La lluvia desgrana desde el alto gris sus primeras gotas sobre Mixcoac…
Afuera del colorido Taller AvecindArte, en Avenida Lomas de Plateros, el artista mazateco Filogonio Naxín y su compañera mixe Cristal (Cris) Mora Patricio emergen entre humos de incienso, tomando de la mano a la pequeña tríada de la pareja: Julián Jamajñú (“raíz fuerte”), Luna Tsutsin (“luna de cristal”) y Leonel Naxin-Lí (“venadito de fuego”).
“Ellos, con sus sonrisas, nos revitalizan cada día”, expresan alegres Naxín y Cris, agradeciendo al cielo sus frutos cual vaticinio también de la tormenta que, esperan, logre la cosecha campesina en tierras oaxaqueñas.
Para conmemorar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas el pasado 9 de agosto, el pintor, muralista y grabador Filogonio Naxín inauguró la exposición Nahuales sagrados en el Museo Nacional de Antropología, con 22 obras pictóricas suyas plasmadas en técnicas ancestrales, cuyos motivos parten de las colecciones etnográficas del recinto de Chapultepec, donde él las creó durante un año y que permanecerán allí expuestas hasta octubre.
Cada fin de semana, dentro del maravilloso museo que custodia el llamado Tlaloc del pueblo mexiquense de Coatlinchanen, a la una de la tarde, Naxín funge de guía a las visitas que acuden a admirar su muestra de zoología fantástica. Al historiador Alfredo López Austin (1936-2021) manifestó en 2018:
Mis obras son un extracto de la cosmovisión mazateca, una muestra de los mitos que en esta cultura explican la existencia. Con mi trabajo represento a los dueños de la tierra a través de una paleta de colores muy vistosa, que da fe de mi raíz indígena. Una de las posturas políticas de mi trabajo es visibilizar mi lengua y mi cultura a través de incluir palabras y frases en mazateco, para que la gente pregunte: ¿de qué lengua se trata?, y que ello lo lleve, por un momento, a un mundo hasta entonces desconocido.
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Luego de cruzar la colonia Merced Gómez, nos instalamos todos acompañados por el promotor y fotógrafo Jorge Panameño en la mesa mayor de El Asadero de Tony para almorzar, mientras Lunita Tsutsin agita un plumón negro de flores, soles, gatos y retratos de comensales. Naxín sirve una oscura verticalmente en el tarro, saboreando la espuma tal y como vio beber cerveza en Monterrey. Imaginan sus ojos que es marzo y miran desde el avión los Estados Unidos, donde la Universidad de Virginia le proporcionó mil dólares de materiales orgánicos para crear una veintena de obras en la exhibición de Galería Visible Records: Ngasundiera Naxín, a fragment of the cosmos. Allá no creían que en 25 días terminara la empresa; pero acostumbrado a dormir tres horas y pintar hasta el amanecer, innovar le es tan necesario como comer… Alguna vez Naxín expresó a Alfredo López Austin su preferencia por la creatividad noctámbula. Cuestionado sobre si tiene algún sueño recurrente, el artista nacido en el pueblo de la cañada mazateca Villa de Flores, Oaxaca, un 26 de diciembre de 1986, relata en español bastante claro una de las infinitas historias que continuarán de vuelta a su cueva del Taller AvecindArte:
“Tengo muchos sueños. Yo sueño mi pueblo. Todo lo que sueño es lo que pinto. De repente sueño esa armonía, de repente es un presagio… Eso sí, sueño mi infancia todo el tiempo. Sueño cuando estaba como Jamajñú o más chico, como de siete años, sueño seguido en el campo, viendo las estrellas, caminando en la milpa, en la montaña… Como mi casa está muy presente en mi obra, sueño que ahí estoy; ya no existe esa casa pues se tumbó, porque quería mi hermano el mayor [Pablo] hacer una más grande, de adobo. Siempre sueño igual, con mi familia, mi papá [Antonio Betanzos Velasco] que ya murió o mi mamá allá en Villa de Flores…
“Mi mamá se llama Esperanza Casimiro Flores, como los hermanos Flores Magón, hay una duda ahí de si somos parientes de ellos porque hay muy pocos Flores ahí en mi pueblo. No sé cuál fue el origen del árbol genealógico. Nunca sueño con la ciudad y siempre estoy hablando mi lengua, en mazateco”.
Cris refuerza:
“Hace 12 años, cuando nos conocimos, no hablaba porque le daba miedo que lo descubrieran… Estuvimos practicando para que hiciera ejercicios y tuviera más fluidez en el español ¡y ya ahorita ya no lo callan!”.
Ella y Naxín han creado una mancuerna amorosa y chambeadora en más de una década juntos, a partir de cuando Cris impartía el taller “Revitalización de lenguas indígenas” en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali). Para agosto del 2013 publicaron su librito bilingüe ilustrado Qué cosa dice mi Tata. Seres que se transforman (Minu xi kuatsura chichjána. Kui anima xi bantiya yajura), dos narraciones de tradición oral que aprendió Naxín de sus padres y abuelos: “La señora de la cosecha” y “La laguna”. La introducción firmada como “Filogonio Velasco Casimiro” finaliza así:
Tengo la esperanza de que este libro ilustrado sirva a los niños, quienes tienen un lugar cada vez más importante en la comunidad de Mazatlán Villa de Flores… a modo de difundir la cultura mazateca y dar al público razones para mantenerse despierto pero soñando con los ojos abiertos.
