiempo, en una suerte de comunión sonora. No hubo doblajes ni pistas añadidas después. Cada instrumento, cada voz, cada respiración quedó registrada tal cual ocurrió. Lo que se escucha es una conversación colectiva hecha de miradas, de silencios compartidos, de intuición.
La belleza de lo análogo está en lo que no se puede borrar: en el crujido leve de una cuerda, en la entrada anticipada de un instrumento, en el temblor de una nota. Es un registro con cuerpo, con errores, con alma. No se trata solo de una estética, sino de una postura ética: resistir la pulcritud artificial para defender lo orgánico, lo inmediato, lo profundamente humano.
Este álbum no se construyó desde la corrección técnica, sino desde el riesgo de dejarlo ser. Y en ese dejar ser coexisten géneros que han habitado la memoria sonora de generaciones: por ejemplo, bolero ranchero, son jarocho, son jalisciense, bossa nova, entre otros. Cada uno llevado con respeto, pero también con libertad. Como quien honra la raíz y, al mismo tiempo, la deja crecer hacia nuevos cielos.
En una época donde todo se ajusta, se limpia, se afina, Cancionera escoge el temblor, la voz sin máscara, la música en su estado más puro. Porque hay una perfección que solo existe en lo imperfecto. Y esa, quizás, es la más difícil de encontrar.

Fechas importantes
Cancionera, por tanto, no es solo un disco, sino un testimonio de lo que puede suceder cuando un grupo de artistas se conecta profundamente. Es una invitación a entregarse al instante, al flujo natural de la creatividad sin miedo a lo que no se puede controlar. En esa libertad surge lo verdaderamente mágico.
Y la magia de este álbum será lanzada el 24 de abril, la cual no se quedará en los estudios. La gira que acompaña este lanzamiento llevará esta propuesta íntima y colectiva a diversas ciudades de México, Estados Unidos, Canadá y Europa, entre finales de abril y octubre de este año.
Cada una de estas fechas será una oportunidad única para sumergirse en el alma de Cancionera, para vivir la belleza de lo imperfecto y sentir la energía de una música hecha a mano, sin retoques, sin artificios. No te pierdas la oportunidad de escuchar este álbum, donde la magia está en lo que no se puede controlar y la verdad se encuentra en la libertad creativa.
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