El concepto de geopolítica ha tenido múltiples acepciones desde que el jurista sueco Rudolf Kjellén lo empleó por primera vez ─como geopolitik─ en su ensayo “Las grandes potencias”, publicado en 1905 donde, empero, no lo dotaba de contenido concreto. Para su trabajo titulado “El Estado como forma de vida” (1916), Kjellén solventó dicho déficit definiendo a la geopolítica como “la ciencia que estudia el Estado como organismo geográfico” planteando que era un campo de estudio donde convergen “la ciencia política, la geografía política, la estrategia militar y la teoría jurídica del Estado” (https://acortar.link/SdYyFq).
El surgimiento de esta disciplina interseccional, nacida en la cuna del imperialismo, es decir, en Europa, tuvo como una de sus condiciones de posibilidad ─en el plano de la construcción de conocimiento─ una serie de debates que se estaban dando en dicho continente al menos desde el siglo XVIII, los cuales fueron fuertemente imbuidos en ideas de racismo, clasismo y nacionalismo.
Kjellén estaba especialmente influenciado por el pensamiento de Friedrich Ratzel (1844-1904), un geógrafo alemán que creó la antropogeografía, la cual se dedica al estudio de la distribución y el desarrollo de la humanidad en relación con el medio geográfico. A Ratzel se le atribuye la creación de la idea de lebensraum (que en español quiere decir espacio vital), la cual a su vez fue retomada por el geógrafo y militar filonazi Karl Haushofer (1869-1944) para elaborar la doctrina imperialista de política exterior expansionista del nazismo que, entre muchas otras cosas, veía en las tierras del este europeo los recursos y la mano de obra esclava ─en las poblaciones no arias, a las que consideraban inferiores─ necesarios para el desarrollo económico alemán y el bienestar de su comunidad étnica de acuerdo con su visión supremacista.
La geopolítica comúnmente es asociada al pensamiento imperialista más reaccionario, tanto por el origen de la disciplina como porque sus análisis han servido al diseño de estrategias que son utilizadas para el sometimiento de colonias y semicolonias, así como en las disputas entre las propias potencias imperialistas ─o que están en proceso de consolidarse como tal, ejemplo de esto último sería China─, dinámica en la cual quedan atrapadas poblaciones de millones de personas pertenecientes a sectores populares y minorías étnicas las cuales son vistas como meras estadísticas.
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Claro, después surgió otra vertiente de la geopolítica, denominada crítica o anti-geopolítica, que fue desarrollada por autores como Paul Routledge, Gearóid Ó Tuathail y Simon Dalby; algunos que han aportado ideas o problematizaciones para el desarrollo de esta han sido Henry Lefebvre, Antonio Negri y Michael Hardt, pero esa es otra historia…
De cualquier forma, tanto para la producción de conocimiento geopolítico tanto como para su implementación estratégica quienes cuentan con mayor capacidad, obviamente, son quienes tienen más recursos económicos, políticos, militares, culturales, etc. O sea, los gobiernos de naciones imperialistas o imperialistas en consolidación. Los objetivos de estos Estados, en términos muy generales, es la expansión de su influencia, el control de mercados, y la subyugación de pueblos y territorios para el saqueo de riquezas en beneficio de sus respectivas burguesías transnacionales. Para ello se valen de sutiles herramientas económicas (sanciones), políticas (imposición de marcos jurídicos y normativos, por poner unos ejemplos), culturales (estudios regionales, y producción y reproducción simbólica) y militares (tanto legales como ilegales).
El abanico de avatares que pueden adoptar estas herramientas en coyunturas concretas es tan amplio como el contexto histórico y la imaginación lo permitan: puede ser en forma de imposición de medidas a través de préstamos a las naciones atrasadas, o como desestabilización política de estas mediante acciones militares del tipo “black ops” (en español, operaciones clandestinas), las cuales van desde ataques encubiertos (montajes y de falsa bandera), pasando por la instigación de conflictos internos entre comunidades, actores políticos y/o estructuras de poder legales e ilegales de cierta región, hasta la creación de enemigos supuestamente formidables dentro de naciones subyugadas que aterroricen a la población civil y presuntamente “amenacen” la seguridad nacional de los países imperialistas y, por lo tanto, hagan “necesarias” intervenciones militares directas o indirecta ─a través de capacitaciones─.
La visión geopolítica nos sitúa ante el planeta como un tablero de ajedrez donde la estrategia y la táctica despliegan las herramientas mencionadas para ganar partidas que están proyectadas en términos de décadas e, incluso, de siglos; es un campo de batalla donde las potencias imperialistas buscan expandir o mantener su influencia a través de conflictos militares, económicos y políticos, en un contexto de creciente multipolaridad y competencia global.
En México uno de los fenómenos que muestran más claramente estas dinámicas es el del narcotráfico, cuyas estructuras históricamente han crecido al amparo velado de las agencias de seguridad nacionales tanto mexicanas como estadunidenses. Sobre esto último el testimonio que dio el ex piloto de la CIA, Tosh Plumlee, en torno la forma en que él y otro colega eran comisionados por superiores para llevar a Caro Quintero en viajes de Veracruz hacia Guatemala y a Costa Rica a principios de 1985 ─poco tiempo antes de la aprehensión del capo y en el contexto del financiamiento ilegal del gobierno yankee a la contrarrevolución nicaragüense─, es revelador (https://acortar.link/1gFiiY).