Hora del postre. Café, flan, pastel de chocolate. La periodista Yunuén Sariego, de El Heraldo, le comentó hace un año si en mazateco el pseudónimo Naxín significaba “caballo” y él respondió asintiendo. Anima otra anécdota:
“Yo dejé de jugar al ajedrez hace 10 años, porque era muy vicioso. Empiezo en la secundaria cuando vi jugaban ese juego. Yo no sabía jugar. Después trajo mi hermano, que él ya estudiaba en otra comunidad, un tablero de madera a la casa…”.
Era “el grande”, Pablo, “el primero; yo soy el segundo”. Siguieron Antonio, Camerino y Verónica. Cinco hermanos.
“Me dijo [Pablo]: ‘Traje un juego. Es ajedrez’. Y le dije: ‘No, pus ya le vi cómo juegan allá en la escuela’, pero yo lo estaba viendo nomás porque nunca me atrevía a jugarlo. Ya empezamos a jugar y empecé a agarrarle los movimientos, no tardó mucho… Se fue, me dejó el ajedrez y como en la escuela sólo había uno o dos tableros, no me dejaban jugar. No sabía yo jugar. Pus que llevo mi ajedrez, el chiquito de madera. ‘¿A poco tú sabes?’, me decían, ‘acá nunca has jugado, nunca te hemos visto’. Y yo ‘no, pus más o menos, en lo que los vi fui aprendiendo’. Y todos se burlaron. No, pus que comienzo a jugar y que empiezo a agarrar habilidad. Me convertí en muy buen jugador de ajedrez; pero mi táctica era que me mataran la Reina, no sé por qué, pero era mi táctica, que me tumbaran la Reina…”.
Pausa. Revela el origen de su apellido artístico:
“Es que yo quería jugar con el caballo. Los dos caballos. Yo me ofrecía con la Reina así, pero eran mis trampas, como que no sabían por qué, pero una vez que me tumbaban la Reina les desparramaba todo su juego y les daba mate con los dos caballos. Entonces, en mazateco oía que advertían a mis contrincantes: ‘¡Ten cuidado con el caballo, Filogonio es muy bueno con el caballo!, ¡naxín, naxín!’ y a raíz de eso, de tanto naxín, naxín que me decían, ahí se me quedó el Naxín, que en realidad significa venadito; pero también así le dicen en mazateco al caballo”.
Lector de Beaudelaire y Dostoievski, en sus personajes simbolistas destaca el venado, animal sagrado en la cosmología mazateca “porque se cree que de su sombra surgieron el hombre y la mujer”. De regreso al Taller AvecindArte, resuena “Para Elisa” de Beethoven, “El rock de la cárcel” y “Papa Hyden” interpretadas en un pianito eléctrico por el hijo mayor, Julián Jamajñú, quien dibuja y dibuja. Cris obsequia Cosmogonía. Geometría cósmica en Mesoamérica, edición especial a 25 años de la revista Arqueología Mexicana #83, publicada en diciembre de 2018, con escritos del investigador Alfredo López Austin, el cual los invitó a ambos para la portada con tres imágenes: “Muchos reflejos”, “El coyote” y “El toro perro” (Jkín tsutsín, una mujer pintada con cabellera de hongo alucinógeno, un ave y un venado; Tsijñee y Ndija naña, respectivamente).
En el marco del 45 aniversario de la FES Acatlán de la UNAM, López Austin dedicó un texto prodigioso para la sobria exposición del centenar de obras Ngasundiera Naxín (El mundo de Naxín) en la Sala de Arte Emma Rizo.
Bebiendo mezcal que ellos mismos destilaron de las mejores cosechas de Oaxaca, en cuartos llenos de color y cuadros por doquier, la medianoche urbana anuncia septiembre. Naxín y Cris rememoran cómo pasaron dos cumpleaños de López Austin con él, antes de su muerte. Lo extrañan. Y regalan al “chat Vecindarte” que dirige Panameño un aguafuerte para la subasta por la salud de la periodista y crítica de artes plásticas Ingrid Suckaer. Naxín confiesa no creer en discursos pontificadores del indigenismo (“el mayor problema de Oaxaca sigue siendo el caciquismo”).
Tiempo de partir
Entre la escampada, evocamos el desencuentro de 2018 entre “los dos López”: López Austin y López Obrador. Porque antes de morir, el historiador chihuahuense criticó al tabasqueño durante la presentación del proyecto Derecho de réplica. Hablan los pueblos:
“El 21 de noviembre del año pasado, cuando Andrés Manuel López Obrador era ya presidente electo y días antes de asumir su cargo, un grupo numeroso de ciudadanos presentó su parecer general sobre un megaproyecto que afectaría la vida de muchos pueblos indígenas [El tren maya]…
“La respuesta pública de López Obrador fue tajante, concluyente, dolorosamente sorpresiva para quienes anhelamos la democracia. No fue un razonamiento, sino una serie de descalificaciones injustificables […] Quien no está de acuerdo con los designios superiores es contrario al cambio, a México; es un representante de los regímenes corruptos del pasado. Hay buenos y malos, en una división primaria y maniquea de ‘quien no esté conmigo está contra mí’. Es un discurso que, igual que los discursos de Trump y Bolsonaro, fomenta el odio; marca con la descalificación al disidente; divide a la población; acalla voces; enciende fanatismos y genera la docilidad de los voceros. ¿Merece esto el pueblo que triunfó en las urnas? ¿Merecen esto los pueblos indígenas que pretenden ser autores de su propio destino?”.
Pero esa es otra historia.