La muerte, un fenómeno universal que provoca variedad de emociones y reflexiones, adquiere en México una dimensión única y rica.
Este tema, profundamente arraigado en la cultura mexicana, merece ser estudiado no solo por su relevancia social y emocional, sino también por su capacidad para revelar aspectos de la identidad colectiva y la historia de un pueblo. En este contexto, el análisis del duelo y la muerte se convierte en una herramienta esencial para comprender cómo se construyen y viven estas experiencias en una sociedad que celebra la vida y la memoria de quienes han fallecido.
Un punto de partida para este análisis es el texto de Sigmund Freud, Duelo y Melancolía (1915). Freud establece hace 110 años que el duelo es un dolor psíquico que puede manifestarse de múltiples maneras, incluyendo la posibilidad de encarnarse en el individuo. Esta experiencia, además de ser un sufrimiento, representa un desafío para la estructura subjetiva del ser humano, quien debe reorganizar su universo simbólico tras la pérdida de un ser querido.
Dolor y transformación, doble rostro del duelo
Así, el duelo se revela como un proceso de reestructuración psíquica que implica una modificación del yo y la administración del capital libidinal que cada persona posee. Este doble rostro del duelo —como dolor y transformación— es particularmente evidente en etapas críticas de la vida, como la adolescencia y la vejez.
Para entender la concepción de la muerte en México, es fundamental explorar las creencias de los antiguos pueblos mesoamericanos, como los aztecas y los mayas. Para estos pueblos, la muerte no era un final absoluto, sino un tránsito natural dentro del ciclo de la vida.
La creencia en el Mictlán, el inframundo azteca, ilustra esta visión: las almas de quienes morían por causas naturales emprendían un viaje hacia un destino que debía ser atravesado para alcanzar la paz. Así, la muerte se integraba en una cosmovisión donde la vida y la muerte coexistían en armonía, marcando un fuerte respeto por el ciclo natural de la existencia.
Todos Santos y Fieles Difuntos
Con la llegada de los españoles y la imposición del catolicismo, muchas de las prácticas indígenas fueron reinterpretadas y adaptadas. Esta fusión cultural dio lugar a nuevas tradiciones que amalgamaron a la fuerza elementos de los pueblos originarios con la celebración cristiana de Todos Santos y el Día de los Fieles Difuntos.
Las ofrendas, altares y la icónica figura de La Catrina son ejemplos de cómo estas culturas se entrelazaron, manteniendo un profundo respeto hacia los difuntos. En este nuevo contexto, la muerte se transforma en un puente que une lo terrenal con lo espiritual, un acto de recordación y veneración que refleja una continuidad cultural sorprendente.
Uno de los aspectos más discutidos de la cultura mexicana es la relación con la muerte a través del humor, que es una lectura simple y sin fondo de lo que se manifiesta en festivales y celebraciones como el Día de Muertos, donde la tristeza y la alegría se entrelazan con el recuerdo de los difuntos.
En lugar de ser un tabú, la muerte se aborda con una perspectiva que la convierte en una transición natural. Las calaveritas literarias, pequeñas composiciones poéticas que satirizan a personajes vivos, son un claro ejemplo de esta actitud.
Dolor común convertido en memoria y celebración
A través de la risa pero también del llanto, los mexicanos no solo entretenemos, sino que también reflexionamos sobre la mortalidad, conviviendo con el miedo y estableciendo una conexión más cercana con el duelo.
El Día de Muertos es una de las expresiones más significativas de esta visión cultural. Durante estas celebraciones, el dolor por la pérdida se transforma en un acto de comunidad y memoria.
Los altares coloridos y las ofrendas no solo rinden homenaje a los difuntos, sino que también crean un espacio de encuentro familiar y social, donde el duelo se comparte en un ambiente de alegría y nostalgia.
Esta celebración, lejos de ser un momento de tristeza, se convierte en una oportunidad para recordar, honrar y celebrar la vida de quienes han partido, manteniendo viva su memoria en el corazón de quienes los aman.
La muerte, motor económico de México
La muerte no solo tiene un significado cultural y emocional, también se ha convertido en un motor económico importante en México.
