Equipada con la tecnología más moderna por aire, mar y tierra, la Border Patrol mantiene en jaque a los migrantes que sin documentos intentan cruzar por garitas, valles, ríos, desiertos y montañas hacia Estados Unidos.
Desde Playas de Tijuana hasta Reynosa Tamaulipas, en los más de 3 mil 200 kilómetros de frontera que separan a México con Estados Unidos, los detectores de sonido, el muro fronterizo, las videocámaras, las camionetas 4×4, lanchas rápidas y el mosco-helicóptero- vigilan metro a metro este territorio, donde literalmente ni los fantasmas “indocumentados” pueden burlar a la Border Patrol y al Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE).
En los tiempos de Biden, Trump y Obama se incrementaron las deportaciones y detenciones por la Garita de Tijuana-San Ysidro, donde todos los días la Border Patrol y el ICE retornan por la puerta de metal giratoria y en vehículos a miles de indocumentados, lo mismo jóvenes, adultos, mujeres, cada vez más niños sin compañía, algunos muertos y de vez en cuando uno que otro fantasma.
Teresa y Arturo
La historia sucedió a finales de octubre del 2010 en la Garita Tijuana-San Ysidro. Un matrimonio de tijuanenses a bordo de su automóvil realizaba el ritual mensual de ir de compras a los malls del otro lado de la frontera para surtir despensa y ropa.
Como siempre, la fila de vehículos se contaba por cientos, que tienen que esperar dos o tres horas los fines de semana. No por nada es la garita y frontera más transitada del mundo, con más de 50 millones de personas que cruzan al año y 17 millones de vehículos.
Teresa, comerciante en un tianguis de pulgas de una colonia popular de la legendaria “Tia Juana”, miraba de reojo a los automovilistas de al lado. Lo mismo familias que van a los malls a comprar dulces, disfraces o ropa en vísperas del Halloween. Otros, con cara de pocos amigos, lo mismo cholos que narquillos, en camionetas 4×4 que retaban con la mirada a quien se les cruzaba.
Arturo, nacido en Sinaloa, es el esposo de Teresa. Se cansó de cambiarle la radio y de escuchar narcocorridos y cumbias. El calor lo agobiaba y el motor del auto empezó a calentarse. Casi dos horas formados en la fila, que avanzaba muy lento. Adormilado recibió la señal del agente aduanal que era su turno para la revisión de las visas.
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Abran la cajuela
Un oficial de origen oriental, los más gachos dicen los tijuanenses, aunque otros afirman que son los propios de origen mexicano, miró desconfiado al matrimonio de cuarentones. Se acercó a su computadora, tecleó, checó datos y les ordenó abrir la cajuela del viejo Ford Focus azul.
Caminó alrededor del vehículo buscando algo en el asiento trasero. Tajante les ordenó pasar a un gran estacionamiento cubierto y repleto de cámaras y sensores para una segunda revisión.
“Dónde está la persona que traen escondida en el automóvil”, les cuestionó el chino en un español cortado.
De inmediato el automóvil y sus ocupantes fueron rodeados por otros cuatro agentes. A unos pasos de ahí estaban desmantelando una camioneta conducida por un mexicano y un gringo que se sospechaba llevaban droga. Teresa y Arturo se sorprendieron del maltrato y sobre todo de la acusación de llevar a un tercer pasajero escondido.
Los cinco oficiales del ICE: el chino, un anglosajón, dos afroamericanos y un latino, desmantelaron prácticamente el Ford Focus. Sacaron asientos, despegaron alfombra, vaciaron la cajuela.
Arturo, entre preocupado y molesto, preguntó el porqué de la revisión. Teresa, nerviosa, fue interrogada por un oficial de apellido Ortega. El agente le insistió que una persona de baja estatura iba en el asiento de atrás del automóvil.
“El scanner lo marca claramente. Es una mujer, de cabello largo, pequeña, como de 1.50 de estatura, delgada, que estaba en el asiento trasero cuando revisamos sus visas”, les explicó el oficial, de origen mexicano.
Los ojos de Teresa se humedecieron y Arturo la abrazó. Los oficiales no entendían el drama. Teresa balbuceó algunas palabras y explicó a los oficiales: “Hace un mes falleció mi niña, cabello largo, de 10 años de edad, y le habíamos prometido venir a San Ysidro de shopping en vísperas del Halloween”.
Los oficiales del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) se sorprendieron con el relato, pero no se alejaron ni un ápice del protocolo de seguridad y migración. “No pueden pasar porque para nosotros son tres personas y sólo tienen dos visas”, argumentó sin margen a la discusión el oficial Ortega.
Ni a los fantasmas los dejan pasar
Todo fue confusión y sorpresa para el matrimonio, que esperó que rearmarán el Focus antes de ser prácticamente deportados, junto con el espíritu de su hija, a Tijuana.
“Los gringos, cuando quieren, hasta las almas, hasta los fantasmas detectan”, comentó una señora mexicana que presenció la escena mientras su vehículo también era revisado.
Teresa, Arturo y el fantasma de su hija regresaron como cualquier indocumentado a México en su vehículo. Enfilaron a una iglesia cercana al cruce fronterizo, por el rumbo de Otay, a rezar por el alma de su pequeña.