En casos más recientes está el de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública en el sexenio de Felipe Calderón, actualmente sentenciado en EE.UU. a 39 años de prisión por narcotráfico. Genaro había recibido distintos premios de instituciones yankees entre las que destacan la Asociación Internacional de Analistas de Inteligencia para el Cumplimiento de la Ley (IALEIA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI). Con todas las herramientas y tácticas que tienen dichos organismos, es inverosímil afirmar que los estadunidenses no sabían quién era García Luna y lo que había estado haciendo durante toda su carrera en materia de corrupción y montajes (https://acortar.link/EYu7V1).
Aún con todo ello, los gobiernos siempre han jugado un doble juego en el tema del narco: por un lado, mantienen políticas prohibicionistas respecto a las drogas y, en el caso de Estados Unidos, utiliza el tema para presionar políticamente a México y otros países, mientras que por otro apoyan a las estructuras involucradas en el fenómeno y las instrumentalizan. Ese doble juego hace que el asunto del narco siempre esté plagado de montajes y narrativas espectaculares.
Y es precisamente el montaje uno de los instrumentos más utilizados por los gobiernos imperialistas en el tablero geopolítico. Lo vimos implementarse en 2003, cuando Estados Unidos y sus aliados insistieron en que Irak tenía armas de destrucción masiva y que debían invadir dicho país supuestamente en aras de proteger sus respectivas seguridades nacionales.
La invasión ocurrió, hubo cientos de miles de víctimas, el país fue ocupado, proliferaron una multiplicidad de grupos yihadistas radicales que aterrorizan a la población civil ─entre los que destacaron los impulsores del Estado Islámico─, pero el saqueo de los recursos por parte de empresas transnacionales casualmente nunca cesó. Aunque es verdad que el régimen de Sadam Hussein era brutal, luego se descubrió que las famosas armas de destrucción masiva jamás existieron. Si el imperio estadunidense es capaz de inventar montajes de esa magnitud para cumplir objetivos geopolíticos, ¿Qué nos hace pensar, por ejemplo, que lo que actualmente dicen sobre las aprehensiones de Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín Guzmán López el pasado 25 de julio es verdad? Lo único claro en ese suceso es que hubo injerencia yankee. Fue una “black op”.
A pesar de que la Fiscalía General de la República haya declarado que considera que la versión del secuestro de “El Mayo” es verídica, lo cierto es que también pudo haber sido un montaje de considerables proporciones hecho a medida de los requerimientos estadunidenses para desestabilizar a México en el marco de la transición de sexenio y de la aprobación de reformas constitucionales que no son del agrado de los grandes empresarios del vecino del norte.
En ese teatro donde bien pudieron haber estado de acuerdo las agencias de inteligencia gringas con los dos capos aprehendidos ─al margen, obviamente, del conocimiento de las bases de las estructuras criminales─ el cacique Héctor Melesio Cuén Ojeda tal vez fue sacrificado para crear un elemento problemático al régimen cuatroteísta. Acaso eso fue un factor en la ecuación de una entrega pactada. Sería un montaje en el que, conociendo a su estructura caciquil (https://acortar.link/STV7K5), se desencadenarían más montajes, enrareciendo todo. Tal como sucedió.
Melesio, en la última etapa de su vida, se convirtió en la figura ideal para ello: un cacique local y multimillonario que había secuestrado durante casi 20 años a una universidad pública estatal, cuya familia ha tenido vínculos históricos con el narco (https://acortar.link/LXmBM0), pero que se hacía pasar en medios de comunicación nacionales como una víctima indefensa, con el cual todas las cúpulas políticas sinaloenses, de izquierda ─Rocha Moya incluido─ y de derecha, se habían aliado en distintos momentos, y que a su vez era un viejo amigo de “El Mayo”.
Su asesinato deja embarrado a todo mundo y contribuye a la artificiosa narrativa de “narcoestado” o “estado fallido”, que tanto le gusta al imperialismo norteamericano ─para agitar la amenaza de la intervención militar─ y a quienes creen en el legalismo de las democracias burguesas. Si esa hipótesis fuera real, ni siquiera las autoridades mexicanas podrían reconocerlo públicamente pues conllevaría problemas diplomáticos. Sería información reservada. Nunca lo sabremos.
Lo cierto es que ese asesinato ha generado ciertas dificultades al gobierno de Claudia Sheinbaum, aunque no al grado de mermar su hegemonía, la cual, de momento, es bastante consistente. Por lo pronto, tras estos hechos, Sinaloa, una entidad donde convergen intereses geopolíticos estadunidenses, canadienses, alemanes y chinos puestos en la minería, los gasoductos, los agro bisnes y la petroquímica, entra en una nueva oleada de militarización y paramilitarización.
*Norberto Soto Sánchez
Psicólogo y maestro en Educación por la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Doctorante en la UPN Unidad Ajusco.
Interesado en temas de violencia política en educación superior.