Las celebraciones del Día de Muertos han generado un mercado vibrante que abarca desde la producción y venta de artesanías hasta servicios funerarios. Este fenómeno ha impulsado a pequeños y grandes negocios, promoviendo la economía local en diversas regiones del país.
Las ofrendas, por ejemplo, requieren de una variedad de elementos como flores (especialmente el cempasúchil), papel picado, alimentos y bebidas que los difuntos disfrutaban en vida. La demanda de estos productos se incrementa notablemente en la temporada de Día de Muertos, generando oportunidades para agricultores, floristas y comerciantes locales.
De igual manera, la figura de La Catrina ha evolucionado en un símbolo que alimenta una industria de souvenirs, ropa y accesorios, lo que contribuye a la difusión y comercialización de la cultura mexicana.
Por otro lado, el sector funerario también experimenta un auge significativo en esta época del año. Las empresas de servicios funerarios ofrecen paquetes especiales y promociones que atraen a las familias que desean honrar a sus seres queridos de manera memorable.
Este aspecto de la economía de la muerte no solo refleja una necesidad práctica, sino también una disposición cultural para invertir en rituales que consideran esenciales para el duelo y la recordación.
De la tumba a las pantallas
A nivel turístico, el Día de Muertos ha atraído a visitantes de todo el mundo, quienes buscan experimentar esta celebración única. Las ciudades que destacan en la celebración como Oaxaca y Ciudad de México se benefician del turismo, lo que a su vez estimula la economía local a través de la hotelería, la gastronomía y el comercio.
El Día de Muertos se ha convertido en una de las festividades más llamativas para los extranjeros, un momento en que se celebra la vida y la memoria de quienes han partido.
Desde una perspectiva convencional —aunque no exclusivamente occidental— surge la pregunta: ¿por qué celebrar a los fallecidos? Este gesto de remembranza no solo acerca a las personas a su pasado, sino que evita que los recuerdos se desvanezcan.
En este contexto, la película Coco, producción de Disney y Pixar, surge como un homenaje a esta antiquísima celebración que conecta el mundo de los muertos con el de los vivos. A través de sus coloridas animaciones y su rica narrativa, Coco pretende visibilizar la cultura mexicana y valora sus tradiciones, aunque también enfrenta críticas por simplificar rituales y potencialmente explotar culturalmente esta herencia.
Por otro lado, la saga de James Bond ha presentado su propia interpretación del Día de Muertos. En 2015, el rodaje de Spectre incluyó una secuencia icónica que “inventó” un espectacular desfile en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Con la participación de mil 500 extras caracterizados como catrines y catrinas, esta escena transformó un ritual cultural en un espectáculo visual que, aunque logró una visibilidad global de la cultura de la muerte, también corrió el riesgo de reducirla a un elemento de entretenimiento superficial, despojándola de su profundidad cultural.
Honra o trivialidad, el riesgo de transformar la muerte en atractivo visual
Al analizar ambas representaciones, se evidencian diferencias notables en la forma en que abordan el tema de la muerte. Coco ofrece una visión íntima y emocional del duelo, presentando la muerte como una parte integral de la vida, donde los recuerdos se celebran y honran. En contraste, la secuencia de Spectre presenta la muerte como un mero atractivo visual, convirtiendo un ritual profundo en un espectáculo de entretenimiento.
Este enfoque afecta la percepción pública de la muerte en México, promoviendo una imagen que puede distorsionar el respeto y la solemnidad que la cultura mexicana atribuye a sus rituales.
Tanto Coco como la saga de James Bond han impactado la forma en que se percibe la muerte en un contexto global. Mientras que Coco honra y celebra las tradiciones mexicanas, la representación en Spectre corre el riesgo de trivializarlas.
Es vital entender y respetar la cultura de la muerte en México, reconociendo su valor no solo como un evento festivo, sino como una parte esencial de la identidad cultural que merece ser compartida y celebrada con profundidad y respeto.
Como escribió la poeta Dolores Castro: “La muerte no es el final, sino un susurro que nos acompaña a lo largo de la vida”. Esta visión invita a cada mexicano a reflexionar sobre su propia existencia y a encontrar en la muerte no solo un fin, sino un camino de continuidad y conexión con las generaciones que han precedido.
En un país donde la muerte es una parte intrínseca de la vida, el desafío radica en mantener viva la esencia de estas tradiciones, integrándonos.