Elogio de la telenovela: Lágrimas y secretos del corazón (I)
Para Amaya e Iñaki (que, con su talento y esencia, se integren a la cultura pop).
Existen quienes encuentran un placer sin culpa en ver las telenovelas, un gusto que puede resultar incluso inesperado en tiempos en los que la crítica cultural tiende a despreciar lo masivo y popular. Tal vez la razón de nuestra fascinación por este género radique en que las telenovelas ofrecen un espacio único para iluminar lo cotidiano, pero lo hacen desde su propia esencia.
No se trata de discutir la vida común ni de transformarla en algo inalcanzable; al contrario, la celebran y la llevan a su máxima expresión. Todo se resuelve en ellas de manera tan perfecta, tan evidente, que parece que nada se escapa de su lógica emocional. Las telenovelas no son meros entretenimientos: son un escenario en el que todo es posible y, al mismo tiempo, todo es conocido; un espacio en el que lo soñado se da por hecho y lo temido se convierte en un drama palpable.
Viaje al corazón cursi y vital de lo cotidiano
Recientemente, mi hijo Iñaki reconoció la pasión que siento por este mundo y el conocimiento que acumulé a lo largo de más de cuarenta años de disciplina y entusiasmo, como quien sigue una tradición que se convierte en un deporte. De alguna manera, la telenovela es un ritual social en mi vida, como el fútbol o la literatura lo son para otros. En mi caso, dediqué incontables horas a estos relatos de amor, traición y redención.
Lo curioso es que, al igual que en otros pasatiempos, la práctica se transforma en arte y el conocimiento en una forma única de disfrutar algo que, en su aparente simplicidad, esconde capas de complejidad emocional y social.
Reconozco públicamente mi “músculo telenovelero”, el desarrollo a lo largo de los años de una profunda apreciación por la estética y la narrativa de las telenovelas. Esta fascinación no solo ha permanecido intacta con el paso del tiempo, sino que también ha contagiado a otros, como la gran Báez, quien ha seguido mis pasos en este camino.
Juntos, nos hemos reído y llorado ante la sencillez de lo cotidiano. Las tramas que nos tocan son a menudo las mismas: los enredos familiares, los conflictos sociales, las pasiones desbordadas, pero precisamente esa repetición otorga a las telenovelas una cualidad casi ritual, una estructura que nos permite experimentar, sin miedo ni vergüenza, todo lo que somos y todo lo que anhelamos.
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Y no me disculpo, al contrario, me siento profundamente orgulloso de disfrutar de este género, tan denostado por ciertos sectores intelectuales. No tengo reparos en aceptar el placer genuino que las telenovelas me provocan. En un mundo saturado de series sofisticadas, de alta producción y “profundas”, las telenovelas siguen siendo un refugio para quienes buscan algo más inmediato, algo que no necesita ser analizado para ser comprendido.
Son un escape sin pretensiones, un espacio donde se disfrutan los arquetipos clásicos de la narrativa humana: el amor imposible, la lucha por la justicia, la venganza redentora, la pobreza que da paso a la riqueza, la traición que desemboca en redención. En un sentido, las telenovelas funcionan como una suerte de terapia colectiva, un espejo en el que todos podemos reflejarnos y participar en emociones intensas sin tener que confrontarlas directamente en nuestra vida diaria.
Las telenovelas y la antropología
En un mundo cada vez más globalizado, los productos culturales que consumimos no solo tienen un papel en el entretenimiento, sino que también se han convertido en ventanas a través de las cuales podemos observar las tensiones, valores y estructuras sociales de las sociedades que los producen. Las telenovelas, especialmente las de habla hispana, son un claro ejemplo de cómo la televisión, como medio de comunicación masiva, refleja las realidades sociales y culturales, al mismo tiempo que las moldea y transmite.
Este fenómeno es de especial relevancia porque, aunque hoy en día diferentes mercados internacionales absorben las telenovelas, su núcleo sigue estando profundamente anclado en las realidades sociales de América Latina. Tienen un tono melodramático, y normalmente, un final feliz para los protagonistas.
Es por esto que resulta pertinente volver a hablar sobre las telenovelas desde una perspectiva antropológica. A través de ellas, no solo somos testigos de historias de amor, traición y sufrimiento, sino que también podemos entender las dinámicas sociales que subyacen en esos relatos: las jerarquías de poder, los roles familiares y los ideales colectivos e individuales.
Las telenovelas actúan como un espejo de las culturas que las producen, permitiéndonos conocer mejor las estructuras emocionales, sociales y culturales de una sociedad y cómo estos valores se transmiten a través de generaciones.
Espejo de las estructuras sociales
Las telenovelas, a diferencia de otros géneros televisivos, han logrado captar la atención de un espectro muy amplio de la audiencia, atravesando clases sociales, edades, géneros y niveles educativos. Aunque en sus primeros años se percibían como una forma de entretenimiento ligero, hoy entendemos que estos relatos son mucho más que simples historias de amor y drama. Son una representación simbólica de las estructuras sociales, donde se reflejan las luchas de poder, los roles familiares, las expectativas de género y los ideales sociales de cada cultura.
A través de la protagonista que lucha por el amor verdadero en un contexto de desigualdad, los espectadores son invitados a reflexionar sobre el acceso a la movilidad social y el papel de las estructuras de poder en su propia vida.
Finalmente, expreso mi deseo de que algún día la vida me permita escribir la historia completa de la telenovela: un relato de cómo este género se ha desarrollado, ha influenciado y ha formado parte integral de la cultura popular a lo largo de décadas.
(CONCLUIRÁ)
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— Todito Mx (@ToditoMx) March 16, 2025